sábado, 17 de junio de 2017

2.1 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.1

«El trayecto por el río fue apacible. No en vano era un camino secreto. Pero una vez en la superficie la tormenta les aguarda. En más de un sentido.»



2-El Bosque Lubre

La tormenta no parecía remitir en absoluto. La furiosa agua castigaba los sembrados campos de Ákrita menor, lastimando las cosechas que laboriosamente habían estado cuidando los desafortunados campesinos. Durante tres días el Sol se hallaba oculto tras la permanente capa de nubes. Parecía como si los dioses protestaran por el acto de villanía perpetrado en el reino. O al menos así le gustaba pensar a Sebral mientras se mojaban en su huida.
El anciano andaba junto a Saera, intentando protegerla con su manto de las inclemencias climáticas; por delante de ellos iba Shárika, dirigiendo la compañía por caminos secundarios para evitar molestos encuentros con los soldados a las órdenes del usurpador. Ella suponía que éstos ya estaban buscándolos por los caminos, registrando todas las posadas y casas del reino, aldea por aldea. Por eso junto a ella marchaba Jhiral, un legionario que siempre había destacado por su buena visión. Protegiendo la retaguardia estaban Thomas y Ermis, siempre preparados para la liza.
Después de tres jornadas prácticamente a campo traviesa la compañía se encontraba exhausta y desesperadamente hambrienta. Las avituallas conseguidas en la abadía pronto habían desaparecido en manos de la malacostumbrada princesa, quien a base de gritos, lloros y golpes casi consiguió esfumar la paciencia del pobre Ermis. Desde entonces solamente se habían alimentado de lo que el campo les pudiera proveer y el temor y la urgencia del momento les impedía descansar efectivamente. 
El viaje hasta el Puesto de Ghenk había sido bastante cómodo y Sebral suponía que a partir de allí las cosas se pondrían cada vez más difíciles, pero no esperaba verse fustigado por la furia del tiempo antes de llegar a Xhantia. 
Por otro lado quizás la lluvia les ayudase a permanecer ocultos bajo la atenta mirada de los vigilantes guardias del Alcázar de la Encrucijada mientras bordeaban el Bosque Lubre. Con un poco de suerte podrían esquivar el comprometido paso por la Encrucijada –a bien seguro habrían puesto guardias ahí– para torcer al este y escapar de Ákrita por el Paso de Copro.

La compañía llegaba a la cima de una pequeña loma. Shárika pudo ver las luces de una aldea a poco más de cuatrocientos metros. Con un gesto detuvo la marcha e indicó a sus acompañantes que se arrojaran al suelo. Pese a las protestas de la  princesa Saera todo el mundo se tumbó enseguida y Shárika esperó a que Sebral se acercara a rastras hacia ella. 
–¿Qué sucede? –Interrogó Sebral.
–Debe de ser la aldea de Minwin. A su lado está el Bosque Lubre y el camino lo bordea durante dos kilómetros hasta la Encrucijada. 
–Parece que te conoces bien la zona.
–La sargento nació aquí, señor– Notificó Jhiral
–Es cierto. Y no quiero ni recordar lo que se decía que llegaba a ocurrir dentro de ese bosque –Shárika miró a Sebral. –Y pase lo que pase no nos meteremos nunca ahí dentro. Si debemos escondernos lo haremos en el otro lado del camino ¿Está claro?
–Clarísimo –aseguró Sebral.
–Ahora tenemos otro problema. Nuestros estómagos crujen ante la ausencia de alimento. Deberíamos arriesgarnos e ir a la posada de la aldea a asegurarnos el sustento.
Sebral miró atrás. La princesa descansaba fatigada en la húmeda hierba con su bonito vestido lleno de barro y, pese a la mueca de asco y fastidio perpetuamente marcada en su cara, se notaba que agradecía este pequeño descanso en el viaje. Sus ojos delataban el hambre que llegaba a mitigar su regio orgullo hasta hacerlo desaparecer de su altiva mirada.
–Creo que deberíamos hacerlo, sí –consensuó.
–Aprovechemos ahora que parece no haber guardia alguna en la aldea. Iremos a la Posada del Ahorcado. Se encuentra en medio de Minwin pero con la lluvia nadie recaerá en nosotros.
La compañía se levantó pesadamente e inició la marcha hacia la aldea.

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