martes, 20 de marzo de 2018

6.7 El Errante: las bestias de la guerra Ep.6.7

La bella Sylvania reposa en la penumbra de su alcoba. Su habitación la abriga mientras meditaba sobre el coste real de la creación de un ejército mediante la magia. Su debilidad empezaba a ser patente. ¿Cómo iban a defender un reino tomado por la fuerza si ya no les quedan fuerzas para sostenerlo?


Era obvio que con el tremendo poder que requería la creación de los juggers –y sobre todo ahora que les había proporcionado mayor independencia– la idea original de crear un poderoso ejército de éstos había caído en saco roto. Sólo diez había creado y sus fuerzas, aunque hizo uso de ellas racionadamente, estaban tan mermadas que se sentía incapaz de realizar un simple hechizo de iluminación.
  Por eso, cuando el sirviente interrumpió su descanso en la oscura habitación, sus esfuerzos para alumbrar la estancia mediante la magia –como siempre le gustaba impresionar a sus subordinados– fueron vanos.
  –Los cazadores han llegado, mi señora.
  La noticia espoleó la adormecida mente de la hermosa Sylvania. Despidió al sirviente y cubrió su perfecto cuerpo con suaves telas oscuras. Se detuvo para observarse en el espejo. Estaba claro que no era el mejor rostro de su vida, pero no podía hechizarlo ni tenía tiempo para mejorarlo por medios naturales. Exasperada se dirigió a las cuadras. 
  ¡Los cazadores! Casi los había olvidado. Hacía un mes, después del tratado de paz con las tribus del norte, les había encargado la caza de todos los tigres dientes de sable que pudieran encontrar. Ahora volvían de las heladas tierras más allá de los montes de Numex con el fruto de su expedición. 



  No podían ser más oportunos: originalmente los tigres serían usados para la creación de los juggers produciendo una amalgama más poderosa y resistente que el original. Mientras bajaba las escaleras pensaba en crear otra especie de guerrero. Otra criatura posiblemente menos inteligente que los juggers pero igual de poderosa gracias a la materia base, quizás un hechizo más sencillo. Uno en el que se pudieran usar runas que facilitaran su creación.
  Las cuadras bullían de agitación. Los cazadores habían sido recibidos con reticencia a pesar del reciente tratado. Los fieros rostros norteños examinaban los asustados guardianes que les tenían rodeados. Si bien ninguno de los dos bandos mostró sus armas desnudas la tensión se podía cortar con un cuchillo cuando Sylvania apareció.
  –¡Dejadles! –Ordenó autoritaria. –Dejadnos a solas.
  Su orden fue obedecida al instante quedando sola frente a los siete norteños. No le gustaba en absoluto pero no podía dejarse intimidar por aquellos bárbaros.
  –Os fuisteis diez y volvéis siete –observó.
  –Toda cacería tiene sus bajas. Espero que éstas sean bien recompensadas –dijo el norteño más cercano a ella. Un rubio barbudo cuyas largas melenas caían sueltas en sus hombros cubiertos por gruesas pieles blancas sujetas en su cintura por un ancho fajín de cuero.
  –Si la mercancía lo merece lo serán sin duda alguna.
  –Podéis comprobarla si os place –le dijo otro rudo norteño señalando el carromato que tenía a sus espaldas con su pulgar.
  Ella pasó entre ellos aparentando serenidad, se acercó a la bestia peluda que tiraba el carromato de cuatro metros de largo por dos de alto; lleno hasta arriba de los cadáveres de los blancos tigres del norte.
  –¿Sólo traéis estos?
  –Oh no. Hay muchos más –le dijo el primer cazador señalando más allá de las cuadras.
  Nueve carromatos de igual tamaño esperaban en fila india traspasando los límites del castillo.
  –¿Cómo habéis conseguido tantos ejemplares en tan poco tiempo?
  –Desde que el Errante acabó con la gran serpiente del hielo se han quedado libres de su depredador natural. Durante dos años nosotros hemos sido los únicos que les hemos dado caza.
  El Errante, siempre el Errante. Lo único que había hecho bien su marido fue ordenar su ejecución cuando lo tuvo preso. “Demasiado peligroso para seguir con vida”, dijo. Ahora se arrepentía de haberlo liberado presa de la lujuria. No había tardado mucho en entrometerse en sus planes pero ahora además debía de estarle agradecida. Sentía como la cólera invadía su razón pero en un acto de autocontrol la apartó con un gesto de su cabeza.
  –Habéis cumplido con creces lo pactado. Creo que os habéis merecido un plus en vuestra paga.
  Sus palabras fueron recibidas con gritos de júbilo por parte de los cazadores.
  –Llevadlos al segundo pozo en construcción y después volver para cobrar vuestra paga. Un sirviente os guiará hasta allí y os traerá de vuelta.

No hay comentarios: