sábado, 31 de marzo de 2018

6.10 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.10

Tras debatir la idoneidad de usar la magia para acelerar la marcha viajan bajo los efectos del hechizo de velocidad. Con la necesidad de no encontrarse con nadie en su camino.


Durante medio día anduvieron sin problemas. Alcanzaron el río Bram y continuaron siguiendo su cauce. Las tierras sembradas se encontraban huérfanas sin sus dueños y el ganado pastaba apaciblemente junto al lecho del río. Ningún viajero se cruzó en su camino y solitarios llegaron a las cercanías de Herixar.
Shárika detuvo la marcha e hizo señas para que Ermis y Jhiral se reunieran con ellos.
–Si la memoria no me falla –comenzó a decir cuando se reunieron todos– conforme nos vayamos acercando a la capital de Xhantia nos iremos encontrando cruces de caminos que es aconsejable evitar.
–Es cierto –dijo Ermis–, además éstos se encuentran bastante transitados. Venía a decírtelo cuando os habéis detenido.
–Entonces lo mejor será dar un rodeo. Ermis, tú nos guiarás. Evita la gente.
–A la orden.
Reprendieron la marcha y Saera le preguntó a su mentor y maestro:
–¿Por qué evitamos a la gente?
–Ahora andamos cuatro veces más rápidos de lo normal. Si alguien nos viera levantaríamos demasiadas sospechas y algún odio enterrado, ¿no crees?
–Sí claro. Pero me hubiera gustado ver Herixar.
–Oh, no te preocupes por eso. No es gran cosa; un poblado de campesinos y ganaderos convertido en capital gracias a su céntrica localización. Lo único que lo diferencia al resto son cuatro grandes casas pertenecientes a los nobles jefes de los clanes y, por supuesto, La Asamblea, órgano regidor de Xhantia.
Al ver que la desilusión no se borraba del rostro de Saera añadió:
–Quizás más tarde.
–¿Cuándo?
–No sé. Uno o dos años, tal vez.
Rodearon la capital por una zona boscosa en el sur, atravesando riachuelos entre grandes helechos.
Ermis apareció de improvisto.
–Silencio –ordenó en susurros.
Con un gesto Shárika preguntó que sucedía.
–Un poco más adelante hay un grupo de gente junto a una estatua.
–Mudok –susurró Sebral.
–¿Qué? –Preguntó Ermis.
–El Gran Jabalí.
Al ver que su explicación no era comprendida continuó: –Da igual, sigamos con cautela y luego lo explico –dijo pidiéndole la conformidad a Shárika con los ojos.
–De acuerdo, pero no nos acerquemos demasiado.
Se acercaron a un claro permaneciendo escondidos entre las sombras de los árboles y helechos. En el claro, al que se llegaba por un estrecho camino desde el oeste, una gran estatua dominaba la escena a la entrada de una cueva de tétrico aspecto. A los pies de la estatua, que representaba una encarnizada lucha entre tres lobos y un enorme jabalí, la gente depositaba flores y comida.
–¿Qué están haciendo? –Preguntó Saera.
–Shh –le chistó Shárika.
–Ofrendas –le susurró Sebral–, están poniendo ofrendas a los lobos.
–¿Por qué? –Se aventuró a preguntar en susurros.
–Oh, no –se lamentó Jhiral que podía ver como el anciano se disponía a relatar algún hecho pasado con todo lujo de detalles–, otra vez no.
Sebral le miró protestando por la interrupción.
–Vale, pero se breve. Por favor.
Shárika sonrió. Cierto que el tiempo corría en su contra pero siempre era agradable oír al consejero relatar sus historias. Si lo hacía con mesura, sin extenderse demasiado, mejor.
–Hace tiempo, mucho antes de la creación de Xhantia y su anexión al reino de Lican para su posterior independencia de éste –comenzó a explicar–, el vasto territorio que comprendía el valle del río Bram (en su parte más alta) estaba bajo la opresión de Mudok, el Gran Jabalí: una entidad mítica a la que la gente se veía obligada a rendir pleitesía y adorar ofreciendo los más terribles sacrificios.
«Toda la región sufría el cruel dominio del animal. Ningún cazador pudo nunca acabar con él y derribaba ejércitos como si fueran trigo seco. En el abrigo de la oscuridad la gente rezaba a los dioses para que les libraran de ese demonio pero nunca recibían contestación.»
–Típico –susurró Shárika sorprendiendo a Saera. La cual a raíz de haberse educado en Ákrita era una fiel devota de los dioses.
–Sí, típico –siguió el exconsejero real–. Pero un día una manada de lobos liderada por un lobo blanco subió al valle huyendo de las persecuciones a las que eran sometidas en otros lugares.
«Al ver lo que les ocurría a estas gentes les propusieron un pacto: Ellos les liberarían del Gran Jabalí si los clanes del valle les permitían vivir en sus ricos territorios de caza. Se cuenta que esa fue la primera asamblea de Xhantia. »
–¿Y qué pasó? –Preguntó impaciente Saera.
–¿Tú ves algún jabalí? –Le preguntó Thomas.
–Efectivamente. La manada de lobos luchó contra el jabalí y los tres lobos supervivientes se dispersaron por el valle. Desde entonces hacen ofrendas en agradecimiento por su lucha y los clanes cambiaron sus nombres en su recuerdo: Lobo gris, Lobo blanco, Lobo cojo, etcétera...
 –Ya, muy bonito, ¿y si nos vamos? –Preguntó Ermis.



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