sábado, 24 de marzo de 2018

6.8 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.8

Al parecer el orgulloso pirata no era tan reticente como parecía. Para cumplir los deseos del Errante deberá navegar por el río. Una ruta hoy en día peligrosa. Pero el es un marinero experimentado, todo un pirata. Un marinero sin barco. Todavía.

El pirata cayó ágilmente en el empedrado de la calle con una técnica adquirida en años de aventuras en el mar. Protegido por el manto de la noche se deslizó por los callejones hasta llegar al puerto.
El puerto de Trípemes era famoso por no descansar en todo el día, y por la noche duplicar su actividad. Bajo las estrellas los almacenes destapaban sus mercancías de contrabando, las cuales, bajo las órdenes de groseros capataces, eran cargadas en los barcos para luego ser transportadas al interior, gracias a los sobornos de los adinerados mercaderes. Y junto a esos almacenes se agolpaban sucias tabernas para los cansados marineros. Oscuros negociantes y profesionales de inmorales profesiones se reunían junto a la cerveza y el salitre para cerrar dudosos tratos que no tardarían en traicionarse.
La Sirena Borracha pertenecía a uno de estos elitistas locales. Aunque aquel día estaba prácticamente vacío. La clientela que lo solía frecuentar descansaba en sus hogares debido al descenso de sus negocios por culpa de la inestable situación política: las rutas al interior no eran seguras y pocos barcos se aventuraban a cubrirlas. Pero a Shamer sólo le interesaba uno de sus habituales. Entró en el local e ignorando a los presentes se dirigió hacia una mesa donde estaba su objetivo.
El hombre; un obeso capataz vestido con una larga túnica verde ceñida a su cuerpo con un gastado cinturón del que pendía una espada en su lado izquierdo, devoraba con ansia una carne cebada con picante. La salsa impregnaba su barba canosa, el único pelo de su cabeza.
Shamer se situó frente a él. Se apoyó en una mesa y descansó su bota izquierda en el taburete más cercano.



–Buenas noches Silas –saludó jovialmente.
–Eran buenas. Hasta que llegaste.
Como respuesta un cuchillo voló de la pernera del pirata para clavarse en la mesa junto al plato de carne.
–Venga. Vamos. No me hagas enfadar.
–Piérdete.
–Eso intento.
–¿Por qué has venido? Aparte de para amargarme el desayuno, claro –preguntó mientras desclavaba el cuchillo para guardárselo entre los pliegues de su ropa–. Gracias.
–Quédatelo. Necesito un barco.
–¡Ja!
–Pero un barco especial. Uno que cubra la ruta del interior.
El rostro de Silas cambió de expresión. –¿Para qué? –Preguntó intrigado.
–Para ir a Ákrita sin responder preguntas molestas –contestó con un ademán para quitarle importancia.
–Siempre encontrarás preguntas molestas –sentenció.
–No si voy en un barco mercante que hace la ruta del interior hacia Ákrita. Un barco que pueda pasar los posibles controles del nuevo rey. El cual debe de estar deseoso de que se restablezcan las rutas comerciales con el mar.
Silas terminó la carne que le quedaba y después de limpiarse la salsa del rostro gracias a su sufrida manga izquierda eructó y dijo:
–Para ello necesitas una mercancía que vender y yo, gracias a los dioses, no la tengo.
–¿Si te la consigo me llevarás?
–¡Estas loco! ¿Crees que tengo algún interés en perder el cuello intentando restablecer una ruta comercial? Al infierno con Ákrita y sus necesidades. Y al infierno tú.
Shamer dio un bufido. Esto relamente asustó a Silas.
–No te pido que restablezcas ninguna ruta. Sólo que me lleves por ella.
–El riesgo es el mismo –contestó mientras maldecía la hora que se había levantado para ir a desayunar.
–El dinero no me sirve una vez muerto. Además, seguro que a la primera oportunidad intentarías apoderarte de mi barco y mi tripulación.
–Muerto aquí, muerto allí, es lo mismo –amenazó Shamer con cierta gracia.
Silas se secó el sudor con la manga manchándose el rostro de salsa. Lo ignoró.
–Necesitaré mercancía.
–La tendrás.
La maliciosa mente de Silas empezó a trazar un plan. Intentaría quedarse con la mercancía y lanzaría al pirata al mar.
–Está bien. ¿Cómo quedamos?
–En el muelle, enfrente de tú almacén. Dentro de una hora.
–De acuerdo.
Shamer dio media vuelta y se dirigió a la salida. A medio camino se giró y le gritó:
–Y no intentes jugármela viejo lobo de mar. Un solo movimiento sospechoso y tus tripas serán alimento para los tiburones.
Silas se quedó solo, meditabundo, empezaba a pensar que igual no había hecho tan buen trato como había pensado.

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