sábado, 21 de abril de 2018

6.11 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.11


Cuando el merecido descanso se ve interrumpido. Las noticias vuelan y el más poderoso del lugar reclama al Errante.


Los tres sicarios entraron en la Posada del Cedro Rojo con paso decidido creando un tempo de silencio en la algarabía.
Frente a los ojos de cualquier extranjero no serían más que tres simples rateros que posiblemente entraran en busca de algún cliente potencial pero a esas horas la posada se nutría de los animales de peor calaña de la ciudad y todos reconocían los colgantes con una herradura de plata que marcaban a los visitantes como miembros de la guardia personal de Miklos; el auténtico gobernante de Trípemes.
Haciendo caso omiso a la expectación que su llegada había creado fueron directos a la esclava que servía detrás de la barra.
–Miklos pregunta: ¿Dónde está él? –Le interrogó uno de ellos cogiéndola del cuello.
Ella maldijo su suerte. No quería problemas con Miklos pero tampoco podía defraudar la confianza del hombre que con el paso del tiempo había pasado de amo a amigo. Pero si no decía nada moriría ahí mismo porque nadie saldría en su ayuda. De eso estaba segura.
Balnor se acercó y sujetó el brazo del sicario.
–Está arriba, en la segunda planta, la habitación del fondo.
El sicario soltó a la joven y con rápido gesto se deshizo de Balnor.
–Has hecho bien. Miklos te da las gracias.
«¡Muérete!», pensó el posadero. Por él podrían irse todos al infierno, ellos, Miklos y toda la escoria que poblaba esa ciudad. Sólo le importaba la joven esclava y el durmiente de la habitación al que acababa de traicionar. Sólo esperaba que su traición fuese en vano.
Los sicarios subieron las dos plantas en silencio y con la misma cautela abrieron la puerta de la habitación.
–¿Es qué no es posible dormir en esta maldita ciudad? –Preguntó Vángar de pie, de espaldas a la ventana, con las dos katanas desenfundadas en sus manos.
–Miklos te da saludos, perro. –Dijo uno de ellos mientras los otros dos se separaban formando un semicírculo.
–Teníamos un trato.
–Miklos tiene prisa. Quiere su libro.
–Decirle que le veré mañana. Por ahora el libro es mío.
–Por ahora.


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