sábado, 23 de septiembre de 2017

2.14 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.14

«Mientras Sylvania se ha mostrado como la auténtica enemiga y reposa en sus aposentos la compañía descansa de su viaje en el claro del Bosque Lubre»


Ajena a estos sucesos Shárika esperaba ansiosa al cambio de guardia. El primer turno había pasado tranquilamente y el cansancio se adueñaba de su ser. Shárika fue hacia el Errante.
Se acercó a su oído para despertarle. Un cuchillo se interpuso entre su cuello y él. El Errante abrió su único ojo.
 –Cambio de turno –susurró acongojada.
Después de un momento de vacilación retiró el cuchillo.
–Ya. Gracias por avisarme –contestó mientras guardaba el arma.
–De nada –respondió ella cerciorándose de que seguía con el cuello intacto.
Presto el Errante se incorporó y vistió su capa. Ignorándola anduvo por el claro lejos de la lumbre de la hoguera. Ella observó como se acercaba al borde del claro para detenerse a escudriñar la espesura del bosque, parecía como si olfateara el aire. Siempre había creído que el famoso Errante era una leyenda, un cuento creado por algún trovador y que poco a poco fue tomando cuerpo hasta convertirse en mito. Un conjunto de historias para asustar a los niños traviesos y entretener a los traviesos de la corte, no tan niños. Ahora estaba frente a esa leyenda. Decidida se acercó para hablarle:
–¿Sabes?, siempre he creído que no existías –dijo con aire ausente–. Que todo eso que dicen que has hecho, o has dejado de hacer, eran cuentos. Pero es cierto, ¿verdad?
–Todo no –contestó–, sólo algunas cosas.
–¿Puedo hacerte una pregunta?
El Errante asintió con la cabeza sin apartar la vista del bosque. Un olor de podredumbre llegaba de la dirección en la que estaba mirando.
–¿Por qué llevas dos espadas?
Él sonrió. Con un gesto le indicó que volviera con él al centro del claro y a medio camino entre la hoguera y el árbol más cercano se sentaron.
–Son katanas –empezó a decir–, provienen del sur. Más allá existen otros reinos, separados de nosotros por el Gran Desierto, las Cañadas de Liorot y la Sierra de los Kisobes con la Gran Muralla.
–¿Y eso cómo lo sabes? Nadie ha llegado hasta allí.
–Hace unos años me dediqué a explorar el mundo, a errar por él para conocer otros sitios, otras culturas, gente diferente. Crucé el Gran Desierto y...
–¿Qué cruzaste el Gran Desierto?
–Sí. Y es una experiencia que no recomiendo a nadie –explicó–.  Fue un periodo muy duro para mí y la verdad es que no pensé que fuera a salir con vida de allí. Pero salí, y llegué a un mundo diferente, aunque igual a la vez.
«Conocí gente diferente con nuestros mismos problemas y pesares. Sus armas y sus maestros de armas. Aprendí sus técnicas las cuales me traje de recuerdo, además de las dos katanas.
Algún día te enseñaré esas técnicas Shárika... ¿o debería decir Neamer, del reino de Ellodes?»
La sorpresa la golpeó y dejó muda. Los recuerdos fulminaron la mente de la sargento: Volvió a oír el clamor de la multitud, volvió a probar la arena del coliseo, volvió a saborear la sangre del enemigo y las mieles del éxito. Era Neamer “la amazona”, campeona del coliseo de Lican, la mejor gladiadora de todos los tiempos. Una fugitiva que tuvo que huir con el abrigo de la noche al reino vecino para enrolarse en la Legión. Su mano se deslizó agilmente hacía su daga pero El Errante la detuvo.
–Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo.
Ella soltó la daga sin apartarle la mirada.
–No pretendo delatarte, al contrario. Sé que Sebral y Saera no podrían tener mejor compañía. Conozco tu historia, estuve allí cuando ocurrió todo. Aunque nadie sabía de mi presencia, por supuesto –añadió con cierto orgullo–, pero Kromson se merecía lo que le hiciste.
«Pero cuando lleguéis a Lican yo que tú me andaría con mucho cuidado. –Dijo poniéndose en pie.– Aquel idiota hoy es la mano derecha del rey, el capitán de su cuerpo de élite, y un vengativo estúpido que intentará acabar contigo si te descubre. »
–Ahora arriba, han llegado –avisó.
–¿Quién ha llegado? –Preguntó alarmada.
–Vidom, y su ejército de muertos. No sé que les habrá hecho retrasarse.

sábado, 16 de septiembre de 2017

2.13 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p. 13

«La conexión mágica con su criatura es algo más física que lo que Sylvania desearía, incluso más dolorosa.»


Sylvania gritaba de rabia y dolor en la soledad de sus aposentos. Sentada sobre una silla de madera arqueaba su cuerpo para hacer frente al súbito ataque de dolor. Durante dos eternos minutos gritó presa de él pero nadie se atrevió a interrumpir en sus aposentos para socorrerla; tal era el miedo de sus sirvientes que ninguno quería desobedecer su última orden. Los gritos sonaron por toda la estancia, traspasando puerta, portales y portalones para propagarse por todo el castillo y extender el miedo entre sus acobardados habitantes.
El castillo se situaba en un promontorio de la Cordillera Numex. La cual servía como frontera natural al norte entre el reino de Ákrita y los salvajes de los Territorios del Norte.
Construido de negra roca, natural de las canteras de la zona, el castillo de Nebuk había servido de hogar y refugio de la familia Eneiro.
Bajo el mando de esta familia la región de Vakria se convirtió en la protectora natural del reino de Ákrita frente a las continuas incursiones de los bárbaros norteños. Los componentes de la familia alternaban su ferocidad en la guerra con la más amplia ilustración y cultura, pues no en vano se encontraban a pocos kilómetros al oeste de la Universidad.
Los descendientes del legendario Nebuk Eneiro siempre habían gozado de una gran respetabilidad entre sus gentes llegando a alcanzar una alta posición en la corte, pero con el paso de los años los norteños redujeron sus infructuosos ataques y la gran clase guerrera perdía su fuerza entre los libros generación tras generación. Pero, pese a todo, el antaño glorioso castillo de Nebuk permanecía siendo símbolo de pasadas glorias y la familia, aún respetada y gobernante de la región, se encargaba de que no cayera en el olvido.
Pero no era admiración por su señora lo que ahora sentían. Era de dominio público que era ella la que mandaba en el castillo y por extensión en Vakria, pues fácilmente manejaba a su marido para conseguir sus propósitos, permaneciendo ciego éste frente a la sangre derramada dentro de sus muros y las fiestas de su mujer con sus amantes en sus aposentos.
Mas Sylvania permanecía sola ahora. El eco de sus gritos se había extinguido y su garganta no permitía quejido alguno. Las lágrimas de dolor resbalaban sobre su bello rostro; su túnica de transparente seda negra permanecía pegada a su perfecto cuerpo por la acción del sudor y el medallón de su pecho subía y bajaba a causa de su respiración forzada.
Medio adormilada por el esfuerzo Sylvania meditaba su situación. Nunca hasta ahora su relación con sus creaciones había sido tan estrecha. El repentino dolor que le había embargado era algo nuevo, inesperado. Ahora sabía lo que sentía un jugger al morir, y no quería volver a sentirlo. Necesitaba cambiar eso. Sylvania era también lo suficientemente inteligente para reconocer sus propios errores; era fácilmente irritable y enseguida tomaba el control de su criatura. Y ese error no se lo podía permitir. Necesitaba variar el hechizo de creación para crear un jugger más independiente, más autónomo, menos ligado a ella pero igual de leal a su creadora. Si lo conseguía podría obtener un ejército sin arriesgar a su gente. Sería la excusa perfecta para convencer a su marido. Necesitarán ese ejército para la guerra que se avecinaba. Y con el Errante en ella podría ser la gran Guerra, «El
Cambio», pensó. Pero ella prefería no enfrentarse al Errante.
Después de su decisión empezó a cavilar sobre la forma de variar el hechizo pero las múltiples variantes embotaban su ya nublada mente y dando un respingo se levantó de la silla de
ébano para acostarse en su mullida cama.

sábado, 9 de septiembre de 2017

2.12 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.12

«El jugger se enfrenta a su enemigo natural. Aquel para el que realmente fue creado en los albores de los tiempos.»




Una voz grave y profunda sonó en el bosque:
–¡Por Nebra! Parece ser que aún después de tanto tiempo voy a tener algo que agradecer a los dioses. ¡Defiéndete entonces vil criatura pues es por uno de tus creadores por lo que me encuentro atrapado aquí y por Sark que no te daré cuartel alguno! Hoy sentirás la furia del Rey Vidom “El Exterminador”.
La confrontación no se hizo esperar. El ataque fue rápido y preciso. El jugger paró el golpe justo un segundo antes de que la espada del rey le cortara el cuello. Su respuesta fue igual de instantánea y con una patada en el tórax arrojó al cadáver al suelo. Alzó su gran espada para asestarle el último golpe mientras su contrincante permanecía desconcertado pero la espada de éste se interpuso en su camino resistiendo el fuerte impacto pese a su lamentable aspecto. Por un instante permanecieron en la misma posición midiendo sus fuerzas.
Sylvania podía notar el odio palpitar en las cuencas vacías del Rey Vidom a través del jugger. El rey quebró el momento con una zancadilla que arrojó al jugger al suelo. Vigilantes el uno del otro se levantaron lentamente y después ambos se lanzaron el uno contra el otro alzando sus espadas. Éstas chocaron con gran estrépito haciendo temblar el suelo y las aguas de la ciénaga por la furia del golpe. El jugger acercaba lentamente su espada al rostro del enemigo pero un puñetazo de éste en su rostro le robó la oportunidad. El rey no perdió el tiempo y agachándose para esquivar un ciego mandoble del jugger asestó una afortunada estocada en la rodilla izquierda del enemigo. Tambaleante el jugger se tocó la herida con la mano izquierda mientras sujetaba su espadón con la otra mano sin esfuerzo aparente.
–¡Cae ser abyecto! –Gritó el Rey Vidom– ¡Cae de una vez! ¡Es Vidom “El Exterminador” quién te lo manda!
Tal era su situación en la lucha que el jugger prefería retirarse pero la rabia volvió a apoderarse de Sylvania e impulsó a su títere a atacar. El ataque fue ciego y encolerizado, sin apenas posibilidad de éxito. El Rey Vidom paró el curso del arma de su enemigo con facilidad pero el impulso de éste les lanzó al suelo. Una vez allí el puño del jugger alcanzó varias veces el cadavérico rostro de su enemigo pero éste consiguió desenfundar un viejo y roñoso cuchillo y con fuerza lo clavó en su axila izquierda impidiendo el continuo martilleo de los colosales puñetazos. El jugger empezó a mostrar rastros de sangre por la comisura de sus labios. Vidom se deshizo de él con la fuerza de sus piernas lanzándolo varios metros. El jugger chocó violentamente contra el grueso tronco de un árbol, rompiéndose la columna vertebral del impacto. Los hilillos de sangre dieron paso a auténticos manantiales. Sylvania intentaba con toda sus fuerzas impedir el instante fatal provocando algún movimiento en su criatura pero éste permanecía inmóvil, ajeno a cualquier estímulo; con los brazos extendidos, recostado en el maltrecho tronco.
–Caerás pues al fin –decía el Rey Vidom mientras se acercaba a él espada en mano–, pues sólo tu existencia es una blasfemia a los dioses que yo Vidom, Rey del antiguo reino de Alfo,
no puedo tolerar.
De un tajo cercenó la muñeca derecha del jugger que todavía sujetaba el arma. Un momento de respiro y el rey dijo:
–No más palabras pues esto es el fin. Tu fin.
De un golpe cortó el cuello del jugger. Un grito desgarró la ciénaga. Un grito de mujer que rabiaba de impotencia a muchos kilómetros del lugar, en la seguridad de su alcoba.

sábado, 2 de septiembre de 2017

2.11 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p. 11

«Dejemos descansar a la compañía para explorar otros jugadores de esta partida.»

Mientras tanto, un guerrero de roja armadura montado sobre un corcel rojo se detenía al borde del Bosque Lubre, en el mismo lugar por donde se habían internado los huidos. Pese a toda su habilidad, la mágica criatura era reacia a recorrer el camino que atravesaba el bosque, al igual que su caballo, que piafaba y daba coces en el suelo mojado por la extinta lluvia.
La mente que controlaba el jugger se encontraba cavilante e indecisa. Conocía las leyendas que sobre tal bosque circulaban y sabía que la mayoría de ellas eran ciertas. Su indecisión se volvía más acuciante por el hecho de no saber si dentro de él, después de penetrar en la invisible cúpula mágica que cubría el bosque, perdería el control sobre el jugger. Esta indecisión le enfurecía en más medida pues sabía que si su creación notaba la debilidad de su ama por el lazo psíquico que les unía, al igual que los hilos unen al títere con el titiritero, podría cortas las cadenas que a ella le atan.


Sylvania había cometido un gran error. Acertadamente había deducido que Sebral huiría con Saera por el sur, no sabía exactamente si viajaban o no acompañados pero eso carecía de importancia. Había dejado a su marido con los problemas propios de un reino tomado por la fuerza, dándole la sensación de control que él necesitaba y, mientras él enviaba mensajeros por el reino con la orden de búsqueda y captura de la princesa y el consejero, ella se recluyó en sus aposentos para crear un jugger con el que llevar a cabo la tarea. No era un conjuro nuevo para ella pero aún así le había supuesto un gran esfuerzo. Después de descansar envió a su esbirro al sur. Llegó con la furia de la tormenta al pueblo de Minwin y encontró a los que buscaba enseguida. Lamentablemente su exceso de teatralidad demoró su captura y tuvo que luchar contra el Errante. Nada más verlo su corazón se encendió de ira y no pudo soportar la tentación de enfrentarse a él en vez de dejar a su criatura para que luchara sola contra él. El jugger manejado como un títere luchaba contra ella por tomar el control de la situación y eso le había entorpecido en la lucha. El Errante parecía saber muy bien contra quien estaba luchando, no desperdició esfuerzos en ataques inútiles y fue directo al cuello de su criatura.
El recuerdo de la derrota le volvió a encender, volver a ver a el Errante cercenar la cabeza del jugger era más de lo que su templanza podía soportar, mentalmente azuzó al jugger y éste arreó al caballo con las bridas hacia el Bosque Lubre.
El camino era angosto y serpenteante y Sylvania perdió pronto la orientación. Aunque no había perdido contacto con el jugger había aprendido a dejarle actuar independientemente y resignarse a quedar como simple espectadora en algunos momentos. Ahora era uno de esos momentos. El jugger seguía por el camino montado a caballo, impasible. Al girar un recodo el camino finalizó. No había por donde seguir. Sylvania tomó el control y miró alrededor. Hizo girar al caballo a dos patas para desandar el camino pero después del recodo recién pasado no había camino por el que volver. El bosque le había rodeado. La temperatura cayó, ella no lo notó físicamente pero podía ver el vaho de su criatura y el del corcel. El bosque enmudeció. De entre los árboles surgieron antaño grandes soldados y arqueros, ahora fantasmas. En  silencio los arqueros tensaron su arma y al unísono descargaron sus flechas sobre el jugger. Catorce flechas atravesaron su cuerpo mientras cargaba contra ellos libre del control de su señora. Como el viento cayó sobre ellos cercenando las cabezas de sus enemigos en dos diestros mandobles. Siete flechas más le atravesaron cuando logró romper el cerco. Su caballo aceleró aún más el paso y corrió endemoniadamente por el bosque. El jinete obligaba al corcel a girar bruscamente cada pocos metros para avanzar en zigzag y evitar ofrecer un blanco fácil a los arqueros. Los árboles se abalanzaban sobre ellos para desaparecer a sus espaldas; la hierba parecía no ser pisada, como si el caballo no tocara suelo en su huida, de tal forma que no se hundieron en la ciénaga hasta que llegaron al centro de ella. El caballo, al verse atrapado, relinchó nervioso. El jugger se incorporó encima de él para abandonarlo de un salto por la seguridad de tierra firme. Casi al instante de tocar suelo se vio rodeado de un ejército de cadáveres pertrechados con antiguas armaduras y sus mohosas armas. Un último relincho rasgó el momento. El caballo se hundió al fin en las pútridas aguas. El jugger se giró lentamente hacia su enemigo. De los ojos de Sylvania brotaron llamas de ira. Su títere lentamente desenfundó su espadón retando a los muertos. El cerco se abrió silenciosamente formando un estrecho pasillo por el que se acercaba un cadáver protegido por lo que antaño fuera una resplandeciente armadura dorada, ahora oxidada y sin brillo, cubierto por una desgajada capa azul. Portaba en su cabeza una corona de oro corroído por los años y en su porte se notaba regía distinción. Sylvania reconoció al instante al muerto y su desesperación la abrumó. El jugger se vio libre de sus ataduras y adoptó una mejor pose para la lucha.