domingo, 18 de febrero de 2018

Black Panther. Aquí Pantera Negra, oiga.

Aunque la pantera se vista de seda...



Descafeinada entrega del Marvel Comic Universe. Y no, no busco ningún chiste de segundo significado ni nada. El Principe, ahora Rey, de Wakanda apenas reina en la pantalla. Su paso por el universo cinematográfico pierde toda la fuerza que pudo tener en Capitán América 3 (hace ya dos años largos) para pasearse como un simple entretenimiento de segunda.

Me explicaré sin añadir Spoilers -eso luego-: la trama de la película se basa en un pequeño acontecimiento que se nos narra al inicio del film. Un acontecimiento que poco a poco nos irán dando más detalles hasta que nos demos cuenta de lo estúpido que resulta y de la poca base real que tiene la película.
Pues la película tiene sus escenas de acción, tres... y media, para rellenar metraje con más o menos gracia -pasables a ratos y en momentos espectaculares, así pues una de cal y otra de arena-. Posee un reparto actoral de lujo. Incluso aparecen Frodo y Gollum en la misma película. Esto sí ha sido un chiste. Una banda sonora cuyo único lastre son los toques hip hop que salpican de vez en cuando y una fotografía bien cuidada. De hecho se nota que le han metido dólares al asunto. Lastima que podían haberlo enfocado un poco más en el guión.
Aquel que vaya a ver la película disfrutará de una media parte bastante decente, a ratos muy entretenida y una segunda parte -por suerte la más corta- bastante, bastante... insuficiente. Sí, dejémoslo ahí. Todo por culpa del guión.

Examinando trajes molones y dispositivos tipo 007 ¿a quién se le ocurre poner la base tipo agente secreto junto a una mina?
Pasemos a explicar en que consiste el problema del guión. Para ello aviso que es imposible sin los famosos spoilers por lo que el que quiera ir virgen al cine ya puede pasar de aquí e ir al final.
    La mencionada escena inicial nos narra como el padre de T'Challa, siendo Rey de Wakanda, viaja a donde está su hermano autoexiliado -o algo así, carece de importancia- en un piso del Bronx, o cualquier barrio marginal de EEUU en el año 91. Descubierto como traidor a Wakanda, terrorista, aliado de terroristas y futuro agitador y... vete a saber que más cargos se le podía aplicar, su hermano, el Rey, le arresta para llevarlo a un juicio en su tierra nata, Wakanda. Sin embargo las cosas se tuercen y debe matarlo para defenderse a él y a un súbdito. Sin embargo en lugar de aceptar lo ocurrido y poder exponerlo en el consejo, Su Consejo pues él es el Rey y además no ha sido más que defensa propia y de su nación, decide ocultarlo y de paso también ocultar que dejan abandonado a su suerte a su nieto -que casualmente no se encontraba en casa en ese momento-. Aquí tenemos estupidez una y dos juntitas.

Una versión diferente de las Dora Milaje.

Más tarde T'Challa toma el manto de Pantera Negra y se hace Rey de Wakanda. No, perdón. Así es como sería en los cómics. Aquí hay un ritual tradicional entre las tribus de Wakanda para que los supuestos pretendientes de cada tribu puedan retarle por el trono. Menuda estupidez pues al principio se nos dice que el espíritu de la Pantera elige el Rey y de ahí viene toda tradición. No dice nada de un desafío ritual ni hostias en vinagre. Si el espíritu lo elige no lo elige el resultado del combate. Pero la estupidez se agranda cuando, después de explicarnos que de cinco tribus solo cuatro aceptaron que esto sea así (con sus rituales, tradiciones y demás derivados del origen legendario de Wakanda), la quinta tribu en discordia aparece en medio del ritual -¡cuando ya ha pasado el turno de los desafíos y casi tenía nuestro querido T'Challa la corona en la testa!- para retar a nuestro heroe y quitarle el trono. ¿Necesito repetir que ellos no aceptaron las costumbres, rituales y derivados espirituales del espíritu Pantera? ¿Por qué narices si quiera se les permite irrumpir en el ritual/trámite de coronación?
Pasan varias cosas después durante la primera parte de la película pero se tuercen con la llegada del primo de T'Challa. Sí, el niño de su tío muerto. Que por cierto el pobre Pantera Negra no sabía nada del tema hasta poco antes de su aparición: resulta que la misión consistía en traer al un terrorista que mató a uno de los jefes de un clan de Wakanda. Su hijo y actual jefe de dicho clan es amigo de ¿toda la vida? de T'Challa y pareja de su primera guardaespaldas o pretora o guardia imperial, aka llamadas Dora Milaje y lleva esperando justicia venganza casi 30 años. Así que es lógico que cuando su amigo y actual rey le confiesa que no ha podido traerlo se lleve un disgusto/pataleta/cabreo. Lo que sí es ilógico y una estupidez que su amigo no le cuente el porqué no lo tiene en su poder, ni lo sucedido. Lo que también es otra estupidez que cuando un desconocido le trae el cadáver del terrorista este lo acepte, lo adopte y lo apoye para destronar a ¡su amigo! Por mucho primo perdido lejano del Rey que sea este.
Y por último la estupidez de T'Challa de mantener el secreto que acaba de descubrir en el consejo que, como es normal, le revienta encima.
La hermana del Rey también llegó a ser
Pantera Negra y por lo tanto Reina de Wakanda.
Así pues tenemos una acumulación de estupideces en el guión que, para justificar la confrontación final, han lastrado la película y casi no te importa el resultado final del combate. Un combate bastante flojete. La verdad.

***Fin de spoilers***



Tengo que lamentar ciertas diferencias con los cómics. En los que el poder de Pantera Negra no viene por una sustancia líquida extraña si no por que es transmitido por obra y gracia del espiritu de la pantera (que tiene un nombre pero no me acuerdo). En esta película toda espiritualidad desaparece enseguida para dar paso a la maravilla tecnológica de Wakanda. Visto así. Tal y como lo han puesto Pantera Negra (el superheroe) es un Capitán América más, pero con un traje más molón.

En resumen: tenemos pues en nuestras manos una película medianamente entretenida. Para mí la peor de las ¿18? del MCU. Una decepción.

Lo mejor: lo que no se ve. La ambientación (sobre todo la tribu de la montaña), el diseño artístico y las dos escenas postcréditos.

Lo peor: un guión tonto, que se basa en unas motivaciones estúpidas, de niños de párvulos.

PD: ¿Veremos alguna vez a Pantera Negra casarse con Tormenta, al igual que los cómics?




miércoles, 7 de febrero de 2018

6.5 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.5

Los ladrones acudían al lugar en busca de una víctima y los asesinos vigilaban a la suya. Y la red se expande en silencio.

Por las noches la posada del Cedro Rojo solía estar llena de gente de toda clase y condición. Situada a escasos metros del barrio noble de la ciudad los corruptos aristócratas gustaban de gastar su envilecido oro en sus mesas con alguna de las prostitutas del lugar, o en las habitaciones que había en los dos pisos superiores. Los ladrones acudían al lugar en busca de una víctima y los asesinos vigilaban a la suya.
Pero a esas horas de la noche las mesas estaban vacías, el ambiente olía al alcohol servido horas antes y en el suelo se podían encontrar los restos de la juerga extinta. El Errante entró pasando por encima de un borracho que había confundido el sucio suelo de la posada con su perdida cama. Pasó junto a la barra donde una esclava se esforzaba por lograr que estuviera limpia para el día siguiente. Un noble perdido en una nube de alcohol y savia era abrazado por una astuta ramera que pretendía subirlo a una de las habitaciones.
Vángar soltó su petate encima de una de las mesas y se sentó junto a él esperando a la camarera.
La joven esclava, de pálida piel y contorneada figura cuya belleza poco tenía que envidiar con la ramera que metía mano al noble dos mesas más allá, se acercó al Errante.
Años de experiencia le bastaron para reunir valor suficiente y decirle:
–Vamos a cerrar, ya no servimos nada más.
Vángar no le miró. Su capucha impedía que la esclava pudiera ver su rostro.
–Una cerveza –le pidió. No, se lo ordenó.
–He dicho...
–¡Ania! –Le interrumpió una voz.
Balnor, un viejo posadero con el doble de kilos que años, regía la posada desde sus comienzos. Con muchísima más experiencia que su esclava –hacia la cual sentía algo más que cierta atracción carnal– sabía muy bien cuando debía acceder a los deseos de la clientela.
Con un gesto le indicó a la esclava que sirviera la cerveza.



Con una mueca de disgusto Ania sirvió la cerveza al Errante dejándola caer sonoramente sobre la mesa.
–Su cerveza, bébasela y lárgese.
–¿No tiene su jefe más caliente? Pregúnteselo –le dijo Vángar sin probar la cerveza.
Extrañada, la esclava se lo preguntó a Balnor.
Éste observó al Errante.
–Ya voy yo. No te preocupes –le susurró.
La ramera abandonó exasperada su cliente potencial paseándose por delante del Errante, intentando captar su atención. Ante la impasibilidad de Vángar salió del local bufando de rabia.
Balnor se acercó al extraño visitante.
–Tengo más caliente, pero está abajo en la bodega. Si lo deseáis podemos bajar a buscarla.
–Vamos –le contestó el Errante recogiendo su equipaje.
Bajo los atentos ojos de la esclava bajaron por las escaleras que daban acceso a la bodega. Balnor encendió una antorcha para iluminar la oscura estancia, momento que Vángar aprovechó para encender el cigarro.
–Bienvenido –le saludó el posadero al Errante dándole un apretón de manos.
–Gracias. ¿Qué nuevas hay en la red?
La red consistía en un intrincado sistema de espionaje creado por orden de Actaris, recién fallecido rey de Ákrita, bajo el auspicio del Errante. Constituía una intrincada telaraña que se extendía por los reinos del norte cuyos componentes representaban los más variopintos personajes existentes: nobles aristócratas, ladrones, capitanes de la guardia, recolectores, ganaderos, posaderos, mercaderes, artesanos y fulanas.
Como fundador de la red Vángar conocía a casi todos sus miembros llegando a haber un tiempo en que la dirigía completamente sin la supervisión de su inmediato superior, su amigo Actaris. Pero era un poder en la sombra por lo que pocos conocían su posición en el reino de Ákrita y por ello debía de hacer uso de las contraseñas como todos los demás.
Balnor, que fue reclutado por el Errante en persona, intuyó el tema que preocupaba al Errante.
–Ákrita vive uno de sus peores momentos. Además de la inestabilidad típica del traspaso de poderes hay incertidumbre y expectación ante las promesas del nuevo rey.
–¿Qué promesas? –Le preguntó Vángar mientras se sentaba en las escaleras.
–Según las noticias prometió una época dorada donde reinaría la justicia, reavivaría el culto a los dioses, reactivaría el comercio y equilibraría la balanza entre la pobreza y la riqueza. A grandes rasgos, más o menos.
–¿Y eso les gustó a los nobles? –Preguntó el Errante que no alcanzaba a imaginar a éstos desprendiéndose alegremente de parte de sus posesiones.
–Por extraño que parezca sí. Aseguró que para ello no debían perder nada que de lo que ya tienen.
–Ah.
–Y en los templos los sacerdotes ya empiezan a dar las gracias a los dioses por lo que ellos llaman “la nueva oportunidad de Ákrita.”
–No puedo creer que todos aquellos nobles que infectaban cada día el palacio hoy acepten tan fácilmente al usurpador.
–Bueno –empezó a explicar Balnor, y sus palabras sonaron comprensivas–, también lo hicieron hace quince años y esta vez Ghinmes visitó con su ejército mansión por mansión exigiéndoles lealtad o “invitándoles” al auto exilio. Una oferta más generosa que la de Actaris cuando subió al trono.
Es irónico observar como el pasado te da una bofetada haciéndote tambalear el presente. Actaris exigió lealtad a los nobles a cambio de sus vidas. Pero lo peor es que fue uno de los pocos consejos que siguió de Vángar.
Si el comentario le afectó Balnor no se percató y continuó hablando.
–También están los rumores.
–¿Qué rumores?
–Se dice que Ghinmes no mató al rey. Que éste ya estaba muerto cuando asaltaron el palacio.
–Vaya.
–Sí, y aunque sólo es un rumor cada vez está más extendido y a la gente le gusta creerlo. Hay incluso quienes acusan al propio Sebral, el consejero de Actaris, ahora desaparecido al igual que la princesa.
–Sebral no fue.
–¿Cómo lo sabe?
–Lo sé. Haz que se sepa, ¿de acuerdo? –Pese al cansancio acumulado en sus párpados sus ojos no admitían negativa alguna.
–De acuerdo –contestó obediente.
–¿Y la Legión? ¿Qué ha sido de ella?
–Al principio permaneció neutral haciendo gala a sus principios, pero al día siguiente al asalto de palacio Ghinmes les hizo una visita y, respaldado por su ejército, les exigió plena obediencia o el exilio.
Balnor hizo una pausa. Parecía tener cierta dificultad para terminar.
–¿Y? –Apremió Vángar.
–Ellos se negaron a las dos opciones. Durante dos días la Sede fue asediada y al amanecer del tercer día fue arrasada. Todos murieron.
Pese a la gravedad de la noticia –Vángar esperaba poder contar con la Legión en el futuro– el Errante se sintió extrañamente conmovido. Conmovido y orgulloso de aquellos que le habían jurado lealtad. Se reprochó haber dudado de ellos, llegando a pensar que la Sede podría haber sido el aliado secreto del usurpador, y una lágrima fluyó de su ojo desnudo.
Balnor le vio.
–¿Qué sucede?
–Nada –mintió–. ¿Sigue Shamer en la ciudad?
–¿Ese viejo pirata? Debe de estar tirado borracho en algún tugurio de mala muerte del puerto.
–Necesito verle. Haz que corra la voz de que le estoy buscando.
–¿Está seguro? Sólo se me ocurre una razón por la que ese bastardo quisiera verle.
–No te preocupes, tú haz lo que te he dicho y déjame el resto a mí. Ahora –dijo dando un profundo bostezo– necesitaría un lugar donde alojarme. ¿Te queda alguna habitación libre?
–Por supuesto, se la mostraré yo mismo.

domingo, 4 de febrero de 2018

6.4 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.4

La antigua capital otrora altiva y hermosa se presenta decadente. Infectada de la más vil enfermedad que podría campar por sus sucias calles y pútridos callejones. Corrupción y avarica han sido sus mantras de los que ahora se resiente. Ningún habitante está a salvo, ningún visitante es realmente bienvenido.

Lejos estaba la antaño orgullosa ciudad de Trípemes de poseer el esplendor que caracterizaba a la capital del extinto reino de Beror.
Asediada en sus comienzos por los continuos ataques de los piratas el gobernador hizo construir poderosas murallas defensivas para proteger a sus habitantes. Su privilegiada posición en la desembocadura del río Aren –principal ruta comercial entre el reino de Ákrita y el de Beror– la convirtió en la capital del reino.
La nobleza se trasladó a la ciudad junto con la casa real obligando a reforzar y mantener diariamente estas murallas para proteger los palacios recién construidos en su interior.
Como toda capital hubo un momento en el que su expansión rebasó sus límites viéndose obligados a edificar más allá de la seguridad de las murallas. Fuera de estos muros la podredumbre infectó como un virus las casas, las cabañas, las calles y callejones, y con ella la delincuencia antes plenamente controlada comenzó a rebasar los esfuerzos de la guardia.
Beror cayó bajo los invencibles ejércitos de Ákrita y Trípemes perdió su rey, y con él todo resto de honradez y nobleza. Las grandes casas, más preocupadas por su posición social en la lejana capital de Ákrita que por el estado actual de su hogar, se corrompieron en busca de poder buscando impías alianzas con la más tenebrosa escoria llegada a la ciudad.
Piratas, ladrones y asesinos poblaban las afueras de la ciudad convirtiéndola en una ciudad asediada por su propia decadencia. El Virrey, incapaz de proteger a sus ciudadanos dentro de las maltrechas murallas –fuera de ellas se consideraba territorio salvaje a las órdenes de Miklos, jefe del clan de ladrones, y del de los asesinos–, y demasiado orgulloso para solicitar ayuda al rey de Ákrita pidió auxilio a la Legión.
Tres incursiones, tres fracasos. Los legionarios no pudieron limpiar la escoria que habitaba el anillo de callejones que rodeaba Trípemes, el cual, en clara alusión al reino de Nebra, había sido llamado el Inframundo por los habitantes de la ciudad.
La avenida de las ánimas cruzaba el Inframundo, como un gran cortafuegos en el bosque, siendo ésta la única vía de acceso a la ciudad por el sur. Pese a su gran amplitud y estar en constante vigilancia por los guardias de la puerta sur las rutas comerciales habían sido asaltadas a menudo, forzando a los mercaderes a contratar guerreros sólo para poder recorrer la avenida.
Podía haber elegido evitar pasar por la puerta sur rodeando la semiderruida muralla para saltarla a escondidas como solía ser la práctica habitual en la ciudad mas decidió pasar por el puesto de guardia como un visitante más.
Se acercó a la puerta –quizás el único tramo de la muralla conservado en condiciones aceptables– la cual se encontraba cerrada.
El Errante golpeó varias veces y gritó: –¡Ah, de la guardia!
No tuvo que esperar demasiado.
Desde lo alto de la muralla un arquero apareció apuntándolo con el arco tenso.
La puerta se abrió y tres guardias se mostraron frente a él; en semicírculo. Los dos de los extremos con las espadas desenvainadas mientras que el del centro mantenía el tipo con su arma enfundada.
Éste preguntó:
–¿Quién pretende entrar en la ciudad a estas horas de la noche?
Pese a pronunciar tan cuidada pregunta el tono de su voz delataba no poca suspicacia. Seguía con los brazos cruzados sin desenfundar el arma; lo cual indicaba su escasa intención en retar a Vángar. Pero sus compañeros daban a entender que en caso de necesidad no continuarían preguntando.
–El Errante –contestó lisa y llanamente.
Sorprendentemente el guardián del centro del semicírculo rompió en carcajadas al tiempo que ponía sus brazos en jarras.
Lo que le faltaba. El hecho de ser una leyenda viva tenía sus inconvenientes y éste era uno de ellos. Pero estaba cansado y no deseaba perder tiempo con nadie.
Su mano aferró la cota de malla del guardián cortándole las carcajadas en seco con tal rapidez que el resto sólo vieron que su compañero pasó de un instante a otro a estar junto a Vángar, a medio metro sobre el suelo.
–Escucha necio. Vas a buscar ahora mismo a tu capitán y les vas a decir que el Errante, el auténtico, está aquí.
El guardián tragó saliva.



–Y después, cuando haya desaparecido, le dirás lo mismo a Miklos, tu auténtico jefe, patán corrupto.
Lo arrojó al suelo como el que lanza un fardo de ropa sucia.
Pese al dolor de la caída se incorporó rápidamente y desapareció corriendo.
La espera fue tensa; no tanto para Vángar –el cual aprovechó para liarse un cigarro– como para los guardias, que se mostraban más bien indecisos en cuanto a su deber: Al ser atacado su compañero deberían haber respondido de igual manera pero la rapidez de este ataque les había sorprendido. Ahora no había ataque ni provocación y lo más seguro es que el nocturno visitante fuera el que había dicho ser. ¿Se atreverían a atacarle ahora que su compañero no corría peligro? ¿Tenían acaso alguna posibilidad contra él?
El capitán llegó dejando las preguntas sin responder.
–Errante –le saludó dando un abrazo–. No me digas que estos chicos te han creado algún problema.
–No. De hecho era yo el que no quería crear ninguno –le contestó en el mismo tono afable.
–Está bien chicos. Volver a lo vuestro, que Nebra nos maldiga si el eterno vagabundo no puede entrar en cualquier ciudad.
Obedeciendo los guardianes volvieron a sus puestos dejándoles a solas.
–Deberás disculparles –empezó a decir el capitán al tiempo que comenzaban a andar hacia el corazón de Trípemes–, son tiempos de inseguridad y...
–No es necesario –le interrumpió Vángar–. Después de todo sólo cumplían con su deber.
–Así es. Dime, ¿qué te trae por Trípemes? –Preguntó cambiando de tema– ¿Negocios o placer?
–Oscuros y peligrosos negocios. No quieras saber más –le recomendó.
El capitán chasqueó la lengua.
–Sólo espero que no empeoren la situación –deseó.
–Descuida. Si todo sale bien creo que la mejorará.
–Vaya. Eso sí que son buenas noticias –dijo aliviado–. Te estaríamos eternamente agradecidos.
El Errante no contestó, continuó andando por las empedradas calles.
El capitán se detuvo.
–Aquí te dejo. Me he separado de mi puesto más de lo que debería y debo volver. Cuídate viejo amigo –. Se despidió dándole un apretón de manos.
–Tú también. Vigila tu espalda.
Los dos se dieron media vuelta y continuaron su camino sin volver la vista atrás.