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domingo, 18 de mayo de 2025

El Errante en Amazón

 

«–¡Qué asco! ¡Huele a muerto! –Dejándola sola sobre la mancillada tierra.»


    Ahora que habéis llegado hasta aquí solo abrigo la esperanza que este humilde fragmento de la epopeya os haya gustado. Posiblemente hayáis disfrutado con las aventuras de los fugados. Si por ventura os puede la incertidumbre y os invade el deseo de saber como esta historia termina; debéis saber que la oportunidad se os revela. Pues se encuentra disponible en la tienda de Amazon para vuestro kindle.



martes, 22 de septiembre de 2020

8.4 El Errante: las bestias de la guerra. - ¡Piratas de agua dulce! / profanación.

 Atrapados, su camino se desvía al sur, al desierto. Lejos de la esperanza.


Anteriormente:

–La fortaleza de Elt –susurró Shárika.
Aquella obra de ingeniería, construida con el mejor alabastro de Ákrita, consistía al mismo tiempo puente y paso fronterizo del este de Xhantia con Lican. La luz de las antorchas se reflejaba con más nitidez en sus resplandecientes muros que en las agitadas aguas del río Bram. Las murallas coronadas de almenas rodeaban todo el perímetro del ancho puente obligando a las rutas mercantes a pasar por la fortaleza para cruzar la frontera. El núcleo de la fortaleza estaba situado en el centro del puente en forma rectangular y rematado con una ancha torre cuadrada en el lado oeste en donde se alojaban los aposentos privados de Elt y su familia.
«El puente del Destino.», pensó Sebral. Pero todas las esperanzas que podrían tener se esfumaron al tomar de nuevo conciencia de su situación: Encerrados junto a varios cadáveres en una sólida jaula, sobre un traqueteante carromato; rodeados por los furiosos esclavistas, que no dudarían en acabar con ellos al más mínimo indicio de fuga; presos por férreos grilletes, a excepción de Saera; sin fuerzas y mal nutridos; sin la energía suficiente para poder conjurar varios hechizos que en otro tiempo les hubiera salvado de apuros peores.
Desesperanzado dio un bufido que se mezcló con el último suspiro de Thomas.
El legionario había muerto.
Y él no había podido hacer nada para remediarlo.

...leer más.


Ahora:

Hubo un tiempo en que aquello no habría pasado. Lamentándose de su dilatada inactividad en el uso de la magia el antaño poderoso Sebral se juró a sí mismo que volvería a tomar posesión de su extinto poder y posición en las artes mágicas; que no en vano fueron de gran ayuda cuando tomaron el trono de Ákrita.
–Olvídate de ello –ordenó a Saera tan pronto como se percató del odio que emanaba de su rostro. La furia mezclada con un profundo sentimiento de venganza era palpable en la reducida jaula.
–¿Cómo? –Preguntó la princesa.
–Se lo que piensas: Quieres venganza; que paguen por lo que han hecho; acabar de una vez por todas con aquellos que tanto mal te han procurado.
Saera no respondió.
–Destierra esos pensamientos de tu mente princesa. La venganza sólo produce más violencia y dolor. Hay ya suficiente mal en el mundo como para desear aumentarlo. Es competencia de los dioses decidir sobre la vida y la muerte. Medítalo profusamente pues de ello puede depender tu futuro.
Horas de meditación después alcanzaron un estrecho puente de piedra que sobre un gran arco se alzaba varios metros sobre el río Bram; el cual después volvería a virar bruscamente hacia el norte para bañar el Puente del Destino.
Pasaron el olvidado puente y pocos metros después pararon la marcha.
–¿Dónde estamos? –Preguntó Ermis.
–En el Paso Libre –Respondió Shárika mirando por entre uno de los rotos de la lona que les cubría la jaula.
–¿El Paso Libre? Nunca había oído hablar de él.
–Es parte una antigua ruta mercante que unía los reinos del norte con los reinos del sur; la cual, bordeando la Cordillera de Panthas, atravesaba las ahora Cañadas de Liorot. A modo de gran cortafuego cruza en recto los bosques del sur de Xhantia y Lican, dividiendo así el reino oculto de las amazonas.
–¿Por qué se llama el Paso Libre? –Preguntó de nuevo Ermis recalcando el adjetivo Libre.
–Porque según un antiguo tratado ninguna amazona intervendrá en nada de lo que en él acontezca. Una medida inteligente la de acampar aquí antes de que salga el Sol –añadió.
La lona fue retirada entre risas y la puerta se abrió para permitir que dos fuertes brazos arrastraran afuera a la debilitada Shárika.
El esclavista la arrojó al suelo sonriente y luego se tumbó sobre ella.
Primero sus manos recorrieron su cara, sus labios; pronto bajaron para manosear sin arte ni gracia la curvatura de sus pechos semidesnudos. Con un alarde de impaciencia el esclavista arrancó los restos de sus vestiduras para poder deleitarse aun más con la vista. Con sus manos abrió las piernas de la legionaria mientras su baba salpicaba el rostro de una esclava sumisa. Su verga penetró brutalmente produciendo una mueca de dolor en su víctima.
Durante el tiempo que duró aquella humillación Neamer buscaba distanciar su mente de todo lo que le estaba sucediendo: Intentó rememorar aquellos tiempos de gloria en la que era la gladiadora más famosa. Su ingreso en la Legión. Las pobres muestras de afecto que había recibido de alguno de sus pretendientes. Sus caras, sus manos, sus besos. El rostro del Errante la besó con delicadeza en la frente; besos más cortos y rápidos le cubrieron la mejilla alcanzando su oreja izquierda. Pequeños mordiscos en ella la colmaban de una extraña sensación de impaciencia. Deseaba besarlo, acariciarlo. Él la besó con ternura en los labios; sus lenguas se encontraron y danzaron juntas. La recostó sobre una confortable cama de plumas.
La eyaculación del esclavista la obligó a volver a la realidad. Tan amable como antes aquel hombre le escupió en la cara para después añadir:
–¡Qué asco! ¡Huele a muerto! –Dejándola sola sobre la mancillada tierra.

viernes, 18 de enero de 2019

8.3 El errante: las bestias de la guerra. -¡Piratas de agua dulce! / dolor y barrotes.


Desplazamos la mirada a los pobres fugitivos. Presos ahora de malvados esclavistas casi a todo un reino de distancia. Quizás hubieran tenido mejor fortuna quedándose en palacio.

Anteriormente:

El látigo acertó el rostro de Thomas a la primera. Después Becar se recreó formando un macabro mosaico en la piel del legionario. Aunque no lo demostrara Madrix observaba fascinado el coraje y aguante de aquel legionario que recibía el castigo en completo silencio.
–¡Basta! –Interrumpió–. No tenemos tiempo. Acabar con él y luego meter todos los cadáveres en la jaula. 
Tendremos que viajar de noche para salir de Xhantia cuanto antes.
Becar guardó su látigo. Otro esclavista se acercó al sangrante Thomas y empezó a propinarle una serie de puñetazos. Cuando Thomas se derrumbó sobre la hierba varios esclavistas se unieron con su compañero para darle patadas al rebelde esclavo.




Ahora:

Todo lo que quedaba de Thomas era un amasijo de carne amoratada, cortada y sangrante cuya vida se iba extinguiendo poco a poco para asemejarse cada vez más a los cadáveres de la jaula sobre los que había sido arrojado.
–No sufre. Eso al  menos os lo puedo asegurar –dijo Sebral al ver el rostro de preocupación de los legionarios.
Incapaz esta vez de sanar a su compañero el anciano mago había dedicado todos sus esfuerzos en anular el dolor que pudiera padecer, lamentando de corazón no poder impedir su muerte.
–¿Seguro que no puedes hacer nada más? –Inquirió Saera.
–Seguro, cariño –afirmó triste el anciano–. No poseo suficiente poder ahora para sanar sus heridas, y el poco que tengo prefiero reservarlo.
–¿Para qué? –Preguntó tan exasperada como intrigada.
Sebral ofreció una cálida sonrisa cargada de amargura a la princesa.
–Para ella –contestó señalando con un gesto de su cabeza a Shárika-Neamer; que observada compungida la escena.
No lo había pensado pero ahora comprendió que el calvario de su nueva amiga estaba lejos de terminar. Al darse cuenta que sólo ella lo había supuesto así se maldijo a sí misma por ser tan estúpida.
–Oh, vaya. Lo siento –atinó a decir.
Neamer sonrió condescendiente mientras la abrazaba; aunque en su interior se preguntaba si de ser posible permitiría al mago sanar a Thomas sabiendo lo que a ella le esperaba. De sus ojos brotaron lágrimas que el resto confundieron de dolor por el compañero caído.
Ermis observaba la escena en silencio. Él no albergaba duda alguna: Aunque en un principio tomó a Thomas como un bufón impertinente indigno de pertenecer a la Legión, poco a poco pudo observar como dentro de aquella fachada de gracioso irreverente se ocultaba un hombre de honor capaz de soportar sus mayores pesadillas por el bien común del grupo. En su interior era todo un ejemplo a seguir y una persona por la gustosamente daría su vida.
Con un rugido de rabia intentó arrancar las cadenas de la madera; en vano. Trató de forzar los grilletes en un acto fútil para caer desesperanzado sobre uno de los cadáveres que silenciosamente les acompañaban en el viaje.
Sumergida en sus recuerdos Saera vivía con sus padres en palacio. Se reía de los gritos de su madre mientras castigaba a su aya con una de sus variadas trastadas –había llegado a convertirse en una maestra de la sutileza en lo que a gamberradas se atañía–. Los días pasaban tranquilos entre lección y lección de su maestro. Jugaba con los perros. Se escapaba a las cocinas para jugar con el hijo de la cocinera. Papa y mama muertos sobre el frío suelo. Las tropas entrando en la antesala. Lowen protegiéndola. La escena la despertó sobresaltando a Shárika que aún la mantenía en su regazo.
–Maestro, ¿quién mató a papa?
–¿Cómo dices? –Preguntó perplejo.
La consternación se podía ver en el rostro de los legionarios.
–Digo que, ¿quién mató al Rey? –Repitió impaciente.
–Pues... alguno de los soldados de tu tío, claro –se apresuró a contestar.
–No –negó la princesa categóricamente.
–Vamos –le dijo Ermis condescendiente.
–He dicho que no –volvió a negar adoptando un porte más regio.
–¿Por qué dices que no, cariño? –Le preguntó Shárika apartándola un poco para poder verla mejor. Por primera vez sí parecía una princesa.
–Papa y mama ya estaban muertos cuando llegó Lowen –desveló–. Y después llegaron ellos –añadió refiriéndose a las tropas de Ghinmes.
–¿Estás segura de ello? –Le preguntó Ermis.
–¿Cómo te atreves? Pues claro que lo estoy.
–Shhhiis.
–Baja esos humos chiquilla o te los bajaré yo de un guantazo –le aplacó Ermis.
–¡Ja! Encadenado como estás no podrías ni...
Shárika la agitó levemente: –Pues te lo daré yo –le amenazó–. Siéntate y cálmate.
–De todas formas –añadió Sebral meditativo– esta revelación plantea nuevos interrogantes sobre lo realmente sucedido.
–Sea como sea nos conviene bajar la voz. Seguimos de incógnito, ¿recordáis? –Le recordó Shárika.
–Cierto, cierto. No es el momento ni el lugar; deberíamos centrarnos en cosas más urgentes. Como por ejemplo escapar de aquí.
–Y alcanzar aquella fortaleza de ahí –añadió Ermis señalando a su diestra con su cabeza.
Cómicamente todos se giraron para ver donde decía su compañero.
–La fortaleza de Elt –susurró Shárika.
Aquella obra de ingeniería, construida con el mejor alabastro de Ákrita, consistía al mismo tiempo puente y paso fronterizo del este de Xhantia con Lican. La luz de las antorchas se reflejaba con más nitidez en sus resplandecientes muros que en las agitadas aguas del río Bram. Las murallas coronadas de almenas rodeaban todo el perímetro del ancho puente obligando a las rutas mercantes a pasar por la fortaleza para cruzar la frontera. El núcleo de la fortaleza estaba situado en el centro del puente en forma rectangular y rematado con una ancha torre cuadrada en el lado oeste en donde se alojaban los aposentos privados de Elt y su familia.
«El puente del Destino.», pensó Sebral. Pero todas las esperanzas que podrían tener se esfumaron al tomar de nuevo conciencia de su situación: Encerrados junto a varios cadáveres en una sólida jaula, sobre un traqueteante carromato; rodeados por los furiosos esclavistas, que no dudarían en acabar con ellos al más mínimo indicio de fuga; presos por férreos grilletes, a excepción de Saera; sin fuerzas y mal nutridos; sin la energía suficiente para poder conjurar varios hechizos que en otro tiempo les hubiera salvado de apuros peores.
Desesperanzado dio un bufido que se mezcló con el último suspiro de Thomas.
El legionario había muerto.
Y él no había podido hacer nada para remediarlo.

domingo, 13 de enero de 2019

8.2 El Errante: las bestias de la guerra. -¡Piratas de agua dulce! / el nuevo pozo.

Dejadas las conspiraciones a un lado Silvania debe hacer magia. Una magia poderosa que le otorgará más poder a su ejército usurpador. 

Anteriormente:
Melnibone. -Elric, el trono de rubi.

–¿Señora? –Preguntó una voz.
–¡Qué pasa! –Gritó Sylvania molesta por haber sido interrumpida. Y su timbre metálico, como el martillo en la forja, vibró en los oscuros muros asustando al sirviente que se orinó encima.
–El nuevo pozo, mi señora. Ya ha sido construido –contestó entre balbuceos.

Ahora:

El nuevo pozo, construido en tiempo récord, era hermano gemelo del primero cuya única diferencia consistía en el “caldo” que lo alimentaba: los cuerpos inertes de los dientes de sable habían abonado la mezcla junto a varios “voluntarios” de entre sus esclavos y nuevos presos. También poseía una pequeña runa en un lateral, cercana al borde, que en sí consistía en la pieza clave de todo.
Sylvania se acercó a la runa por la pasarela de madera que conducía al borde del pozo.
Musitó palabras ya olvidadas durante largos treinta minutos; mientras, su tez palidecía, sus músculos temblaban y sus cabellos se encrespaban ante la acumulación de energía. La runa, al principio inerte, poco a poco comenzó a adquirir un tono rojizo que al tiempo se volvió oscuro para terminar brillando con luz propia.
Con un grito se separó dando un paso atrás –aunque algunos de los presentes jurarían después que fue empujada por algún tipo de entidad invisible–.
–Ya está –dijo mientras se situaba junto a uno de los juggers. Su nueva guardia personal.
Así como el alumbramiento de los juggers era lento y pausado en este pozo un nuevo ser, mezcla humano mezcla dientes de sable, saltó agilmente del centro del caldero para aterrizar en la pasarela.
Agitaba su cabeza animal de un lado a otro buscando a sus enemigos con sus felinos ojos al tiempo que mostraba sus grandes colmillos. Sus brazos, humanos pero desproporcionadamente grandes y musculosos, terminaban en una fusión de sus antiguas zarpas con una mano humana; cubiertas con un pelaje blanco que se extendía hasta la altura del codo. Su torso, humano, atlético y curvado como si del animal se tratará se unía a la cabeza con un corto y recio cuello, parcialmente cubierto por el mismo pelaje blanco que cubría su espalda y sus poderosas extremidades inferiores, un poco más cortas que las humanas pero de su misma naturaleza.
Sus ojos se clavaron en su creadora y como un rayo saltó hacia ella con las garras hacia delante.
El jugger interrumpió su vuelo con un poderoso puñetazo que casi le hizo atravesar el suelo de la pasarela.
Con la lengua el animal se limpió la sangre y observó a su contrincante.
El jugger le respondió la mirada mientras Sylvania contemplaba sorprendida la escena.
Aquella mixtura de cuerpos humanos y despojos animales se acercó humildemente al jugger y empezó a frotar su cabeza contra sus piernas como un can cualquiera con su amo.
«Reconoce a un superior. ¡Reconoce al jugger! Creo que podré usarlo para mi favor.», pensó Sylvania mientras sus temblorosas piernas apenas la tenían en pie.
–¡Está bien, llevarlo al corral! –Ordenó, y al tiempo de decirlo otra bestia igual saltó del pozo.
Al ver al jugger su comportamiento pasó de la agresividad a la sumisión al instante.
Sylvania se acercó al jugger y le comentó:
–Pareces más necesario aquí que junto a mí, creo que tendrás que quedarte...
Otra bestia apareció salpicando a la segunda.
–... por lo menos hasta que dejen de salir.
«Creo que también deberemos ampliar el corral. », pensó mientras se marchaba ilusionada. Al parecer, por primera vez, todo salía como había planeado, o incluso mejor. Además, seguro que había adelgazado con tanto esfuerzo. Adiós a la dieta.

sábado, 29 de diciembre de 2018

8.1 El Errante: las bestias de la guerra. -¡Piratas de agua dulce! / usurpadores y conspiradores.


Bueno. No podía terminar el año sin publicar nada de la novela. Sinceramente ha sido un semestre duro, bastante duro. Entre trabajo, estudios y demás obligaciones familiares no he dejado mi impronta en el blog más que un par de veces. Y no ha sido para seguir con esta historia. ¡Y eso que la dejamos cuando empezaba a ponerse interesante! 

Anteriormente:
Una extraña e invisible fuerza empezó a succionar la sangre de todos los presentes, excepto de Vángar y de Miklos. Les salía de la nariz, de los labios. Los ojos estallaban para dejar escapar chorros rojos que caían violentamente en el suelo. Se escapaba por las uñas, se abrieron todos los poros y la sangre manaba de los cuerpos para deslizarse sobre el suelo hacia el trono.
La sangre se detuvo debajo del libro sostenido por temblorosas manos. Formó una columna para elevarse y ser absorbida por el lomo y sus páginas.
–¡Tú! ¡Lo sabías! –Le acusó al Errante.
–Sí.
Vángar alzó su mano derecha y un portal azul apareció junto a él. La fatiga le atacó instantáneamente obligándole a tambalearse para atravesar el portal.
Al otro lado unas manos fuertes, al mismo tiempo que delicadas, sujetaron a Vángar cuando trastabillaba por el césped.
Vángar levantó la vista: Una amazona le sujetaba mientras susurraba amables palabras.
–Aquí está –le dijo mostrándole el frasco–. Lo he conseguido.
Las tinieblas nublaron su vista y lo último que alcanzó oír fue el grito de la amazona llamando a su reina.

Ahora:

8-¡Piratas de agua dulce!

El salón central del castillo presentaba un ambiente triste y fúnebre: Sus negras paredes siempre creaban un aspecto lúgubre que, para Sylvania, tenía la peculiaridad de sacarla siempre de quicio. Había intentado crear un ambiente más animado y agradable colocando coloridos tapices en sus
austeras paredes, pero nunca conseguía hacer más confortable la estancia. Su suelo siempre permanecía frío pese a las pieles que pusiera. ¿Y de qué le servía a ella vestir de elegante negro escotado si parecía estar siempre en un velatorio?
Pese al tiempo que llevaba en el castillo seguía odiando aquel lugar. Prefería mil veces su estancia, más arriba, a la que se llegaba por las inmensas escaleras acaracoladas, de la misma nefasta roca oscura, situadas a su izquierda; pero la ausencia de su marido le obligaba a tomar su lugar. Caía la noche y con desesperación pudo observar como la lumbre de las antorchas aumentaban el tono tétrico de aquel amplio salón.
Su marido mostraba un rostro más preocupado, sus cabellos pelirrojos caían rizados sobre su mortecino semblante demostrando así que las preocupaciones por la toma de poder habían ido mermando sus fuerzas de intelectual. Su barba, antes perfectamente perfilada, ahora se mostraba descuidada y manchada por los restos de una tardía comida que posiblemente había tomado a disgusto en el elegante salón comedor de palacio.
 Estaba situado frente a ella gracias a un canal mágico de comunicación que rasgaba el aire para abrir una abertura en la que podías ver y conversar con la persona deseada. Una especie de ventana hacia otro lugar en el mundo.
Ghinmes Eneiro observaba a su mujer con la apariencia estúpida de todo amante que no se atreve a formular la pregunta que le ronda por la cabeza.
Al final preguntó:
–¿Sucede algo? –Aunque no era el tema que pensaba tratar supuso que era una buena forma para llegar a él.
–Trípemes –Contestó ella fingiendo sobresalto por la pregunta.
–¿Trípemes? –Preguntó asombrado.
–Sí. La capital del antiguo reino de Beror, Trípemes. Me preocupa que intenten aprovechar el momento para volver a la independencia tan largamente soñada por su Virrey.
–Trípemes no es más que un pútrido agujero donde acude a esconderse toda la escoria del mundo.
–Ya, ya –confirmó Sylvania cansina–. Un pozo de desechos donde acuden todas las moscas, lo sé.
–Ya, ¿pero?
–Pero son muchas, demasiadas, y muy, muy fuertes en su número.
Hubo un momento de silencio en que Ghinmes meditó sus palabras mientras Sylvania fingía meditar en el asunto. Encontraba bastante más preocupante la falta de efectivos en su actual ejército, efectivos que su esposa había prometido proporcionarle, que la actual situación política de aquel vertedero.
–Creo que mandaré una delegación con un destacamento para asegurarme la lealtad del Virrey. –Le dijo para tranquilizarla un poco. No quería que otro asunto la distrajera de lo más apremiante.
–¿Y fragmentar así tu ya disperso ejército? –Le preguntó con fingida sorpresa la bella Sylvania.
–¿Qué otra opción hay?
Si Sylvania no tuviera tanto dominio de su mímica habría sonreído.
–Déjamelo a mí. Mandaré a tres juggers con un mensaje. Que me traigan su lealtad o su cabeza.
–Está bien. Hazlo –Confirmó Ghinmes sin pensarlo dos veces.
«Pues claro que lo haré, estúpido. Pero no será a ti a quien jure lealtad, sino a mí.», pensó Sylvania.
–¿Seguro? 
–Sí. Creo que será lo mejor. Como bien dices; con la mayor parte del ejército en la frontera este, junto al Valle de los Reyes, otra parte en el sur y la restante aquí no puedo permitirme el lujo de dividirlo aun más.
–De acuerdo –le contestó al tiempo que se erguía insinuando sus perfectos pechos–. Se hará como dices.
–Y hablando de mi ejército –se atrevió al fin–, ¿cómo va ese ejército de juggers que me prometiste? ¿Ese ejército sin la promesa del cual no hubiera traicionado a mi rey?
–Pronto, muy pronto tendrás nuevas sobre él. Te lo prometo –le dijo con una de sus más cautivadoras sonrisas.
–De acuerdo, hasta mañana pues. Te quiero.
–Yo también te quiero, un beso –y con un gesto que rayaba el desprecio cerró la comunicación.
No esperaba la última pregunta. Casi había demostrado el arrojo de un verdadero rey. Quizás debería de vigilarlo más de cerca, sólo quizás.
Los tres juggers aguardaban pacientemente fuera del campo de visión que había tenido el nuevo Rey de Ákrita
–Acercaos –les ordenó Sylvania.
Sylvania entregó un pergamino al jugger más cercano.
–Partiréis prestos a Trípemes. Exigiréis audiencia inmediata con el Virrey y le daréis esto para que lo lea. Que lo firme, o de lo contrario... arrasáis la ciudad.
En silencio los tres juggers dieron media vuelta marchando a cumplir su misión.
Sylvania con un gesto volvió a crear un canal mágico: La espalda bronceada de un musculoso guerrero de larga melena rubia apareció al instante.
–¡Prefino! –Llamó Sylvania
La espalda se volvió como por un resorte. El guerrero se arrodilló al reconocer a su ama.
–Mi señora –dijo con la mayor de las humildades.
–No te arrodilles perro. No intentes insultarme con tu fingida sumisión. ¿Cómo va la producción de savia? 
El aludido se incorporó ofreciendo a su señora una magnifica visión de su entrenado y castigado cuerpo.
–Aumentando mi señora. Bladir ha sido fácil de convencer en el momento que los números bailaban a su favor. Los recolectores han aumentado sus expediciones y trabajan día y noche preparando la savia de los cadáveres; lo cual nos deja aun más margen de maniobra al estar continuamente ocupados. Pero...
–Pero, ¿qué?
–Mis informadores me indican que La Asamblea de Xhantia ha cerrado sus fronteras con Ákrita y no dejan pasar ninguna caravana, del tipo que sea.
Imaginaba que algo así ocurriría. 
–No os preocupéis por ello. Enviar la savia a Ákrita, cuando lleguéis al Paso de Copro éste ya estará 
abierto a vosotros. 
–Como ordenéis, mi señora, así se hará.
–Mantendré el contacto. Hasta entonces que Begor os guarde.
Sin esperar respuesta a su formalismo Sylvania desactivó el canal y se sumió en sus pensamientos. 
Necesitaba que la savia no se agotara; todos los nobles de Ákrita eran adictos a ella –y los que no ya se encargaría ella de que lo fueran– y mientras tuvieran su dosis diaria de ese exquisito licor apoyarían al nuevo rey sin duda alguna. 
Se veía obligada a atacar el Paso de Copro. No era más que un destartalado puesto fronterizo que sabía que no aguantaría ni medio ataque de las tropas que ya tenía situadas cerca de él; pero tan fácil era conquistarlo como perderlo. Cerca de él Ciudad-Garra enviaría sus tropas para la defensa de Xhantia y la milicia respondería –si bien con menos prontitud– al ataque. Además corría el riesgo de que la Legión se levantara en armas contra Ákrita, cosa que no le pondría en ninguna cómoda situación.
Necesitaba más tropas, y pronto.
–¿Señora? –Preguntó una voz.
–¡Qué pasa! –Gritó Sylvania molesta por haber sido interrumpida. Y su timbre metálico, como el martillo en la forja, vibró en los oscuros muros asustando al sirviente que se orinó encima.
–El nuevo pozo, mi señora. Ya ha sido construido –contestó entre balbuceos.

lunes, 23 de julio de 2018

La forma del agua /crítica con spoilers

Amor mojado.


Le toca el turno a la tan premiada y elogiada película de Guillermo del Toro. Qué pasó de dirigir la segunda parte de Pacific Rim para mostrarnos esta historia romántica de toque fantástico. Mucho menos complicada de dirigir que los grandes proyectos con los que se le había relacionado (El Hobbit, Pacific Rim 2, Hellboy 3, etc). Los malpensados podrían deducir que se ha vuelto un poco vago, pues la anterior fue la Cumbre Escarlata y antes dos episodios de The Strain; serie basada en su obra literaria. Supongo que su faceta de productor le ocupa demasiado tiempo.

Nos cuenta esta película el romance entre unahumana de corte humilde y solitaria y un ser fantástico, de naturaleza aquática claramente inspirado en un personaje secundario de Hellboy. Aunque de una época diferente y con un tono más triste e íntimo la cinta parece imitar el ambiente absorvente de Amelie. Pero sin ese positivismo que reinaba en la película francesa. No es que sea peor; si no con un matiz diferente. Quizás por eso la película se hace larga. Tal vez un poco pesada, pero si te gustan este tipo de películas no lo será para ti.

Personalmente me ha gustado bastante pues es una película que, sin estar exenta de fallos de coherencia o actos estúpidos, está llena de aciertos y escenas metafóricas de gran gusto. No recuerdo ahora cuantos premios ganó o estuvo nominada, ni cuales fueron estos para saber si realmente los pudiera merecer, pero sí que es una película que recomiendo ver.

Lo mejor: la presentación de la protagonista.

Lo peor; ¿para qué están las cámaras de seguridad? porque hay más de una, ¿sabe usted?

En resumen: para verla si no te asustan las películas romántico fantásticas.

lunes, 2 de julio de 2018

Death Note: el nuevo mundo /crítica con spoliers

La saga de la libreta de la muerte continua, ¿para bien?



Los shinigami (estos demonios especiales de la serie) se aburren y deciden inundar la Tierra con "libretitas de la muerte" de estas. Al poco de empezar  se nos presenta a un cuerpo especial de polícía creado para ir deteniendo a todos los "Kiras" que fueran apareciendo. ¡Y su única protección son gafas de sol y bufandas para que no es vean el rostro! ¿No sería más práctico unos simples pasamontañas? Incluso podrían tunearlos con logos especiales del cuerpo, no se yo. ¿Y porqué no disparan a esa asesina antes de que apunte más nombres en la Death Note de turno? Menos mal que aparece alguien más inteligente que sí le pega un tiro y va convenientemente tapado con una máscara. Es el nuevo L; la némesis de los Kira.
«Solo puede haber 6 cuadernos en el mundo de los humanos» les dice un demonio de estos a los policías. Al que curiosamente le pueden ver todos aunque no están en contacto ni posesión de un Death Note; parece que la capacidad de visionarlos dura un tiempo después de un leve contacto con el forro del cuadernillo de marras. Así que si los reunen todos y los guardan bien guardaditos todos tendremos el culo a salvo.
Salvo que pulula por ahí un tipo nuevo que se presenta como Kira que hace que mantengan el culo prieto, bien prieto.
¿¡Pero qué tontería es esa del juego del gato y el ratón intelectual entre L y Kira!? ¿Qué necesidad tiene Kira de hacer esa tonteria? Ya era estúpida en la serie y pues ahora se rebozan en ella. Sería mucho más fácil ir sacando la información poco a poco y luego dar el golpe final y sin tiempo para que nadie te pueda acusar ni mandangas similares. Parece que solo se acuerdan de que se puede obligar a las víctimas a hacer lo que quiera antes de morir cuando les interesa a los guionistas.
Total, que si te gustó el toma y daca del manga/anime/película japonesa pues igual vas a disfrutar aquí. Pero como puedes ver si hilamos un poco más fino cae en ciertas fallas que en la primera solo se podían justificar pues por aquello de que era la primera vez y todo toca de sorpresa.
Sin embargo la película esta bastante bien dirigida e interpretada. Incluso tiene unos efectos especiales geniales. El mundo de Death Note se amplía con nuevos Shinigamis -bellísimo el que está con L- y algunas normas o "características del juego" nuevas (o que yo desconocía).

En resumen: ver, disfrutar y olvidar.

Lo mejor: que no se parece a la versión de Netflix de la primera película.
Lo peor: tantos death notes podrían haber dado mucho juego pero al final se han volcado en algo más simple y fácil.

sábado, 16 de junio de 2018

7.9 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / el intercambio.

El auténtico rey de Tripemes frente a la leyenda viva del Errante. Ambos se conocen lo suficiente para no andar jugando con el otro. ¿O no?



-Anteriormente:
«–¡Te recuerdo que no estás en posición de exigir nada! –Le gritó levantado mostrándole su puño cerrado.
–¿Y quién de tus fieles va a impedirlo, necio?
No necesitó desenfundar ninguna katana. Frente al reto todos se echaron hacia atrás intentado confundirse con los muros del salón.»

Resignado al ver que su farol no había dado resultado Miklos se volvió a sentar en su trono.
–Sólo te lo diré una vez. Me darás ahora la redoma, o te la arrancaré de tu mano muerta.
–¿Te refieres a ésta? –Le preguntó mostrándole un pequeño frasco de cristal azul–. Como antes has dicho, teníamos un trato –le recordó balanceando el frasco entre los dedos–. ¿Dónde está el libro?
Con un rápido movimiento –que hizo que varios ladrones tropezaran entre ellos al saltar hacia atrás– abrió su bolsa y de ella sacó un libro encuadernado con una piel parda.
–Aquí –le indicó mostrándoselo.
Con un fino gesto Miklos indicó a un asesino situado a su derecha que se acercara a recogerlo.
–¡No! –Su voz retumbó y el asesino se detuvo asustado incapaz de continuar.
–Ven tú a por él –le dijo sonriendo.
Miklos estaba perplejo. Nunca nadie le había ordenado nada. Bueno, tampoco nunca nadie había irrumpido en su “fortaleza” –ni siquiera la Legión–, ni resistido sus ataques. Estaba perdiendo todo crédito y corría el riesgo de perder el mando de sus “tropas”.
–¡Levanta! Y no olvides el frasco.
Cuando antes se acabara mucho mejor, ya pondría orden en sus filas más tarde. Quizás tendría que cortar dos o tres, o veinte cabezas, pero volvería a tener de nuevo el mando y el poder.
Se levantó.
Lentamente se acercó al Errante.
–De acuerdo. Lo haremos a la vez; tú me das el libro y yo te doy este frasquito –le dijo balanceándolo delante de sus narices.
Vángar no digo nada. Con su mano derecha acercó un poco el libro a Miklos al tiempo que él le imitaba con la redoma.
El intercambio se realizó sin problemas.
Alegre, casi brincando, se acercó a su trono y se dejó caer sobre él.
–Sólo una pregunta: ¿Cómo lo conseguiste?
–Léelo. Está escrito en él, todo está escrito. Sólo has de pedírselo –y si Vángar sonrió nadie se percató de ello.
Miklos sonreía mientras acariciaba el lomo de la cubierta.
–¿Cómo consiguió el Errante el libro del Oráculo de Lotos?
El libro se abrió y las páginas se pasaron solas. Al detenerse Miklos pudo observar como éstas estaban en blanco.
–Vaya –observó frustrado.
En el libro las letras empezaron a aparecer como escritas por la invisible pluma de un espíritu escriba.
–¡Oh! –Exclamó asombrado–. El Errante detuvo su montura a las puertas de la Torre de Lotos, hogar del Oráculo de Lotos, en Tierra Seca –comenzó a leer en voz alta.
«Una voz bramó en el cielo: “¿Qué vas a sacrificar?”, preguntó. El Errante negó tal sacrificio y ordenó que se abriera la puerta.
»Los gigantes de piedra, antes meras estatuas decorativas, se convirtieron en carne al tiempo que rompían su inactividad. Bajaron de su pedestal entablando batalla con el Errante. Pese a la evidente desventaja numérica el Errante venció con facilidad a los gigantes y entró en la torre.
»Subió por su larga escalera de caracol sin encontrar oposición alguna y llegó a la cámara del oráculo.
»”Vengo a por el libro”, le avisó al anciano. “Lo sé. Cógelo, no te lo impediré”, le contestó el oráculo sin siquiera levantarse de su silla. 
»El Errante cogió el libro y se fue de la habitación sin oír como el oráculo le daba las gracias.
–¿Por qué te tenía que dar las gracias? –Preguntó Miklos extrañado.
Mas el libro contestó por él.
Una extraña e invisible fuerza empezó a succionar la sangre de todos los presentes, excepto de Vángar y de Miklos. Les salía de la nariz, de los labios. Los ojos estallaban para dejar escapar chorros rojos que caían violentamente en el suelo. Se escapaba por las uñas, se abrieron todos los poros y la sangre manaba de los cuerpos para deslizarse sobre el suelo hacia el trono.
La sangre se detuvo debajo del libro sostenido por temblorosas manos. Formó una columna para elevarse y ser absorbida por el lomo y sus páginas.
–¡Tú! ¡Lo sabías! –Le acusó al Errante.
–Sí.
Vángar alzó su mano derecha y un portal azul apareció junto a él. La fatiga le atacó instantáneamente obligándole a tambalearse para atravesar el portal.
Al otro lado unas manos fuertes, al mismo tiempo que delicadas, sujetaron a Vángar cuando trastabillaba por el césped.
Vángar levantó la vista: Una amazona le sujetaba mientras susurraba amables palabras.
–Aquí está –le dijo mostrándole el frasco–. Lo he conseguido.
Las tinieblas nublaron su vista y lo último que alcanzó oír fue el grito de la amazona llamando a su reina.

sábado, 9 de junio de 2018

7.8 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / Teníamos un trato.

Tripemes es lo peor. Y de lo peor de lo peor está el inframundo. 



Las botas del Errante pisaban los secos charcos de sangre de los legionarios que decoraban morbosamente el pavimento del inframundo. Como era habitual nadie se preocupó de limpiar las pordioseras calles plenas de inmundicias y desechos. Los cadáveres descompuestos se amontonaban en los oscuros callejones confundiéndose legionarios y guardias del virrey con ladrones, asesinos y víctimas de los habituales atracos de la zona.
Pero Vángar caminaba con paso seguro, sus dos espadas enfundadas mostraban un claro desprecio por el clandestino ejército de Miklos. Su mano diestra sujetaba la correa de su petate que colgaba sobre su hombro derecho. En su mano izquierda portaba las cabezas degolladas de los tres asaltantes en señal de advertencia.
Al principio nadie se percató de su presencia pero conforme se adentraba en el estrecho laberinto de callejones la gente se empezaba a asomar por las ventanas de sus casuchas. La gente en la calle se apartaba de su paso, ladrones y asesinos por igual, buscando en sus corazones una chispa de valor para enfrentarse a él.
–No podemos fallar –susurró una voz en las alturas.
–Fallaremos –murmuraba otra sentenciando.
–No. Desde aquí no.
Sin detener su paso Vángar les miró directamente. Dos arqueros se encontraban en una de las múltiples pasarelas de madera y cuerdas que unían unas casas con otras.
–Nos ha oído.
–Imposible –les oyó decir el Errante.
Con un gesto de su dedo índice de su mano derecha Vángar les indicó que no lo intentaran. Ellos se apartaron de la barandilla de cuerdas mientras el Errante continuaba su camino permitiéndose una sonrisa.
Llegó un momento en el que la escoria del inframundo se agolpaba para verle pasar. Andando por un estrecho pasillo humano el Errante llegó a una gran plaza.
No había fuente ni estatua alguna, simplemente un suelo empedrado que servía como antesala a la “fortaleza” de Miklos. En la puerta de esta “fortaleza” –una simple casa de madera de tres pisos de altura– un enorme guardián vigilaba el paso. Desnudo de cintura para arriba, vestía un amplio pantalón y decenas de colgantes dorados. Su piel de ébano le confundía en la oscuridad pero el brillo del acero desnudo de su alfanje delataba su posición e intenciones.
Con su medio metro más de altura y el doble de hombro a hombro el vigilante se posó justo delante del Errante blandiendo con escasa convicción su pesada arma.
El Errante le observó fijamente con su ojo descubierto.
–Aparta –le ordenó y su voz parecía fuego del auténtico Inframundo.
Y todo resto de valor desapareció en el vigilante de ébano. Un sudor frío le recorrió la frente y cayó por su espalda. Su espada pesaba mil veces más de lo que nunca hubo pesado. Recordó el día que la empuñó por primera vez. El día que Miklos le contrató. Las veces que tuvo que usar su alfanje cumpliendo su deber. Su pulso falló y la espada cayó. 
Con resignación se hizo a un lado para dejarle paso.
Una flecha sesgó el aire clavándose en la yugular del guardián. 
Un arquero en uno de los ventanales preparaba la siguiente flecha. 
El guardián cayó entre gorgoteos delante de Vángar.
Otra flecha voló directa a él.
La mano diestra de Vángar la interceptó en el aire y con un rápido movimiento se la clavó en el ojo izquierdo del arquero que cayó sonoramente en el empedrado suelo.
El Errante anduvo por encima de los dos nuevos cadáveres y abrió la puerta con una sonora patada.
La puerta daba acceso directo al salón. Éste ocupaba las dos primeras plantas. Grandes columnas de madera sujetaban el entarimado que sostenía la tercera planta. Una pasarela de madera rodeaba toda la estancia donde debería estar la segunda planta comunicándose con la primera mediante simples escaleras de madera. Al fondo un amplio sillón de madera cubierto con lujosas pieles hacía la función de trono, y sentado sobre él su rey, Miklos, observaba a sus tropas apostadas sobre la pasarela –arqueros– y alrededor de los muros de la primera planta del salón –ladrones y asesinos–.
Miklos no era un hombre excesivamente robusto, más bien delgado. Vestía un tocado blanco adornado con filigranas doradas que hacían juego con sus sandalias, anillos y collares. Una laza melena rubia caía sobre sus hombros y una pequeña perilla rubia acabada en punta marcaba el final de su aguileño rostro.
–¡Miklos, bastardo hijo de una puerca ramera!
Vángar entró con la furia de un tornado en el salón de la “fortaleza”.
–¡Teníamos un trato, sucio patán! –Le gritó señalándole con gesto acusador.
–Y todavía lo tenemos, amigo –le contestó Miklos con un gesto amanerado.
–¿Me tomas por estúpido? –Le preguntó lanzándole con fuerza las tres cabezas sobre sus piernas.
El impacto hizo que Miklos perdiera el resuello pero Vángar esperó su contestación.
Sólo pretendía asustarlo, que no se diera cuenta de cuanto necesitaba la redoma. No podía permitírselo pues podría pedir un precio más alto obligándole a tomarla por la fuerza y en la lucha se podría perder el preciado líquido en el suelo de la batalla.
Con gesto de repugnancia Miklos comenzó a hablar:
–No. Claro que no –contestó–. Éstos –explicó sujetando las cabezas de los pelos– son sólo simples desertores que prefirieron buscar fortuna por su cuenta. Sin tener yo conocimiento de ello, por supuesto. Sabes que yo nunca te pondría en peligro. Lo sabes, ¿verdad?
–Ya, claro. Explícale eso a tu asesina en el Inframundo. Embaucador.
Sabía que estaba muerta. Lo sabía porque no había regresado como en tantas ocasiones. Lo sabía pero era un detalle que había preferido olvidar hasta después de la reunión. La cólera le invadió pero fácilmente la disipó. Aun así decidió fingirse fuera de sus cabales.
–¡Te recuerdo que no estás en posición de exigir nada! –Le gritó levantado mostrándole su puño cerrado.
–¿Y quién de tus fieles va a impedirlo, necio?
No necesitó desenfundar ninguna katana. Frente al reto todos se echaron hacia atrás intentado confundirse con los muros del salón.

sábado, 2 de junio de 2018

7.7 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / un destello de esperanza.

Viajar como esclavistas siempre está ligado a estar bajo continuas sospechas, continuos controles y miradas de envidia y repulsión por igual. Igual en uno de estos controles nuestros amigos tengan la fortuna de encontrar la libertad.



-Anteriormente:
«–¡Oh! –Exclamó Sebral con una sonrisa –. Sí, es capaz de todo eso y de mucho más. Incluso él solo ganó una guerra... –hizo una pausa pensativo– pero hablo demasiado y debo callar –concluyó.
–Vamos, sigue –rogó Saera.
–No cariño. Hice un juramento de silencio que no pienso romper.
–Yo lo he roto –protestó Ermis.
–Tu elección, nadie te ha obligado a ello. Yo callaré.
–¡Callaos los de dentro! –Gritó uno de los esclavistas– ¡Silencio!»

–¿Qué sucede? –Le preguntó Shárika a Thomas– ¿Puedes ver algo?
–No, espera –le dijo mientras intentaba ver por los rotos de las lonas que cubrían el carromato.
–Legionarios –susurró esperanzado.
–¿Cómo?
–Legionarios, tres, a caballo.
Un látigo restalló junto a los barrotes sobresaltando a los presos.
–¡Silencio! –Volvió a gritar el esclavista–. Obedecer u os sacaré la piel a tiras. Arrancaré vuestros 
músculos uno a uno y haré caldo con vuestros huesos.
–Qué gráfico –comentó Sebral en voz baja haciendo sonreír a la princesa.
Los legionarios llegaron a la altura del carromato.
–¡Alto! –Gritó uno de ellos.
Mientras que el legionario que había dado la orden permaneció enfrente del carro impidiéndole avanzar, los otros dos rodearon al vehículo para detenerse finalmente junto a Madrix, que estaba sentado delante, a la derecha del conductor.
–¿Por qué unos legionarios, guardianes de la paz –añadió melosamente–, hacen detenerse a unos honrados mercaderes en su paso de un mercado a otro?
Los legionarios rieron.
–¡Por Seanil que nunca había oído desfachatez semejante! ¿Honrados mercaderes? Esclavistas más bien.
–Mercaderes somos puesto que mercancía vendemos, señor –se defendió Madrix–. ¿Queréis echar un vistazo a la nuestra? Estoy seguro que podría ofrecerle un buen precio.
El legionario escupió al suelo.
–Si por mi fuera no tendrías mercancía alguna, tratante –le contestó ofendido–. Pero no está en mis manos impedirlo. Sólo dime, ¿a donde os dirigís?
–A Lican, mi señor. A Lazheria.
–¡No le creáis! –Gritó Thomas sobresaltando a todos.
–¡Calla! –Le ordenó Shárika.
–¡Por el Primero! ¡Sacarnos de aquí! –Azuzó Thomas.
Al reconocer a uno de los suyos los legionarios desenvainaron sus armas. Los dos del lateral cargaron contra ellos.
–¿Esclavos? Pagarás con tu vida por esto –amenazó a Madrix el restante, todavía frente a él.
Becar apareció sobre la jaula del carromato disparando su arco. Su flecha se clavó certera en el cuello de uno de los legionarios que se derrumbó sobre uno de los esclavistas. El otro legionario continuó su carga rebanando el cuello de otro enemigo. Telsat lanzó su boleadora enganchándolas en las manos del caballo. Éste cayó derribando a su jinete que no tardó en verse rodeado por cuatro esclavistas.
El tercer legionario lanzó un puñal a Madrix pero éste fue más rápido e interpuso a su compañero. El legionario rodeó el carro por la izquierda para poder atacar desde atrás a los esclavistas. Becar se ocupó de él con una de sus flechas y el legionario superviviente no tardó en acompañar a sus amigos en su viaje al Inframundo.
Cuando todo hubo acabado Madrix arrojó el cadáver del conductor al suelo.
–¡Por Meron que así no hay forma de hacer negocios! –Exclamó.
Bajó del carro e ignorando los cuerpos de los legionarios ordenó abrir la jaula.
–¿Os parece bonito? –Les preguntó a sus presos–. Podíamos haber sacado un buen negocio adelante pero no, el señor capullo tenía que gritar... ¿qué era eso? Ah sí, ¡por el primero! Pues serás el primero en recibir una lección, el primero y el último. Creo que la necesitas. ¡Sacarlo fuera! –Ordenó airado.
Lo sujetaron entre dos de los esclavistas mientras Becar desenrollaba su látigo delante de él.
Madrix se acercó a Thomas.
–Éste es Becar –le presentó–. Es un gran arquero, ¿sabes? El mejor que yo haya visto. Por eso le tengo conmigo, claro.
–Encantado –contestó irónicamente Thomas.
–¿Encantado? ¡Ya! No creo que lo estés. ¿Sabes? No sólo tiene buena puntería con el arco, con el látigo..., con el látigo es un maestro.
–Lo creo –volvió a interrumpir.
Un puñetazo de Madrix lo silenció.
–Sebral, ¿puedes hacer algo? –susurró Neamer.
–Sí puedo. Pero no nos desharíamos de ellos y después, ¿qué? Estoy demasiado débil para algo mayor.
–De ésta no sale –sentenció Ermis.
–Calla –le ordenó Shárika rabiosa por la impotencia.
Madrix se hizo a un lado y dijo:
–Maestro, demuéstranos lo que sabes hacer.
El látigo acertó el rostro de Thomas a la primera. Después Becar se recreó formando un macabro mosaico en la piel del legionario. Aunque no lo demostrara Madrix observaba fascinado el coraje y aguante de aquel legionario que recibía el castigo en completo silencio.
–¡Basta! –Interrumpió–. No tenemos tiempo. Acabar con él y luego meter todos los cadáveres en la jaula. Tendremos que viajar de noche para salir de Xhantia cuanto antes.
Becar guardó su látigo. Otro esclavista se acercó al sangrante Thomas y empezó a propinarle una serie de puñetazos. Cuando Thomas se derrumbó sobre la hierba varios esclavistas se unieron con su compañero para darle patadas al rebelde esclavo.

sábado, 26 de mayo de 2018

7.6 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / traición y huída en Trípemes.

Ya sabíamos que Trípemes era un estercolero. El paraíso de la baja estofa. Ahí donde el mal anida y se expande como una enfermedad al resto del mundo. Pero hubo un tiempo en que se intentó erradicar ese mal.




-Anteriormente:
«Las marcas de la paliza eran patentes en su rostro y brazos, y sólo la mitad de los cortes sufridos parecían haber cerrado, pese a la magia de Sebral.
–Sobreviviré... creo –pero al intentar incorporarse el dolor le obligó a gritar–. Si no me muevo, claro está –añadió.
La tensión se rompió en un aluvión de risas contenidas que todos agradecieron.»

–Con él esto no nos hubiera pasado –dijo Saera.
Era un comentario impertinente propio de una niña. Una acusación velada que nadie tuvo ánimos de responder.
–Ese hombre salvó mi vida –confesó Ermis después de un incómodo silencio.
Shárika, que comenzaba a dudar de su capacidad de liderazgo y de llevar la misión a buen término, le contestó:
–Nos la salvó a todos.
–No –hizo una pausa–, antes. En Trípemes.
–¿Qué pasó? –Quiso saber Saera.
Ermis tragó saliva. Estaba apunto de romper un juramento de silencio sobre lo sucedido en aquella maldita ciudad, pero lo volvió a meditar y permaneció en silencio deseando no haber dicho nada.
Todos aguardaban expectantes, incluso el incesante traqueteo del carromato había vuelto a enmudecer interesado en su historia. La incesante curiosidad de Saera le azuzó para continuar.
–Todas las ciudades tienen sus bajos fondos –comenzó a explicar–Algunos más grandes que otros pero incluso la más pequeña de todas posee una calle en la que una dama no se aventuraría una vez ocultado el Sol. Pero Trípemes –respiró meditabundo para tomar fuerzas–, Trípemes es toda un bajo fondo –dijo acelerado–. Vale que todas las ciudades pueden ser peligrosas de noche, pero en esa ciudad no hay calle libre de la delincuencia: Asesinatos, robos, peleas... todo campa por doquier. La Guardia permanece asustada en sus cuarteles por la noche patrullando por el día en grupos de siete u ocho. Las casas nobles están corruptas y el Virrey vive temeroso en su palacio. Pero incluso en esta fétida ciudad hay también bajos fondos; el Inframundo lo llaman.
–Los bajos de los bajos fondos –bromeó Thomas haciendo sonreír a Saera.
–Sí. Ahí se oculta Miklos, el auténtico dueño de Trípemes.
–Y ahí estabais vosotros, ¿me equivoco? –Preguntó Sebral.
–No, no te equivocas. Después de dos incursiones en el Inframundo aquella vez parecía la definitiva. Cien legionarios entramos en aquel laberinto de callejones detrás de un guía que juraba por los dioses conocer el Inframundo como la palma de su mano.
–¿Os traicionó? –Quiso saber Shárika.
–La vanguardia cayó al instante. Cuarenta almas fulminadas bajo una lluvia de lanzas y flechas arrojadas por simples rateros y asesinos.
«Los restantes..., algunos se intentaron proteger con sus escudos y avanzar, otros simplemente huimos –confesó.
»Corrimos entre un mar de cuerpos que caían y se abatían entre gritos de dolor. Esquivando a nuestros compañeros que luchaban contra aquella escoria. Varios de ellos intentaron cerrarnos el paso pero uno a uno fueron abatidos por flechas y saetas; creo ahora que él nos cubría mientras huíamos asustados. Alcanzamos un callejón lateral, luego otro y después otro. Sin parar de correr dejamos aquella matanza atrás sin volvernos a mirar ni siquiera un instante.
»Hubo un momento en el que nos llegamos a perder. Fue entonces cuando miramos el callejón recorrido y vimos varios cadáveres de nuestros perseguidores que nosotros no habíamos dejado. Seguimos corriendo y por fortuna logramos salir de aquel laberinto. Aquel día Nebra tuvo que ampliar su reino y Sark nos maldijo por nuestra cobardía.
»Entonces juramos no contar nada a nadie.
–A veces, una retirada a tiempo supone la mayor de las victorias –le intentó animar Thomas.
–Huimos cobardemente.
–Ermis. Te he visto cumplir mis órdenes, luchar valientemente a mi lado. Tú no eres un cobarde. Sé que no eres un cobarde –le dijo Shárika.
–Pero lo fui, mi sargento.
–¡Y dale! –Exclamó Thomas. –No puedes pretender ser como El Errante. 
–Eso es cierto, muchacho –le dijo Shárika.
–Puede ser, pero me gustaría serlo –deseó–. Hasta conocerle creía que era un mito, una leyenda cuyas hazañas eran producto de la desbordante imaginación de un juglar, cuentos para niños. Pero después de verlo luchar, ¡parecía pasearse entre los monstruos del Bosque Lubre!, he de creer todo lo que de él se dice.
–¡Oh! –Exclamó Sebral con una sonrisa –. Sí, es capaz de todo eso y de mucho más. Incluso él solo ganó una guerra... –hizo una pausa pensativo– pero hablo demasiado y debo callar –concluyó.
–Vamos, sigue –rogó Saera.
–No cariño. Hice un juramento de silencio que no pienso romper.
–Yo lo he roto –protestó Ermis.
–Tu elección, nadie te ha obligado a ello. Yo callaré.
–¡Callaos los de dentro! –Gritó uno de los esclavistas– ¡Silencio!

domingo, 20 de mayo de 2018

7.5 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / Neamer, la amazona.

La magia puede ayudar a curar las heridas físicas, pero las heridas del corazón, un alma rota, tarda mucho más en curarse. Es tiempo de revelaciones y buscar apoyo en los demás.

Hecha un ovillo Shárika lloraba junto a la entrada de la jaula mezclando sus lágrimas con la sangre que no paraba de manar de su nariz –aunque cada vez con menos intensidad–. Ermis, rabioso de impotencia, buscaba palabras de consuelo pero todo aquello que deseaba decir se enganchaba en su escasa educación. No era cierto que se olvidara de la reciente pérdida de un compañero pero acostumbrado como estaba a la muerte era la visión de su superior la que le rompía el corazón.
Saera, despierta junto a Sebral y libre de cadenas y grilletes, intentaba consolar a la mujer a la que había aprendido a respetar y querer. Pero sus abrazos y palabras de consuelo rebotaban frente al muro que Shárika había construido.
Encerrada en sí misma no tuvo siquiera palabras de agradecimiento para Sebral, el cual mediante su magia había conseguido mitigar su dolor físico. Pero las viejas heridas internas todavía estaban; y dolían más que nunca.



–Neamer... –contestó entre sollozos a las continuas llamadas de Saera.
Fue casi un susurro que nadie entendió.
–¿Cómo? –Preguntó Sebral.
Shárika consiguió frenar sus lágrimas a fuerza de voluntad.
–Neamer, mi auténtico nombre es Neamer.
Ante esta revelación nadie dijo nada. Mudos en la oscuridad de la jaula tapada con rotas lonas miraban estupefactos a la sargento.
–Nací esclava en el reino de Ellodes, junto a la Gran Muralla –continuó explicando y poco a poco su voz se fue serenando–. Nací y crecí esclava bajo las órdenes del gobernador local. Me vi obligada a obedecer en todo momento y situación. Durante años sufrí abusos del gobernador y su familia pero llegó un día en el que, siendo una adolescente, me rebelé ante sus continuas humillaciones.
Durante la confesión el mundo parecía haberse silenciado; incluso el traqueteo del carro había desaparecido brindándole a la destrozada Neamer completo protagonismo.
–Mi intento fracasó casi en el mismo instante en que lo pensé y por él fui condenada a muerte. Tuve suerte... cuando el verdugo iba a bajar el hacha un famoso tratante de gladiadores que había oído mi historia me compró fascinado por mi carácter violento y rebelde.
«Fui entrenada como gladiadora debutando en un pordiosero circo de pueblo para adquirir pronta fama. A los pocos años me llevaron a Lazheria en cuyo circo se batían los mejores gladiadores del mundo. Fui presentada como Neamer, la Amazona.»
Ermis, pese a estar fascinado por la revelación, intentaba calcular su situación: Les faltaba un día, aproximadamente, para alcanzar la frontera de Lican. Llevaban medio día de camino en la misma dirección. ¿Se dirigían sus captores a su mismo destino? ¿Hacía la capital de Lican, Lazheria, tal vez? ¿Conseguirían pasar la frontera con tres legionarios en su jaula? Estas preguntas bailaban en su mente durante el viaje pero por más que intentara responderlas no concebía respuesta alguna.
–Como Neamer, la Amazona, conquisté mi libertad en Lican. Aquel día juré por los dioses que nadie más volvería usarme –continuaba explicando Shárika. Aunque saltaba a la vista su incomodidad al contar su secreto parecía que le había hecho olvidar las humillaciones a las que se había visto sometida horas antes.



–Entonces hubo un incidente. Un capitán de la guardia intentó obligarme a acceder a sus deseos. Con mi daga marqué su rostro. Aquella misma noche huí del reino hacia Ákrita; en donde me enrolé en la Legión.
–Vaya. Parece que nuestra sargento tenía más de algún secretito –dijo Thomas.
Encadenado y medio tumbado en la jaula parecía haber estado inconsciente durante todo el camino –¿Aprendisteis a cocinar? Tengo un hambre atroz –Preguntó sonriéndole.
–Sabía que podía contar con tu comprensión –le contestó Neamer correspondiéndole la sonrisa.
–Un legionario siempre apoya los suyos, ¿cómo te encuentras?
–Mejor, mucho mejor, ¿y tú?
Las marcas de la paliza eran patentes en su rostro y brazos, y sólo la mitad de los cortes sufridos parecían haber cerrado, pese a la magia de Sebral.
–Sobreviviré... creo –pero al intentar incorporarse el dolor le obligó a gritar–. Si no me muevo, claro está –añadió.
La tensión se rompió en un aluvión de risas contenidas que todos agradecieron.

sábado, 12 de mayo de 2018

7.4 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / asalto nocturno.

No es ya por orgullo. Es por negocios. Miklos necesita saber que ha pasado con los tres esbirros que envió de visita al Errante. No puede dejar cabos sueltos pues su poder depende en gran medida del respeto que le tengan. Para ello nadie mejor que su asesina favorita.



Lejos estaba de ser aquella chiquilla de ocho años que correteaba por las praderas nevadas de Ellodes junto a las Tierras Secas. El férreo régimen militar del reino de Ellodes permitía al gobernador de cada región reclutar a aquellos que estipulase oportuno para la defensa de la Gran Muralla, en la frontera con los reinos del sur. Para evitar la corrupción y la correcta salvaguarda de los bienes de aquellos que fueran reclutados, que en ocasiones de extrema urgencia alcanzaban a ser familias enteras, los autoproclamados Señores de la Guerra como regidores del reino crearon la figura de los vigilantes. Una profesión no exenta de peligros que sólo debía responder ante ellos, dándoles así completa independencia frente a los poderes locales.
Su padre había sobrevivido a cuatro gobernadores y estaba cerca de superar el quinto cuando su hijo mayor ingresó en su cuerpo para obedecerlo dentro y fuera de casa. Ella, deseosa de demostrar su joven estupidez, trató de enrolarse con su hermano pero su padre se lo impidió.
Escondida en el carromato de unos buhoneros, la niña de once años huyó de su hogar hacia la capital en donde intentó enrolarse en el ejército. “Eres una niña”, le dijeron. “Vuelve a casa”, “Corre tras tu madre”, le aconsejaron. “¿Te crees una amazona? ¡Pues vete con ellas!”, le insultaron. Pero un hombre vio más allá de su andrajosa apariencia externa y la adoptó, la reclutó y la entrenó. Se convirtió en la asesina más joven de todo el reino; quizás de todo el mundo: un pobre borracho fue su primera víctima, su padre la décima.
 Dicen que los asesinos profesionales son los únicos humanos sin conciencia. Es mentira. Poseen el don de silenciarla y mantenerla apartada en un rincón sin que les moleste, pero ésta cada vez se hace más fuerte y cada vez les cuesta más ignorarla. Una vez más volvió a huir lo más lejos que pudo.
A los veintiun años conoció a Miklos convirtiéndose en su favorita tanto dentro como fuera de su alcoba. Desde entonces había gozado de su posición de privilegio trabajando sólo en lo esencial, los asuntos más graves que exigían la mayor discreción. Pero hoy Miklos se encontraba especialmente alterado.
Como un torrente había entrado en su habitación privada sobresaltando a la asesina y al filo de perder la vida por ello. Después del susto y la disculpa le encomendó eliminar un inquilino de la posada del Cedro Rojo. No le dijo quien era, ni porque debía hacerlo.
–Ten cuidado, mucho cuidado –le había dicho. Y sus palabras resonaban en su cabeza al tiempo que sus pies (descalzos, únicamente vendados como mandan las normas de su hermandad) se deslizaban silenciosamente por los tejados de la ciudad. Aquellos que alcanzaban a verla cerraban sus puertas y ventanas para impedir que el mal entrara en sus hogares, aumentando la confianza de la experta asesina.
Como una amante furtiva se coló por la ventana de la habitación. Sus ojos expertos examinaron la estancia: a la derecha un hombre descansa medio desnudo tumbado en un camastro de madera; a sus pies y repartidos entre la cama y la puerta del fondo, tres cuerpos decapitados. En un rincón a la derecha sus tres cabezas amontonadas.
Pese a estar acostumbrada como estaba a la muerte el cuadro le incomodaba obligándole a volverse a preguntar sobre la identidad del durmiente. Porque seguía durmiendo; su respiración no había variado y nada hacía pensar que se hubiese percatado de su presencia. Su equipaje descansaba al lado de las cabezas y no parecía tener ningún arma a mano.
Se acercó a él.
No conocía a ese hombre. Es cierto que en Trípemes, y sobre todo por los lugares que se movía, había conocido a muchos piratas con un parche en el ojo pero a éste no. No era un pirata. Tardó un poco en darse cuenta de quien tenía delante; las leyendas y relatos que se contaban sobre él se agolparon en su cabeza. «Miklos, hijo de la gran perra. ¡Es el Errante!». No podría hacerlo. ¡Nadie podía hacerlo! Muchos lo habían intentado antes que ella y habían fallado. Lo sabía muy bien porque conocía a varios de ellos. Cabía la posibilidad de que no fuera él, sino un farsante en busca de pronta fama. No, si fuera así Miklos se lo hubiera dicho. 
Cerca estuvo de dar media vuelta y huir de aquella habitación. Sería la tercera vez en su vida que hacía algo así. Decidió cumplir su misión. Se volvió a concentrar en su víctima; respiración regular, ningún movimiento. Con extremo sigilo alzó su cuchillo y asestó el golpe fatal apuntando directamente a la yugular.
La férrea mano de Vángar agarró el brazo de su asesina evitando su muerte.
–No pensarías tener éxito, ¿verdad?
La mano derecha le asió la hebilla del cinturón y tirando de ella la alzó a pulso lanzándola al otro lado de la habitación. El Errante se levantó del camastro lentamente mostrándole a su asesina el torso desnudo. Apenas tuvo tiempo de contemplar sus tatuajes pues Vángar saltó sobre ella impidiéndole recuperar su cuchillo perdido.
Sus ojos brillaban como los de un lobo en la oscuridad envueltos en un alo de furia animal. Por primera vez tuvo miedo. Vángar le asestó un puñetazo en la cabeza, luego otro, y otro, y otro más, y otro. Con las manos llenas de sangre volvió a levantar el cuerpo inconsciente de la asesina y sin ningún esfuerzo lo lanzó por la ventana como quien se desprende de la basura. El cuerpo golpeó el edificio de enfrente para caer sonoramente sobre el empedrado de la calle.
«Parece ser que no me van a dejar descansar», pensó.


viernes, 11 de mayo de 2018

Trailer Predator (2018)

Mientras los frikis -y no tan frikis- esperamos el estreno de Han Solo acaban de publicar el trailer de Predator (el bicho este que se dedica a cazar por el espacio y que tuvo la mala suerte de topar con Terminator hace unas décadas).

Desconozco si se trata de una especie de remake o relanzamiento de la franquicia; o si continua las tres películas; o si continua las cinco (si tomamos las de Alien vs Predator). Por el cartel podríamos deducir que pasa olímpicamente de las del famoso cruce con los aliens. Pero la verdad que el hecho que las dirija el director de Iron Man 3 no me inspira mucha confianza. Al menos espero que lo trate con el suficiente cariño, ya que fue una de sus víctimas en la primera película.

Sea como sea, aquí está el trailer.




sábado, 5 de mayo de 2018

7.3 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / violencia y agresión.

Donde el esclavista se ciega y relame con la posible recompensa y se muestra la cara más deleznable del ser humano con Shárika como víctima. 


El resto lo ignoraba pero antes de partir Madrix tuvo una interesante reunión con Prefino, jefe de los 
esclavistas, en su reciente base del Agujero: Prefino le indicó que buscaba un grupo de personas. «Un anciano con una niña, que posiblemente vayan acompañados por unos legionarios.», le explicó. También le dijo que no era necesario que los capturara –incluso existía la posibilidad de que no se cruzaran por su camino– pero si por algún casual volvía con ellos al Agujero sería gratamente recompensado.
Ni sabía el porqué de sus intereses y ni le importaba, pero la visión de la recompensa le hizo feliz sin poder evitar otra sonrisa.
Prefino conocía bien a Madrix y comprendió al instante el significado de este gesto.
–Te lo vuelvo a repetir. No es necesaria su captura. Si vuelves con ellos y me entero que has arriesgado de algún modo la vida de tus hombres yo mismo te arrancaré la piel a latigazos. No tengo que recordarte los que somos –refiriéndose a los esclavistas– y que los recolectores nos superan en destreza, pese al número –le indicó refiriéndose a los originales habitantes del Agujero.
Becar fue a protestar pero los gritos de Shárika le interrumpieron. Madrix ignoró los gritos y le preguntó al arquero:
–¿Qué sucede?
No es que debiera preguntárselo pero si conseguía convencer a Becar de la necesidad de llevarlos al Agujero no tendría ningún otro problema con el resto de salvajes que le acompañaban.
–Es demasiado peligroso –contestó Becar.
–Lo sé. Ocultaremos el cadáver y con él las armaduras del resto. Tendremos que cubrir el carro con la lona hasta que lleguemos al Paso Libre. –Chasqueó asqueado la lengua–. Es un asco pero te aseguro que no lo haría si Prefino no me lo hubiera ordenado.
La última frase tuvo el efecto buscado. La sola mención de Prefino convenció al arquero de la conveniencia de no discutir las nuevas órdenes. Aquel perro bastardo era capaz de desollarle si se enteraba que retrasaba la misión de Madrix.
–En ese caso démonos prisa.
–Sabía que lo entenderías. Bajemos a ver que demonios sucede.
A los gritos de la legionaria se habían sumado los de Ermis y Thomas. Al parecer los tres legionarios forcejeaban desarmados contra los esclavistas que pretendían hacer pasar un rato desagradable a la sargento.
En medio del forcejeo Thomas se hizo con la espada corta de uno de sus apresores y cargó con ella contra el bastardo que pretendía violar a su superior. Ermis, haciendo gala de mayor presteza, bloqueó a dos esclavistas que le salieron al paso dejando el campo libre a su compañero que con el arma en alto se preparaba para asestar el golpe mortal.
Una flecha se clavó en su mano desarmándole y deteniendo su acometida en seco.
–Por las barbas de Begor, ¿qué demonios pasa aquí? –Gritó Madrix–. ¿Cómo permitís que dos hombres desarmados...? ¿Es qué, por todos los dioses, no tenéis armas? ¡Usarlas patanes estúpidos!
Mientras los esclavistas miraban avergonzados a su jefe Thomas se arrancó la flecha de la mano e intentó alcanzar la espada corta que descansaba en el suelo.
El arquero –el único que valía lo que ganaba en ese grupo de indeseables– disparó otra flecha que fue a clavarse junto a la espada a modo de advertencia.
Ermis saltó hacia él pero se detuvo cuando éste le apuntó con otra flecha.
Dos esclavistas se arrojaron sobre Thomas propinándole una paliza de puñetazos y patadas que le hicieron perder la consciencia. Otros dos sujetaban a la ya semidesnuda Shárika mientras que el último de ellos desenrollaba sus boleadoras del cuello de Sebral.
–¿Quieres que te pase lo mismo? –Preguntó Madrix a Ermis señalando a su sangrante compañero.
El legionario parecía un gato tenso presto al ataque pero pronto comprendió que no tenía opción. Sus músculos se aflojaron. 
–Bien. ¡Quitarle la armadura y meterlo en el carro! –Ordenó Madrix a los esclavistas.
Esperó pacientemente a que cumplieran sus órdenes mientras Becar y Telsat –el boleador– aguardaban vigilantes a su lado.
Ermis fue conducido a un carro situado en lo alto de la ladera. Un estrecho carro de madera de grandes ruedas sobre cuya plataforma se había construido una resistente jaula de hierro para transportar la “mercancía” de un mercado a otro. Varios grilletes se encontraban distribuidos a cada lado siendo Ermis encadenado en los últimos de ellos; junto al entablado que separaba el asiento del conductor del resto del carro.
El insoportable hedor de excrementos y desechos de anteriores inquilinos mezclados con la paja que cubría el suelo asaltó su estómago obligándose a realizar titánicos esfuerzos para no vomitar.
Cuando los esclavistas acercaron el carro –carromato– ladera abajo, junto a Madrix, éste les ordenó:
–Quitarles esas armaduras a éstos también y esconderlas bien junto al río –señalando una zona de arbustos junto a la orilla–, y deshaceros de los cadáveres.
Mientras los dos esclavistas pagaban su desliz la gruesa figura se acercó a Shárika que continuaba presa por los otros dos esclavistas, con una amenazante espada en su cuello.
De un tirón rompió su camisa dejando al descubierto sus abultados senos.
Telsat rió, y con él el resto de los esclavistas mientras ella se tragaba su orgullo.
–¡Por Vela! –Exclamó invocando a la diosa del placer–. Mira Telsat lo que nos han traído los dioses. Creo que hay tiempo para un poco de diversión, ¿no creéis chicos?
Todos respondieron con vítores.
–Yo misma te arrancaré las entrañas, ¡perro! –le amenazó Shárika y el fuego de la ira rasgó sus ojos.
Pero Madrix era un esclavista experto que no se dejaba amedrentar por ninguna de sus “mercancías”.
–No, no lo harás. Porque si te resistes usaremos a la pequeña y tú no quieres que eso suceda, ¿verdad?
Tan cerca estaba de ella que Shárika le propinó un fuerte rodillazo en los testículos presa de la rabia dejándole de rodillas en el suelo. Como premio un puñetazo de Telsat le rompió la nariz, que empezó a sangrar.
Madrix se repuso rápidamente.
–A por ella chicos –dijo dándoles libertad.
Shárika volvió a gritar pero esta vez no puso demasiada resistencia. Aquel gordo cabrón había acertado en sus palabras; no dejaría que Saera corriera la misma suerte.
Madrix se separó junto a Becar y le susurró:
–Haz correr la voz sin que éstos se enteren –dijo refiriéndose a los nuevos esclavos adquiridos–, si alguien toca a la pequeña yo mismo se la cortaré, ¿está claro?
Desconocía lo que Prefino quería hacer con ellos pero seguro que la niña era doncella y no iba a permitir que un detalle como ese bajara la recompensa.
–Cristalino.
–Bien. Buen chico. Dile a esos dos que recojan los cuerpos del viejo, la niña y el legionario al que has ensartado y mételos en el carro. Que les pongan los grilletes y luego únete con tus compañeros a la juerga. Pasa un buen rato, te lo has ganado.