martes, 22 de septiembre de 2020

8.4 El Errante: las bestias de la guerra. - ¡Piratas de agua dulce! / profanación.

 Atrapados, su camino se desvía al sur, al desierto. Lejos de la esperanza.


Anteriormente:

–La fortaleza de Elt –susurró Shárika.
Aquella obra de ingeniería, construida con el mejor alabastro de Ákrita, consistía al mismo tiempo puente y paso fronterizo del este de Xhantia con Lican. La luz de las antorchas se reflejaba con más nitidez en sus resplandecientes muros que en las agitadas aguas del río Bram. Las murallas coronadas de almenas rodeaban todo el perímetro del ancho puente obligando a las rutas mercantes a pasar por la fortaleza para cruzar la frontera. El núcleo de la fortaleza estaba situado en el centro del puente en forma rectangular y rematado con una ancha torre cuadrada en el lado oeste en donde se alojaban los aposentos privados de Elt y su familia.
«El puente del Destino.», pensó Sebral. Pero todas las esperanzas que podrían tener se esfumaron al tomar de nuevo conciencia de su situación: Encerrados junto a varios cadáveres en una sólida jaula, sobre un traqueteante carromato; rodeados por los furiosos esclavistas, que no dudarían en acabar con ellos al más mínimo indicio de fuga; presos por férreos grilletes, a excepción de Saera; sin fuerzas y mal nutridos; sin la energía suficiente para poder conjurar varios hechizos que en otro tiempo les hubiera salvado de apuros peores.
Desesperanzado dio un bufido que se mezcló con el último suspiro de Thomas.
El legionario había muerto.
Y él no había podido hacer nada para remediarlo.

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Ahora:

Hubo un tiempo en que aquello no habría pasado. Lamentándose de su dilatada inactividad en el uso de la magia el antaño poderoso Sebral se juró a sí mismo que volvería a tomar posesión de su extinto poder y posición en las artes mágicas; que no en vano fueron de gran ayuda cuando tomaron el trono de Ákrita.
–Olvídate de ello –ordenó a Saera tan pronto como se percató del odio que emanaba de su rostro. La furia mezclada con un profundo sentimiento de venganza era palpable en la reducida jaula.
–¿Cómo? –Preguntó la princesa.
–Se lo que piensas: Quieres venganza; que paguen por lo que han hecho; acabar de una vez por todas con aquellos que tanto mal te han procurado.
Saera no respondió.
–Destierra esos pensamientos de tu mente princesa. La venganza sólo produce más violencia y dolor. Hay ya suficiente mal en el mundo como para desear aumentarlo. Es competencia de los dioses decidir sobre la vida y la muerte. Medítalo profusamente pues de ello puede depender tu futuro.
Horas de meditación después alcanzaron un estrecho puente de piedra que sobre un gran arco se alzaba varios metros sobre el río Bram; el cual después volvería a virar bruscamente hacia el norte para bañar el Puente del Destino.
Pasaron el olvidado puente y pocos metros después pararon la marcha.
–¿Dónde estamos? –Preguntó Ermis.
–En el Paso Libre –Respondió Shárika mirando por entre uno de los rotos de la lona que les cubría la jaula.
–¿El Paso Libre? Nunca había oído hablar de él.
–Es parte una antigua ruta mercante que unía los reinos del norte con los reinos del sur; la cual, bordeando la Cordillera de Panthas, atravesaba las ahora Cañadas de Liorot. A modo de gran cortafuego cruza en recto los bosques del sur de Xhantia y Lican, dividiendo así el reino oculto de las amazonas.
–¿Por qué se llama el Paso Libre? –Preguntó de nuevo Ermis recalcando el adjetivo Libre.
–Porque según un antiguo tratado ninguna amazona intervendrá en nada de lo que en él acontezca. Una medida inteligente la de acampar aquí antes de que salga el Sol –añadió.
La lona fue retirada entre risas y la puerta se abrió para permitir que dos fuertes brazos arrastraran afuera a la debilitada Shárika.
El esclavista la arrojó al suelo sonriente y luego se tumbó sobre ella.
Primero sus manos recorrieron su cara, sus labios; pronto bajaron para manosear sin arte ni gracia la curvatura de sus pechos semidesnudos. Con un alarde de impaciencia el esclavista arrancó los restos de sus vestiduras para poder deleitarse aun más con la vista. Con sus manos abrió las piernas de la legionaria mientras su baba salpicaba el rostro de una esclava sumisa. Su verga penetró brutalmente produciendo una mueca de dolor en su víctima.
Durante el tiempo que duró aquella humillación Neamer buscaba distanciar su mente de todo lo que le estaba sucediendo: Intentó rememorar aquellos tiempos de gloria en la que era la gladiadora más famosa. Su ingreso en la Legión. Las pobres muestras de afecto que había recibido de alguno de sus pretendientes. Sus caras, sus manos, sus besos. El rostro del Errante la besó con delicadeza en la frente; besos más cortos y rápidos le cubrieron la mejilla alcanzando su oreja izquierda. Pequeños mordiscos en ella la colmaban de una extraña sensación de impaciencia. Deseaba besarlo, acariciarlo. Él la besó con ternura en los labios; sus lenguas se encontraron y danzaron juntas. La recostó sobre una confortable cama de plumas.
La eyaculación del esclavista la obligó a volver a la realidad. Tan amable como antes aquel hombre le escupió en la cara para después añadir:
–¡Qué asco! ¡Huele a muerto! –Dejándola sola sobre la mancillada tierra.

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