sábado, 5 de mayo de 2018

7.3 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / violencia y agresión.

Donde el esclavista se ciega y relame con la posible recompensa y se muestra la cara más deleznable del ser humano con Shárika como víctima. 


El resto lo ignoraba pero antes de partir Madrix tuvo una interesante reunión con Prefino, jefe de los 
esclavistas, en su reciente base del Agujero: Prefino le indicó que buscaba un grupo de personas. «Un anciano con una niña, que posiblemente vayan acompañados por unos legionarios.», le explicó. También le dijo que no era necesario que los capturara –incluso existía la posibilidad de que no se cruzaran por su camino– pero si por algún casual volvía con ellos al Agujero sería gratamente recompensado.
Ni sabía el porqué de sus intereses y ni le importaba, pero la visión de la recompensa le hizo feliz sin poder evitar otra sonrisa.
Prefino conocía bien a Madrix y comprendió al instante el significado de este gesto.
–Te lo vuelvo a repetir. No es necesaria su captura. Si vuelves con ellos y me entero que has arriesgado de algún modo la vida de tus hombres yo mismo te arrancaré la piel a latigazos. No tengo que recordarte los que somos –refiriéndose a los esclavistas– y que los recolectores nos superan en destreza, pese al número –le indicó refiriéndose a los originales habitantes del Agujero.
Becar fue a protestar pero los gritos de Shárika le interrumpieron. Madrix ignoró los gritos y le preguntó al arquero:
–¿Qué sucede?
No es que debiera preguntárselo pero si conseguía convencer a Becar de la necesidad de llevarlos al Agujero no tendría ningún otro problema con el resto de salvajes que le acompañaban.
–Es demasiado peligroso –contestó Becar.
–Lo sé. Ocultaremos el cadáver y con él las armaduras del resto. Tendremos que cubrir el carro con la lona hasta que lleguemos al Paso Libre. –Chasqueó asqueado la lengua–. Es un asco pero te aseguro que no lo haría si Prefino no me lo hubiera ordenado.
La última frase tuvo el efecto buscado. La sola mención de Prefino convenció al arquero de la conveniencia de no discutir las nuevas órdenes. Aquel perro bastardo era capaz de desollarle si se enteraba que retrasaba la misión de Madrix.
–En ese caso démonos prisa.
–Sabía que lo entenderías. Bajemos a ver que demonios sucede.
A los gritos de la legionaria se habían sumado los de Ermis y Thomas. Al parecer los tres legionarios forcejeaban desarmados contra los esclavistas que pretendían hacer pasar un rato desagradable a la sargento.
En medio del forcejeo Thomas se hizo con la espada corta de uno de sus apresores y cargó con ella contra el bastardo que pretendía violar a su superior. Ermis, haciendo gala de mayor presteza, bloqueó a dos esclavistas que le salieron al paso dejando el campo libre a su compañero que con el arma en alto se preparaba para asestar el golpe mortal.
Una flecha se clavó en su mano desarmándole y deteniendo su acometida en seco.
–Por las barbas de Begor, ¿qué demonios pasa aquí? –Gritó Madrix–. ¿Cómo permitís que dos hombres desarmados...? ¿Es qué, por todos los dioses, no tenéis armas? ¡Usarlas patanes estúpidos!
Mientras los esclavistas miraban avergonzados a su jefe Thomas se arrancó la flecha de la mano e intentó alcanzar la espada corta que descansaba en el suelo.
El arquero –el único que valía lo que ganaba en ese grupo de indeseables– disparó otra flecha que fue a clavarse junto a la espada a modo de advertencia.
Ermis saltó hacia él pero se detuvo cuando éste le apuntó con otra flecha.
Dos esclavistas se arrojaron sobre Thomas propinándole una paliza de puñetazos y patadas que le hicieron perder la consciencia. Otros dos sujetaban a la ya semidesnuda Shárika mientras que el último de ellos desenrollaba sus boleadoras del cuello de Sebral.
–¿Quieres que te pase lo mismo? –Preguntó Madrix a Ermis señalando a su sangrante compañero.
El legionario parecía un gato tenso presto al ataque pero pronto comprendió que no tenía opción. Sus músculos se aflojaron. 
–Bien. ¡Quitarle la armadura y meterlo en el carro! –Ordenó Madrix a los esclavistas.
Esperó pacientemente a que cumplieran sus órdenes mientras Becar y Telsat –el boleador– aguardaban vigilantes a su lado.
Ermis fue conducido a un carro situado en lo alto de la ladera. Un estrecho carro de madera de grandes ruedas sobre cuya plataforma se había construido una resistente jaula de hierro para transportar la “mercancía” de un mercado a otro. Varios grilletes se encontraban distribuidos a cada lado siendo Ermis encadenado en los últimos de ellos; junto al entablado que separaba el asiento del conductor del resto del carro.
El insoportable hedor de excrementos y desechos de anteriores inquilinos mezclados con la paja que cubría el suelo asaltó su estómago obligándose a realizar titánicos esfuerzos para no vomitar.
Cuando los esclavistas acercaron el carro –carromato– ladera abajo, junto a Madrix, éste les ordenó:
–Quitarles esas armaduras a éstos también y esconderlas bien junto al río –señalando una zona de arbustos junto a la orilla–, y deshaceros de los cadáveres.
Mientras los dos esclavistas pagaban su desliz la gruesa figura se acercó a Shárika que continuaba presa por los otros dos esclavistas, con una amenazante espada en su cuello.
De un tirón rompió su camisa dejando al descubierto sus abultados senos.
Telsat rió, y con él el resto de los esclavistas mientras ella se tragaba su orgullo.
–¡Por Vela! –Exclamó invocando a la diosa del placer–. Mira Telsat lo que nos han traído los dioses. Creo que hay tiempo para un poco de diversión, ¿no creéis chicos?
Todos respondieron con vítores.
–Yo misma te arrancaré las entrañas, ¡perro! –le amenazó Shárika y el fuego de la ira rasgó sus ojos.
Pero Madrix era un esclavista experto que no se dejaba amedrentar por ninguna de sus “mercancías”.
–No, no lo harás. Porque si te resistes usaremos a la pequeña y tú no quieres que eso suceda, ¿verdad?
Tan cerca estaba de ella que Shárika le propinó un fuerte rodillazo en los testículos presa de la rabia dejándole de rodillas en el suelo. Como premio un puñetazo de Telsat le rompió la nariz, que empezó a sangrar.
Madrix se repuso rápidamente.
–A por ella chicos –dijo dándoles libertad.
Shárika volvió a gritar pero esta vez no puso demasiada resistencia. Aquel gordo cabrón había acertado en sus palabras; no dejaría que Saera corriera la misma suerte.
Madrix se separó junto a Becar y le susurró:
–Haz correr la voz sin que éstos se enteren –dijo refiriéndose a los nuevos esclavos adquiridos–, si alguien toca a la pequeña yo mismo se la cortaré, ¿está claro?
Desconocía lo que Prefino quería hacer con ellos pero seguro que la niña era doncella y no iba a permitir que un detalle como ese bajara la recompensa.
–Cristalino.
–Bien. Buen chico. Dile a esos dos que recojan los cuerpos del viejo, la niña y el legionario al que has ensartado y mételos en el carro. Que les pongan los grilletes y luego únete con tus compañeros a la juerga. Pasa un buen rato, te lo has ganado.

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