sábado, 26 de mayo de 2018

7.6 El Errante: las bestias de la guerra. -Apresados / traición y huída en Trípemes.

Ya sabíamos que Trípemes era un estercolero. El paraíso de la baja estofa. Ahí donde el mal anida y se expande como una enfermedad al resto del mundo. Pero hubo un tiempo en que se intentó erradicar ese mal.




-Anteriormente:
«Las marcas de la paliza eran patentes en su rostro y brazos, y sólo la mitad de los cortes sufridos parecían haber cerrado, pese a la magia de Sebral.
–Sobreviviré... creo –pero al intentar incorporarse el dolor le obligó a gritar–. Si no me muevo, claro está –añadió.
La tensión se rompió en un aluvión de risas contenidas que todos agradecieron.»

–Con él esto no nos hubiera pasado –dijo Saera.
Era un comentario impertinente propio de una niña. Una acusación velada que nadie tuvo ánimos de responder.
–Ese hombre salvó mi vida –confesó Ermis después de un incómodo silencio.
Shárika, que comenzaba a dudar de su capacidad de liderazgo y de llevar la misión a buen término, le contestó:
–Nos la salvó a todos.
–No –hizo una pausa–, antes. En Trípemes.
–¿Qué pasó? –Quiso saber Saera.
Ermis tragó saliva. Estaba apunto de romper un juramento de silencio sobre lo sucedido en aquella maldita ciudad, pero lo volvió a meditar y permaneció en silencio deseando no haber dicho nada.
Todos aguardaban expectantes, incluso el incesante traqueteo del carromato había vuelto a enmudecer interesado en su historia. La incesante curiosidad de Saera le azuzó para continuar.
–Todas las ciudades tienen sus bajos fondos –comenzó a explicar–Algunos más grandes que otros pero incluso la más pequeña de todas posee una calle en la que una dama no se aventuraría una vez ocultado el Sol. Pero Trípemes –respiró meditabundo para tomar fuerzas–, Trípemes es toda un bajo fondo –dijo acelerado–. Vale que todas las ciudades pueden ser peligrosas de noche, pero en esa ciudad no hay calle libre de la delincuencia: Asesinatos, robos, peleas... todo campa por doquier. La Guardia permanece asustada en sus cuarteles por la noche patrullando por el día en grupos de siete u ocho. Las casas nobles están corruptas y el Virrey vive temeroso en su palacio. Pero incluso en esta fétida ciudad hay también bajos fondos; el Inframundo lo llaman.
–Los bajos de los bajos fondos –bromeó Thomas haciendo sonreír a Saera.
–Sí. Ahí se oculta Miklos, el auténtico dueño de Trípemes.
–Y ahí estabais vosotros, ¿me equivoco? –Preguntó Sebral.
–No, no te equivocas. Después de dos incursiones en el Inframundo aquella vez parecía la definitiva. Cien legionarios entramos en aquel laberinto de callejones detrás de un guía que juraba por los dioses conocer el Inframundo como la palma de su mano.
–¿Os traicionó? –Quiso saber Shárika.
–La vanguardia cayó al instante. Cuarenta almas fulminadas bajo una lluvia de lanzas y flechas arrojadas por simples rateros y asesinos.
«Los restantes..., algunos se intentaron proteger con sus escudos y avanzar, otros simplemente huimos –confesó.
»Corrimos entre un mar de cuerpos que caían y se abatían entre gritos de dolor. Esquivando a nuestros compañeros que luchaban contra aquella escoria. Varios de ellos intentaron cerrarnos el paso pero uno a uno fueron abatidos por flechas y saetas; creo ahora que él nos cubría mientras huíamos asustados. Alcanzamos un callejón lateral, luego otro y después otro. Sin parar de correr dejamos aquella matanza atrás sin volvernos a mirar ni siquiera un instante.
»Hubo un momento en el que nos llegamos a perder. Fue entonces cuando miramos el callejón recorrido y vimos varios cadáveres de nuestros perseguidores que nosotros no habíamos dejado. Seguimos corriendo y por fortuna logramos salir de aquel laberinto. Aquel día Nebra tuvo que ampliar su reino y Sark nos maldijo por nuestra cobardía.
»Entonces juramos no contar nada a nadie.
–A veces, una retirada a tiempo supone la mayor de las victorias –le intentó animar Thomas.
–Huimos cobardemente.
–Ermis. Te he visto cumplir mis órdenes, luchar valientemente a mi lado. Tú no eres un cobarde. Sé que no eres un cobarde –le dijo Shárika.
–Pero lo fui, mi sargento.
–¡Y dale! –Exclamó Thomas. –No puedes pretender ser como El Errante. 
–Eso es cierto, muchacho –le dijo Shárika.
–Puede ser, pero me gustaría serlo –deseó–. Hasta conocerle creía que era un mito, una leyenda cuyas hazañas eran producto de la desbordante imaginación de un juglar, cuentos para niños. Pero después de verlo luchar, ¡parecía pasearse entre los monstruos del Bosque Lubre!, he de creer todo lo que de él se dice.
–¡Oh! –Exclamó Sebral con una sonrisa –. Sí, es capaz de todo eso y de mucho más. Incluso él solo ganó una guerra... –hizo una pausa pensativo– pero hablo demasiado y debo callar –concluyó.
–Vamos, sigue –rogó Saera.
–No cariño. Hice un juramento de silencio que no pienso romper.
–Yo lo he roto –protestó Ermis.
–Tu elección, nadie te ha obligado a ello. Yo callaré.
–¡Callaos los de dentro! –Gritó uno de los esclavistas– ¡Silencio!

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