martes, 27 de marzo de 2018

6.9 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.9

El grupo de fugitivos sigue su ruta en busca de refugio en el reino de Lican. La cueva ha resultado ser un buen cobijo de la tormenta pero es hora de continuar camino. Quizás era hora de tomar métodos más «osados».



La mañana amaneció en calma, luciendo un sol de justicia. La hierba brillaba por efecto de los rayos de luz sobre el agua recién caída. Los alimentados riachuelos brincaban furiosamente entre sus encajonados cauces dando de beber a la fauna local que saludaba al nuevo día con especial jovialidad.
Lo primero que hizo Saera al despertarse fue buscar con la mirada a su compañero de juegos de la noche anterior.
–Se han marchado –le indicó Shárika.
Saera puso cara de disgusto pero no llegó a protestar.
Esto sorprendió a la exgladiadora. Pocos días antes hubiera exigido que volviera para jugar con ella como si fuera una mascota de palacio, ahora se resignaba y parecía aceptar las cosas tal y como eran.
Thomas y Jhiral montaban guardia en la entrada de la cueva mientras que Ermis se encontraba afuera explorando las cercanías. Shárika decidió esperar su vuelta para tomar alguna decisión.
Sebral, que había sido el primero en despertarse, se acercó a la legionaria con gesto dubitativo y le empezó a hablar con timidez.
–Verás. Es largo el camino que nos queda por recorrer, he meditado sobre ello y creo haber encontrado una pequeña “ayuda” que nos ahorraría varias jornadas de viaje.
–Y esa “ayuda”, ¿es de tipo mágica? –Preguntó recelosa, aunque de sobras conocía la respuesta.
–Sí. Así es.
Shárika desvió su vista del anciano para mirar a Thomas, afuera de la cueva, ajeno a la conversación.
Con cara de disgusto dijo:
–Es cierto que el camino es largo y cualquier “ayuda” es poca. Dime anciano consejero, mago, amigo, ¿estás hablando del Salto?
Sebral había oído muchas veces la palabra mago pero en boca de ella no había ningún matiz que la relacionara con el insulto que la gente solía mencionar.
–Me enorgullece que penséis en mí como si fuera tan poderoso mago mas el Salto es algo que sólo está al alcance de unos pocos y, aunque se me ocurre alguno que pudiera realizarlo, he de confesar que no me encuentro entre ellos.
–Ah –dijo Shárika con un deje de frustración. 
–Había pensado en un hechizo de velocidad, el cual sí se encuentra dentro de mis ahora mermadas posibilidades.
–¿Y cuanto ganaríamos con ello? –Preguntó pensativa. Si no era suficiente quizás no merecía la pena arriesgarse a otro enfrentamiento con Thomas. De hecho, a ella tampoco le gustaba la magia pero después de lo que había visto en este extraño viaje intentaba mantener la mente más abierta que el resto de la gente.
–Viajaríamos cuatro veces más rápido y en dos días alcanzaríamos el Puente del Destino.
Shárika tragó saliva. ¡Dos días! ¡En dos días cruzarían toda Xhantia!
–De acuerdo –confirmó–, esperaremos a que llegue Ermis.
–¿Y...? –Preguntó Sebral señalando a Thomas.
–No te preocupes, sabrá entenderlo. Yo me ocuparé.
No hablaron más. Sebral se sentó junto a Saera y Shárika marchó hacia la entrada de la cueva.
–Dime cariño, ¿cómo te encuentras? –Le preguntó a Saera.
–Cansada. Me quiero ir a casa.
–¿A Ákrita?
–¿Puedo?
–No, nadie puede –contestó Sebral–. Por eso vamos a Lican, para pedir protección a su rey, tu padrino.
–Yo no quiero protección –protestó Saera–, quiero a mama y papa.
–Lo siento pequeña –fue todo lo que acertó a decir mientras intentaba consolar las lágrimas de la princesa.
Shárika se acercó a Thomas.
–Jhiral –le llamó–, Thomas, escuchar. Todavía nos queda mucho camino para llegar a Lican.
–Unas nueve jornadas, señor– le interrumpió Thomas.
Shárika le miró fijamente haciéndole comprender que no debía de haberla interrumpido.
–Más o menos, sí. Pero las vamos a convertir en sólo dos jornadas.
–¿Cómo? –Se atrevió a preguntar Jhiral.
Era el momento. Si Thomas decía o hacía alguna impertinencia lo pondría en su sitio más rápido que el vuelo de una flecha.
–Con un hechizo de velocidad –les anunció.
–Me lo imaginaba –sorprendentemente fue Jhiral quien habló. Pero no había reproche o protesta en su voz, sino un tono jocoso, casi burlesco.
Thomas no protestó.
–De acuerdo –se limitó a contestar lacónicamente, sorprendiendo a Jhiral que lo miraba con la boca abierta.
Shárika no cambió su expresión hasta que volvió a entrar en la cueva.
–Ya está –le comunicó a Sebral con voz velada.
–¿Algún problema?
–Ninguno, parece que se está acostumbrado a la magia.



Sebral rió tímidamente.
–¿De acuerdo? ¿Desde cuándo Thomas el legionario está de acuerdo con la magia? –Le preguntaba Jhiral a éste en voz baja.
–Sólo dos días, de ocho a dos días. ¿No estás harto de este viaje?
–Sí pero...
–Además –interrumpió–¸ por ahora todo lo que ha hecho el mago ha sido ayudarnos. No le creo capaz de traicionarnos.
–Vaya, eso sí que es una noticia.
–Empiezo a pensar que la magia no tan mala como la pintan...
–... sino que depende de quien la use –terminó Jhiral.
–Exacto.
–Ya lo sabía.
–¡Piérdete!
–Luego. Dentro de dos días.
Los dos legionarios prorrumpieron en carcajadas.
Ermis llegó enseguida.
–El camino continua al norte para encontrarse con un gran río. Parecía que el camino seguía junto a éste pero no he ido más allá.
–¿Algún nativo?
–No, nadie.
–Sebral –le llamó Shárika indicándole que se acercaran él y la princesa con un gesto de la mano.
Una vez reunidos Sebral comenzó a pronunciar arcanas palabras para completar el hechizo.
–Ya está –dijo.
–Ya está, ¿el qué? –Preguntó Ermis.
–Ahora somos cuatro veces más rápidos –explicó la sargento–. Deberemos andar con cuidado para que no nos vea nadie. Ermis, tú continuarás delante explorando el terreno; si ves a alguien en el camino corres a comunicárnoslo y nos ocultaremos.
»Jhiral, a la retaguardia. No creo que con nuestra velocidad nos sorprenda alguien por detrás pero nunca se sabe. En marcha, vámonos.»

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