sábado, 30 de diciembre de 2017

4.5 El Errante:las bestias de la guerra. Episodio 4.5

En donde los soldados amenizan la espera con viejas historias de batallas y heroicas gestas. ¿Quién es el Primero? ¿Y qué lo une a la Legión? ¿Qué es la Legión?

De un ágil salto bajó desde la muralla al suelo dejando a Katel asombrado. Con paso distraído se encaminó hacia la fogata.
– ...y cincuenta mil soldados cruzamos decididos a través del Valle de los Reyes hacia el Desfiladero de Nebra; en donde nos esperaban las cobardes tropas del Rey de Ákrita–. Contaba un viejo miliciano–. Su general esperaba pacientemente nuestro ataque sabiendo que su posición era mucho más ventajosa. Nosotros avanzamos detrás del Primero que alentaba nuestros ánimos con gritos de batalla que resonaban por todo el cañón. Por Sark que esos gritos debieron despertar a todos los reyes enterrados en el valle.
El Errante llegó al grupo y se situó lo más discretamente posible enfrente del narrador. Pese a su cuidado la gente se volvió para saludarle, algunos con palabras y otros con simples gestos. Pero cuando el narrador le vio se incorporó como accionado con un oculto resorte y empezó a decir mientras se llevaba la mano a la cabeza: –Señor...
Pero El Errante gesticuló con su mano izquierda, moviéndola de derecha a izquierda a la altura de su cintura, cortando palabras e interrumpiendo el saludo.
El hombre entendió y se volvió a sentar. Por un tiempo meditó si debía seguir con la historia pero El Errante parecía adivinar sus dudas: –Continua. Parece una historia interesante, por favor.
–Por donde iba –caviló–, a sí.
«Animados por el Primero empezamos a correr para el ataque y cuando estábamos a no más de cincuenta metros el general enemigo levantó una mano y a su orden empezaron a llover rocas sobre nosotros, desde lo alto del desfiladero. Todos corrimos en busca de refugio y los que estábamos más rezagados paramos en seco nuestra acometida observando impotentes el desastre que acontecía delante nuestro. Treinta y cinco mil de nuestros hombres perdieron la vida aplastados por las rocas o ensartados por la lluvia de flechas que les acompañaban.
»Por unos momentos nuestras esperanzas se resquebrajaron como un viejo espejo de cristal. Pero alguno de los nuestros silenció nuestros lamentos y nos pidió que escucháramos con atención: Del otro lado del desfiladero, detrás del muro de rocas recién creado sobre los cadáveres de nuestros compañeros, venían ruidos de batalla. “¡Vamos, adelante perros!” “¿Qué esperáis?” “¡Soy sólo un hombre!” Bramó la voz del Primero resonando por todo el cañón del desfiladero.
»Al ver caer las rocas debió correr más rápido que el corcel más veloz sorteando flechas y derrumbamiento para caer sobre nuestros enemigos –aquí el viejo miró al Errante pidiéndole muda confirmación y recibiendo su asentimiento con un leve gesto de cabeza–. Su voz nos devolvió la esperanza y sumando nuestras fuerzas empezamos a despejar el camino hacia la batalla que se libraba más adelante. Usamos los escudos como protección frente a las flechas que nos arrojaban los arqueros bastardos apostados en lo alto del desfiladero mientras una a una quitábamos las rocas del camino.
»Después de un largo rato conseguimos llegar al otro lado. Frente a nosotros, el Primero luchaba sobre una alfombra de miles de cadáveres mientras el enemigo, con el miedo en los ojos, intentaba contener la furia de su espada.
»Él nos oyó, no sé cómo pero lo hizo. Porque alzó su espada y nos ordenó atacar. ¡Y por Sark que eso hicimos! Con rabia y sed de venganza caímos sobre ellos y, pese a su ventaja numérica, era mucho más de lo que podían soportar y empezaron a huir en desbandada.
»El Primero sesgó la vida del general y cuando todo hubo acabado ahí mismo le juramos lealtad pues el futuro rey de Ákrita nos había abandonado mientras que él luchó por nosotros. Fue ahí donde se creó la Legión, ahí me hice legionario.
El silencio se adueñó de los presentes, decorado por el crepitar del fuego.
–¡Un solo hombre contra veinticinco mil! ¡No me lo creo! –Gritó un joven miliciano.
–¡Es verdad, lo juro! –Gritó el viejo legionario ofendido, pero un ademán del Errante le dio a entender que lo dejara correr. – Pero cree lo que quieras, no te lo impediré.
–Gracias. Es un detalle, anciano.
–¡Eh chico! Trata a este hombre con respeto –le recriminó el Errante–. Ha luchado por los más altos y nobles ideales y ha sobrevivido para contarlo, y eso es mucho más de lo que ha hecho la mayoría. Es más de lo que has hecho tú y se merece ser tratado con honor y respeto. ¿Has entendido?
El joven miró al Errante y algo en el timbre de su voz le indicaba que no era propiamente una pregunta, y por si tuviera alguna duda la rabia que se agolpaba en el ojo derecho del Errante lo dejaba bien claro.
–Sí señor –asintió compungido–, lo siento.
El viejo legionario se levantó del círculo para recoger dos jarras de cerveza de un barril cercano y sentarse junto al Errante.
–Muchas gracias –le susurró.
El Errante le observó con detenimiento. No recordaba su rostro, aunque quizás debería hacerlo, pero estaba claro que luchó a sus órdenes en la batalla del Desfiladero de Nebra. ¿Cuántos más habían luchado junto a él para luego ser olvidados? ¿Cuántas muertes provocó su obstinación? ¿Había merecido la pena tanto pesar por un rey? Y lo que era peor, ¿lo había merecido ese rey? Viendo el envejecido rostro que tenía delante pensó en todos aquellos que vio caer en el campo de batalla, ¿hubieran llegado a tener la misma edad? El Errante desechó sus dudas con un trago y le preguntó en el mismo tono: –Dime, ¿cómo te llamas?
El legionario le miró extrañado ante lo cual el Errante le explicó en voz muy baja después de cercionarse de que nadie les escuchaba: –Si crees que puedo recordar los más de quince mil nombres te equivocas.
Ante una tan contundente lógica tuvo que ceder.
–Bretor, señor.
–Tú no eres de Xhantia ¿verdad? ¿Cómo has llegado a formar parte de esta misión? ¿Dónde están el resto de legionarios de Xhantia?
Bretor dio un respingo al acomodarse un poco mejor en el suelo y después explicó con pesar: –Al parecer La Asamblea prefiere no mezclar a los legionarios en este asunto. No saben si en el campamento enemigo también hay legionarios o no, y tienen miedo que se unan todos contra su milicia.
–Muy cautos.
–Pero muy estúpidos. Si fuera así lo mejor sería mandar lejos a los legionarios y no permitir que les ataquen desde el corazón de Xhantia.
–Cierto, pero ambos sabemos que eso no ocurrirá.
–Pero ellos no.
Por un instante se quedaron absortos observando las estrellas. El Errante meditaba las palabras de Bretor: Parecía ser que la Legión no tenía ninguna intención de tomar partido a favor de Ákrita, pero por el contrario tampoco habían puesto de manifiesto su postura a los sabios componentes de La Asamblea. ¿Pensarían igual los legionarios de Lican? ¿Y los de Ákrita? El Errante no podía creer que apoyaran al nuevo rey, pero siempre cabía la posibilidad de que una manzana podrida estropeara al resto del cesto. Esto último debería de descubrirlo lo más pronto posible, pues si fuera así las cosas tomarían un cariz más peligroso; ya no se trataría de una simple sustitución en el trono sino que indicaba los planes de conquista de los implicados. 
–Y como he llegado aquí, bueno –empezó a explicar Bretor interrumpiendo la meditación de su oyente–, llegó un tiempo en el que conocí a mi actual esposa y me retiré con honores para vivir con ella en su pueblo natal, al sur de Xhantia. Tenemos una granja situada en uno de los lugares más bellos del mundo, un riachuelo baña mis campos que cultivamos con esfuerzo mis hijos y yo. Y en la temporada de cosecha una fragancia recorre el aire que alimenta el espíritu e impregna de poesía el lugar.
«La gente del pueblo siempre se ha portado bien con nosotros y el día que solicitaron gente para proteger las fronteras, bueno, me apunté (para gran pesar de mi esposa). –Bretor le miró con una pícara sonrisa–. Ya sabes; “para defender la libertad toda ayuda es poca.”
–¿A sí?
–¡Claro! ¡Vos nos lo dijisteis!
–¿Y era verdad? –Preguntó cabizbajo.
–Por supuesto, ¿acaso lo dudáis?
–No sé. A veces dudo si todo lo que hicimos sirvió para algo.
Bretor lo observó, pareciole que el hombre sentado junto a él acarreaba el peso de miles de condenadas almas. Las dudas podrían corroerle hasta los huesos y dejarle indefenso ante las cuestiones más simples. Iba a decirle algo que pudiera sacarle del pozo al que empezaba a caer, cualquier cosa para animarlo, igual que les hizo a ellos quince años antes, pero una voz le interrumpió.
–¡Eh Errante! –Gritaba un miliciano medio borracho al lado del fuego –. Tú amigo ya nos ha contado su historia, ¿por qué no nos cuentas tú la tuya?
Bretor fue a saltar ante tal imperdonable falta de respeto pero el Errante le sujetó del brazo impidiéndoselo.
–¿Qué historia? ¿Cuál de todas?
–¿Por qué te ha dado las gracias el capitán del Clan del Lobo Viejo?
–Sí, ¿por qué? –Se le sumó otra voz.
Y a ésta se le sumo otra, y otra, hasta que al final todos aquellos que se encontraban reunidos junto al fuego le pedían explicaciones como niños en un parbulario.
–Está bien –contestó el Errante después de meditarlo unos instantes–, si bien no soy un buen narrador espero que la historia os lo compense.
«Ocurrió hace tres años; por aquel entonces yo venía de viaje desde el reino de Ellodes, al sudeste, portando como única arma una larga vara que al mismo tiempo servía como apoyo durante el camino.
–¿Sólo una vara? –Interrumpió uno de los oyentes.
–No buscaba confrontación alguna, pero de todas formas una vara en buenas manos es mejor que cualquier arma portada por un inepto. De hecho no llevaba ni cota de malla; una ropa ligera de color verde claro y la misma capa parda que porto ahora eran mi único atuendo y protección.
«Andaba por la región de Vroxen –continuó explicando–, cuna del Clan Lobo Viejo...

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