miércoles, 25 de abril de 2018

7.1 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / avituallamiento obligado.

7-Apresados



A medida que avanzaban hacia el este más se veían obligados a desviarse de su camino para evitar desafortunados encuentros. Las poblaciones se sucedían multiplicándose y el tránsito aumentaba dejando claramente patente que la población de Xhantia se agolpaba en este punto del mapa dejando casi despoblada la zona oeste.
Hacia la mitad de la tarde los fugados pudieron contemplar a lo lejos sobre el promontorio más elevado junto a un puente de piedra, la sede de la Legión en Xhantia: Una torre rectangular de seis pisos de altura terminada en un tejado chato de tejas marrones protegida por una muralla a su alrededor.
Por un instante Shárika se sintió tentada de cambiar sus planes y dirigirse hacia ella, pero al ver los suplicantes ojos de Saera pronto desechó la idea.
–Gracias –le dijo Sebral.
–¿Por qué? –Fingió.
–Por decidir seguir con nosotros en lugar de volver con ellos.
–Dije que os acompañaría hasta Lican –dijo a modo de excusa sin saber muy bien porque.
–Muy poca gente cumple lo que dice, ni siquiera los reyes.
Shárika rió.
–Aun así procuro hacerlo.
Cuando el Sol se empezaba a ocultar alcanzaron las afueras de otro poblado. Sebral se acercó a la sargento.
–El hechizo pronto desaparecerá, no creo necesario desviarnos esta vez.
–No me gustaría ser reconocidos.
–No creo que nadie nos pueda reconocer y esta zona está bajo la protección de la Legión. Ningún daño nos puede reportar.
–¿Cuánto tardará el hechizo en desaparecer?
–Unos pocos minutos, cinco o seis.
–¿A alguien le queda dinero? –Preguntó.
–A mí me queda algo –le contestó Thomas mostrando unas cuantas monedas.
–A mí también –añadió Sebral mostrando las suyas.
–Bien. Con las vuestras y las mías podremos cenar y tomar un descanso. Dime Sebral, ¿podrías volver a lanzar el hechizo?
El anciano comprendió los planes de la legionaria y sin razón para oponerse añadió: –Por supuesto.
–Entonces entraremos ahí y buscaremos un lugar en el que nos den de cenar. Luego, después de haber descansado, marcharemos de nuevo. De noche podremos andar por el camino con más facilidad que de día.
–¿Y cuándo pararemos? –Preguntó Thomas.
–Al amanecer.
–La niña no lo aguantará –asentó Thomas.
–¡Sí aguantaré! –Protestó la aludida.
Con ese revés no había contado, y si se paraba a pensarlo era posible que Sebral tampoco pudiera aguantar toda la noche. Shárika se arrodilló frente a la niña.
–¿Es cierto eso? –Le preguntó con el tono más afable que pudo encontrar.
Saera no contestó. Mantenía la cabeza erguida con cara de orgullo herido.
–Yo creo que sí podrás, pero necesito que me lo digas.
–¿Por qué?
–Porque así me quedaré más tranquila. Va a ser una larga caminata y si no me das tu consentimiento no la haremos. Dime, ¿podrás andar toda la noche?
Algo cambió en Saera, quizás fue que la tomaran en serio para tomar la decisión o simplemente que la legionaria la tratara con más amabilidad que la acostumbrada. Sus tripas protestaron.
–Quizás si comemos algo antes.
–Esa es mi niña. –Le dijo frotándole el cabello con su mano izquierda–. Vamos a comer algo, ¿vale?


Tal y como había anunciado el mago el hechizo desapareció cuando empezaron a andar. Fue un brusco frenazo; acostumbrados como estaban a ver pasar el paisaje rápidamente junto a ellos ahora parecían clavados en el camino produciéndoles un profundo desasosiego.
–Calma muchachos –les tranquilizó Sebral–, pronto pasará.
Ermis se reunió con ellos al tiempo que les alcanzaba Jhiral cerca del poblado.
Las casas de madera estaban construidas sobre plataformas elevadas sostenidas por pilares de roca y madera a varios metros sobre el suelo. Escaleras de madera permitían acceder a ellas y pasarelas de cuerdas y tablones las comunicaban entre sí.
–¡Qué raro! –Exclamó Ermis.
–Es por las lluvias. Ésta debe de ser una zona de grandes inundaciones, ¿verdad maestro? –Preguntó la alumna orgullosa.
–Efectivamente. Veo que parte de mis lecciones han servido para algo.
Las casas parecían haber sido construidas sin distribución alguna sobre unas pequeñas lomas pero en el centro del pueblo una casa más grande que las demás; de tres pisos de altura sostenida por múltiples pilares de piedra, con el estandarte de un lobo rojo, presidía una pequeña plaza en donde el mercadillo mataba las últimas ventas.
–Éste debe de ser un sitio de paso obligado. Seguro que ha de haber alguna posada o taberna –dijo Shárika.
–Seguro. Eso espero. –Deseó Thomas. Extrañamente no había protestado en todo el día pero Shárika podía ver como su demacrada cara pedía a gritos un buen plato de carne. Todos tenían hambre pero él parecía ser el que más lo acusaba.
Afortunadamente, al otro lado del poblado, localizaron una gran posada –si bien no era tan grande como la casa de la plaza– donde pudieron cenar sin ningún problema. Sin verse obligados a responder preguntas indiscretas ni ocultarse de inquisitivas miradas.
Agradeciendo a los dioses –y a la posadera– los alimentos el grupo devoró el estofado recién servido.
–No te quedarás con hambre ¿verdad Thomas? –Bromeó Jhiral. Pero el interpelado se encontraba demasiado ocupado comiendo como para responder.
Pagaron religiosamente la cena quedándose arruinados para el resto del viaje.
–Bueno Ermis, a partir de ahora me temo que vamos a depender de tus dotes como cazador si queremos comer algo –anunció Shárika.
–¿De éste? Estamos perdidos, nos moriremos de hambre –bromeó Thomas más alegre ahora que tenía el estómago lleno.
–Sólo tú te morirás de hambre, glotón –le contestó Ermis entre risas.
–Te ha calado, glotón –se añadió Jhiral.
–No sé porque me decís eso. Estoy lleno y he comido lo mismo que vosotros.
–Uno de los misterios de la vida –añadió Shárika.
Todos rieron, incluida la princesa.
Fuera del poblado y lejos de toda mirada indiscreta Sebral repitió el hechizo de velocidad y continuaron el camino.
El plan parecía funcionar y anduvieron toda la noche sin tener que desviarse del camino, con la única compañía de los lobos, que les vigilaban en algunas partes del trayecto. 
Antes de despuntar el alba eligieron para descansar una hondonada junto a un afluente del río Bram. Jhiral haría la primera guardia en lo alto de un pequeño montículo mientras el resto dormía. Se establecieron los siguientes turnos de vigilancia y se dispusieron a dar su merecido descanso a sus cuerpos.

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