sábado, 29 de diciembre de 2018

8.1 El Errante: las bestias de la guerra. -¡Piratas de agua dulce! / usurpadores y conspiradores.


Bueno. No podía terminar el año sin publicar nada de la novela. Sinceramente ha sido un semestre duro, bastante duro. Entre trabajo, estudios y demás obligaciones familiares no he dejado mi impronta en el blog más que un par de veces. Y no ha sido para seguir con esta historia. ¡Y eso que la dejamos cuando empezaba a ponerse interesante! 

Anteriormente:
Una extraña e invisible fuerza empezó a succionar la sangre de todos los presentes, excepto de Vángar y de Miklos. Les salía de la nariz, de los labios. Los ojos estallaban para dejar escapar chorros rojos que caían violentamente en el suelo. Se escapaba por las uñas, se abrieron todos los poros y la sangre manaba de los cuerpos para deslizarse sobre el suelo hacia el trono.
La sangre se detuvo debajo del libro sostenido por temblorosas manos. Formó una columna para elevarse y ser absorbida por el lomo y sus páginas.
–¡Tú! ¡Lo sabías! –Le acusó al Errante.
–Sí.
Vángar alzó su mano derecha y un portal azul apareció junto a él. La fatiga le atacó instantáneamente obligándole a tambalearse para atravesar el portal.
Al otro lado unas manos fuertes, al mismo tiempo que delicadas, sujetaron a Vángar cuando trastabillaba por el césped.
Vángar levantó la vista: Una amazona le sujetaba mientras susurraba amables palabras.
–Aquí está –le dijo mostrándole el frasco–. Lo he conseguido.
Las tinieblas nublaron su vista y lo último que alcanzó oír fue el grito de la amazona llamando a su reina.

Ahora:

8-¡Piratas de agua dulce!

El salón central del castillo presentaba un ambiente triste y fúnebre: Sus negras paredes siempre creaban un aspecto lúgubre que, para Sylvania, tenía la peculiaridad de sacarla siempre de quicio. Había intentado crear un ambiente más animado y agradable colocando coloridos tapices en sus
austeras paredes, pero nunca conseguía hacer más confortable la estancia. Su suelo siempre permanecía frío pese a las pieles que pusiera. ¿Y de qué le servía a ella vestir de elegante negro escotado si parecía estar siempre en un velatorio?
Pese al tiempo que llevaba en el castillo seguía odiando aquel lugar. Prefería mil veces su estancia, más arriba, a la que se llegaba por las inmensas escaleras acaracoladas, de la misma nefasta roca oscura, situadas a su izquierda; pero la ausencia de su marido le obligaba a tomar su lugar. Caía la noche y con desesperación pudo observar como la lumbre de las antorchas aumentaban el tono tétrico de aquel amplio salón.
Su marido mostraba un rostro más preocupado, sus cabellos pelirrojos caían rizados sobre su mortecino semblante demostrando así que las preocupaciones por la toma de poder habían ido mermando sus fuerzas de intelectual. Su barba, antes perfectamente perfilada, ahora se mostraba descuidada y manchada por los restos de una tardía comida que posiblemente había tomado a disgusto en el elegante salón comedor de palacio.
 Estaba situado frente a ella gracias a un canal mágico de comunicación que rasgaba el aire para abrir una abertura en la que podías ver y conversar con la persona deseada. Una especie de ventana hacia otro lugar en el mundo.
Ghinmes Eneiro observaba a su mujer con la apariencia estúpida de todo amante que no se atreve a formular la pregunta que le ronda por la cabeza.
Al final preguntó:
–¿Sucede algo? –Aunque no era el tema que pensaba tratar supuso que era una buena forma para llegar a él.
–Trípemes –Contestó ella fingiendo sobresalto por la pregunta.
–¿Trípemes? –Preguntó asombrado.
–Sí. La capital del antiguo reino de Beror, Trípemes. Me preocupa que intenten aprovechar el momento para volver a la independencia tan largamente soñada por su Virrey.
–Trípemes no es más que un pútrido agujero donde acude a esconderse toda la escoria del mundo.
–Ya, ya –confirmó Sylvania cansina–. Un pozo de desechos donde acuden todas las moscas, lo sé.
–Ya, ¿pero?
–Pero son muchas, demasiadas, y muy, muy fuertes en su número.
Hubo un momento de silencio en que Ghinmes meditó sus palabras mientras Sylvania fingía meditar en el asunto. Encontraba bastante más preocupante la falta de efectivos en su actual ejército, efectivos que su esposa había prometido proporcionarle, que la actual situación política de aquel vertedero.
–Creo que mandaré una delegación con un destacamento para asegurarme la lealtad del Virrey. –Le dijo para tranquilizarla un poco. No quería que otro asunto la distrajera de lo más apremiante.
–¿Y fragmentar así tu ya disperso ejército? –Le preguntó con fingida sorpresa la bella Sylvania.
–¿Qué otra opción hay?
Si Sylvania no tuviera tanto dominio de su mímica habría sonreído.
–Déjamelo a mí. Mandaré a tres juggers con un mensaje. Que me traigan su lealtad o su cabeza.
–Está bien. Hazlo –Confirmó Ghinmes sin pensarlo dos veces.
«Pues claro que lo haré, estúpido. Pero no será a ti a quien jure lealtad, sino a mí.», pensó Sylvania.
–¿Seguro? 
–Sí. Creo que será lo mejor. Como bien dices; con la mayor parte del ejército en la frontera este, junto al Valle de los Reyes, otra parte en el sur y la restante aquí no puedo permitirme el lujo de dividirlo aun más.
–De acuerdo –le contestó al tiempo que se erguía insinuando sus perfectos pechos–. Se hará como dices.
–Y hablando de mi ejército –se atrevió al fin–, ¿cómo va ese ejército de juggers que me prometiste? ¿Ese ejército sin la promesa del cual no hubiera traicionado a mi rey?
–Pronto, muy pronto tendrás nuevas sobre él. Te lo prometo –le dijo con una de sus más cautivadoras sonrisas.
–De acuerdo, hasta mañana pues. Te quiero.
–Yo también te quiero, un beso –y con un gesto que rayaba el desprecio cerró la comunicación.
No esperaba la última pregunta. Casi había demostrado el arrojo de un verdadero rey. Quizás debería de vigilarlo más de cerca, sólo quizás.
Los tres juggers aguardaban pacientemente fuera del campo de visión que había tenido el nuevo Rey de Ákrita
–Acercaos –les ordenó Sylvania.
Sylvania entregó un pergamino al jugger más cercano.
–Partiréis prestos a Trípemes. Exigiréis audiencia inmediata con el Virrey y le daréis esto para que lo lea. Que lo firme, o de lo contrario... arrasáis la ciudad.
En silencio los tres juggers dieron media vuelta marchando a cumplir su misión.
Sylvania con un gesto volvió a crear un canal mágico: La espalda bronceada de un musculoso guerrero de larga melena rubia apareció al instante.
–¡Prefino! –Llamó Sylvania
La espalda se volvió como por un resorte. El guerrero se arrodilló al reconocer a su ama.
–Mi señora –dijo con la mayor de las humildades.
–No te arrodilles perro. No intentes insultarme con tu fingida sumisión. ¿Cómo va la producción de savia? 
El aludido se incorporó ofreciendo a su señora una magnifica visión de su entrenado y castigado cuerpo.
–Aumentando mi señora. Bladir ha sido fácil de convencer en el momento que los números bailaban a su favor. Los recolectores han aumentado sus expediciones y trabajan día y noche preparando la savia de los cadáveres; lo cual nos deja aun más margen de maniobra al estar continuamente ocupados. Pero...
–Pero, ¿qué?
–Mis informadores me indican que La Asamblea de Xhantia ha cerrado sus fronteras con Ákrita y no dejan pasar ninguna caravana, del tipo que sea.
Imaginaba que algo así ocurriría. 
–No os preocupéis por ello. Enviar la savia a Ákrita, cuando lleguéis al Paso de Copro éste ya estará 
abierto a vosotros. 
–Como ordenéis, mi señora, así se hará.
–Mantendré el contacto. Hasta entonces que Begor os guarde.
Sin esperar respuesta a su formalismo Sylvania desactivó el canal y se sumió en sus pensamientos. 
Necesitaba que la savia no se agotara; todos los nobles de Ákrita eran adictos a ella –y los que no ya se encargaría ella de que lo fueran– y mientras tuvieran su dosis diaria de ese exquisito licor apoyarían al nuevo rey sin duda alguna. 
Se veía obligada a atacar el Paso de Copro. No era más que un destartalado puesto fronterizo que sabía que no aguantaría ni medio ataque de las tropas que ya tenía situadas cerca de él; pero tan fácil era conquistarlo como perderlo. Cerca de él Ciudad-Garra enviaría sus tropas para la defensa de Xhantia y la milicia respondería –si bien con menos prontitud– al ataque. Además corría el riesgo de que la Legión se levantara en armas contra Ákrita, cosa que no le pondría en ninguna cómoda situación.
Necesitaba más tropas, y pronto.
–¿Señora? –Preguntó una voz.
–¡Qué pasa! –Gritó Sylvania molesta por haber sido interrumpida. Y su timbre metálico, como el martillo en la forja, vibró en los oscuros muros asustando al sirviente que se orinó encima.
–El nuevo pozo, mi señora. Ya ha sido construido –contestó entre balbuceos.