sábado, 2 de junio de 2018

7.7 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / un destello de esperanza.

Viajar como esclavistas siempre está ligado a estar bajo continuas sospechas, continuos controles y miradas de envidia y repulsión por igual. Igual en uno de estos controles nuestros amigos tengan la fortuna de encontrar la libertad.



-Anteriormente:
«–¡Oh! –Exclamó Sebral con una sonrisa –. Sí, es capaz de todo eso y de mucho más. Incluso él solo ganó una guerra... –hizo una pausa pensativo– pero hablo demasiado y debo callar –concluyó.
–Vamos, sigue –rogó Saera.
–No cariño. Hice un juramento de silencio que no pienso romper.
–Yo lo he roto –protestó Ermis.
–Tu elección, nadie te ha obligado a ello. Yo callaré.
–¡Callaos los de dentro! –Gritó uno de los esclavistas– ¡Silencio!»

–¿Qué sucede? –Le preguntó Shárika a Thomas– ¿Puedes ver algo?
–No, espera –le dijo mientras intentaba ver por los rotos de las lonas que cubrían el carromato.
–Legionarios –susurró esperanzado.
–¿Cómo?
–Legionarios, tres, a caballo.
Un látigo restalló junto a los barrotes sobresaltando a los presos.
–¡Silencio! –Volvió a gritar el esclavista–. Obedecer u os sacaré la piel a tiras. Arrancaré vuestros 
músculos uno a uno y haré caldo con vuestros huesos.
–Qué gráfico –comentó Sebral en voz baja haciendo sonreír a la princesa.
Los legionarios llegaron a la altura del carromato.
–¡Alto! –Gritó uno de ellos.
Mientras que el legionario que había dado la orden permaneció enfrente del carro impidiéndole avanzar, los otros dos rodearon al vehículo para detenerse finalmente junto a Madrix, que estaba sentado delante, a la derecha del conductor.
–¿Por qué unos legionarios, guardianes de la paz –añadió melosamente–, hacen detenerse a unos honrados mercaderes en su paso de un mercado a otro?
Los legionarios rieron.
–¡Por Seanil que nunca había oído desfachatez semejante! ¿Honrados mercaderes? Esclavistas más bien.
–Mercaderes somos puesto que mercancía vendemos, señor –se defendió Madrix–. ¿Queréis echar un vistazo a la nuestra? Estoy seguro que podría ofrecerle un buen precio.
El legionario escupió al suelo.
–Si por mi fuera no tendrías mercancía alguna, tratante –le contestó ofendido–. Pero no está en mis manos impedirlo. Sólo dime, ¿a donde os dirigís?
–A Lican, mi señor. A Lazheria.
–¡No le creáis! –Gritó Thomas sobresaltando a todos.
–¡Calla! –Le ordenó Shárika.
–¡Por el Primero! ¡Sacarnos de aquí! –Azuzó Thomas.
Al reconocer a uno de los suyos los legionarios desenvainaron sus armas. Los dos del lateral cargaron contra ellos.
–¿Esclavos? Pagarás con tu vida por esto –amenazó a Madrix el restante, todavía frente a él.
Becar apareció sobre la jaula del carromato disparando su arco. Su flecha se clavó certera en el cuello de uno de los legionarios que se derrumbó sobre uno de los esclavistas. El otro legionario continuó su carga rebanando el cuello de otro enemigo. Telsat lanzó su boleadora enganchándolas en las manos del caballo. Éste cayó derribando a su jinete que no tardó en verse rodeado por cuatro esclavistas.
El tercer legionario lanzó un puñal a Madrix pero éste fue más rápido e interpuso a su compañero. El legionario rodeó el carro por la izquierda para poder atacar desde atrás a los esclavistas. Becar se ocupó de él con una de sus flechas y el legionario superviviente no tardó en acompañar a sus amigos en su viaje al Inframundo.
Cuando todo hubo acabado Madrix arrojó el cadáver del conductor al suelo.
–¡Por Meron que así no hay forma de hacer negocios! –Exclamó.
Bajó del carro e ignorando los cuerpos de los legionarios ordenó abrir la jaula.
–¿Os parece bonito? –Les preguntó a sus presos–. Podíamos haber sacado un buen negocio adelante pero no, el señor capullo tenía que gritar... ¿qué era eso? Ah sí, ¡por el primero! Pues serás el primero en recibir una lección, el primero y el último. Creo que la necesitas. ¡Sacarlo fuera! –Ordenó airado.
Lo sujetaron entre dos de los esclavistas mientras Becar desenrollaba su látigo delante de él.
Madrix se acercó a Thomas.
–Éste es Becar –le presentó–. Es un gran arquero, ¿sabes? El mejor que yo haya visto. Por eso le tengo conmigo, claro.
–Encantado –contestó irónicamente Thomas.
–¿Encantado? ¡Ya! No creo que lo estés. ¿Sabes? No sólo tiene buena puntería con el arco, con el látigo..., con el látigo es un maestro.
–Lo creo –volvió a interrumpir.
Un puñetazo de Madrix lo silenció.
–Sebral, ¿puedes hacer algo? –susurró Neamer.
–Sí puedo. Pero no nos desharíamos de ellos y después, ¿qué? Estoy demasiado débil para algo mayor.
–De ésta no sale –sentenció Ermis.
–Calla –le ordenó Shárika rabiosa por la impotencia.
Madrix se hizo a un lado y dijo:
–Maestro, demuéstranos lo que sabes hacer.
El látigo acertó el rostro de Thomas a la primera. Después Becar se recreó formando un macabro mosaico en la piel del legionario. Aunque no lo demostrara Madrix observaba fascinado el coraje y aguante de aquel legionario que recibía el castigo en completo silencio.
–¡Basta! –Interrumpió–. No tenemos tiempo. Acabar con él y luego meter todos los cadáveres en la jaula. Tendremos que viajar de noche para salir de Xhantia cuanto antes.
Becar guardó su látigo. Otro esclavista se acercó al sangrante Thomas y empezó a propinarle una serie de puñetazos. Cuando Thomas se derrumbó sobre la hierba varios esclavistas se unieron con su compañero para darle patadas al rebelde esclavo.

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