miércoles, 17 de enero de 2018

6.2 El Errante: las bestias de la guerra. Ep.6.2

En el que El Errante visita a un viejo amigo; se quita el disfraz y charlan sobre los recientes problemas del mundo.



En la comodidad de su cabaña como general del ejército de la legión destinado a Trípemes Xhenis disfrutaba de unos de esos escasos momentos de paz que tan raramente había podido obtener desde que le adjudicaron la difícil misión de pacificación de la ciudad de Trípemes: una ciudad portuaria asediada por su propia corrupción interior hasta los límites de verse obligada a solicitar ayuda del exterior para limpiar las calles de rateros, asesinos y gente de similar calaña.
Pero a cinco kilómetros de la ciudad todo parecía diferente y el hecho de disponer de un barril privado de cerveza daba esperanzas para poder pasar una noche tranquila .
–¿Aún sueles beber cerveza hasta que sale el Sol?
Xhenis soltó la jarra sobresaltado y giró en redondo dispuesto a enfrentarse con el intruso. Una figura aparecía entre los cortinajes que separaban su camastro del resto de la tienda.
–¡Errante! ¡Bendito seas, que Begor te guarde! –Exclamó con los brazos abiertos esbozando una alegre sonrisa.
–Xhenis, viejo bribón –respondió el Errante correspondiéndole el abrazo–. Veo que has ascendido dentro de la Legión. 
–Así es, así es –afirmó con orgullo–. También yo veo que el tiempo parece no haber pasado para ti. Por Khronos que creo que el viejo dios se olvidó de ti con el paso de los años.
–No fue Khronos sino Nebra. Pero eso es otra historia –dijo el Errante con triste semblante–, y no dispongo de tiempo para contarla. Tal vez en otra ocasión.



Xhenis permaneció en silencio mientras llenaba dos jarras de cerveza negra de su preciado barril procedente de Xhantia, quizás a la espera de una posible aclaración posterior. Esta parecía no llegar y después de haberse sentado los dos, junto a una pequeña mesa con sus respectivas jarras, rompió el silencio mientras su visitante liaba un cigarro con aire pensativo.
–Dime pues, ¿qué poderosa razón te ha motivado a sortear la seguridad de mi campamento para infiltrarte en mi tienda? ¿Y a quién de todos mis hombres he de dar ejemplar castigo porque lo hayas conseguido? –Preguntó frunciendo el ceño.
–Contén tu ira –apaciguó El Errante con un cansino gesto de su mano izquierda–, pues bien sabes que nadie podría impedirme entrar si me lo propusiera y así ha sido esta vez –terminó aspirando profundamente de su cigarro.
–Lo haré pues así lo pides, pero sólo si te quitas ese ridículo parche. No te preocupes por visitas inesperadas pues he ordenado que no se me moleste hasta el alba y nadie reconocerá en ti a Vángar, el Primer legionario. 
El Errante se quitó el parche que usaba como disfraz y después de otro sorbo de cerveza preguntó pensativo:
–¿Qué noticias tienes de Ákrita? De la ciudad quiero decir.
–No gran cosa –contestó Xhenis desanimado–, se dice que el rey ha muerto a manos de su primo haciéndose éste con el poder del trono. Que hubo una matanza en palacio en la que algunos legionarios se vieron implicados y de la que se salvaron la princesa y ese viejo hechicero de Sebral –acabó con la amargura en la boca.
–Mago –corrigió el Errante.
–Mago pues –claudicó–. Los cuales desaparecieron huyendo con rumbo desconocido.
Vángar enmudeció, en parte debido al cansancio del viaje, pero esbozó una tímida sonrisa que a su compañero le pasó desapercibida. «Y así a de ser, por el momento.», pensó.
–Supongo que el nuevo rey habrá dado orden de busca y captura por todo el reino –continuó el capitán.
–Y la Legión, ¿cuál es su postura?
Xhenis miró pensativo a Vángar. Bebió un largo trago de cerveza para adquirir coraje y después de limpiarse la espuma de la boca con la manga contestó:
–Por ahora no hay ninguna postura oficial. Mis últimos contactos con mis superiores fueron hace cuatro días. Pero creo que nuestros cuarteles han sido respetados del saqueo y el pillaje. Quizás por miedo, o puede que por respeto, pero no lo sé seguro.
–¿Y tu postura?
–¿La mía? –Preguntó sorprendido–. Cumplir mis últimas órdenes, llevar a cabo mi misión –dijo agitando la jarra de cerveza con una mano–. Limpiar de escoria las calles de Trípemes –añadió señalando con la misma jarra un mapa de la ciudad que colgaba en un lado de la tienda. Y salpicando unas pocas gotas de cerveza en él.
El Errante no dijo nada. Su silencio enfureció a Xhenis.
–¡Bien sabes –saltó en cólera–, que los legionarios nunca juraremos lealtad a ningún rey! ¡Nunca! 
–¿Nunca?
–¡Por Sark que sino fueras tú ahora mismo te estarías tragando tus palabras junto al filo de mi acero! –Dijo desenfundando su espada para acompañar sus palabras.
El Errante permaneció silenciosamente inmóvil mientras observaba al capitán. Xhenis sudaba por el estallido de cólera, temía que sus gritos alertaran a sus hombres. Mas nada de ello dijo y permaneció a la espera con la espada en la mano. En un movimiento fugaz el Errante asió la jarra y se la llevó a los labios sobresaltando al capitán.
–Brindo por ello –dijo–, y ahora enfunda tu arma antes de que te hagas daño, ¿o te olvidas con quién estás hablando?
Xhenis obedeció vacilante y se volvió a sentar en su silla.
–Perdona –se disculpó–, pero no permito que se ponga mi honor en duda.
–Y así ha de ser amigo.
Los dos bebieron de sus jarras y el Errante reinició la conversación:
–Vengo de Xhantia, tu tierra.
La noticia sorprendió un poco a Xhenis, pero sólo un poco.
–¿Y? ¿Cómo va todo allí? –Preguntó intentado ocultar su sed de noticias.
–Pasé por el Paso de Copro para venir aquí. Se encuentra fuertemente vigilada por unos doscientos soldados, a las órdenes de un tal Lord Xeos, o algo así –dijo desentendiéndose de la duda con un gesto de su mano–. ¿Lo conoces?
–Sí, lo conozco. Es un pomposo idiota, un noble con aspiraciones a entrar en La Asamblea, pero sin embargo un diestro espadachín. Muy asustada debe de estar La Asamblea si le envía a él a vigilar la Puerta Oeste –dijo pensativo.
–Así es –continuó el Errante después de un trago de cerveza–. Se debe a que a menos de dos kilómetros de ella hay un campamento recién emplazado por orden del nuevo rey de Ákrita.
Xhenis dejó que hablara.
–Estuve hablando con ese Lord Xeos; al parecer la frontera norte con Ákrita se encuentra en la misma situación. La Asamblea a enviado a Elt, el Grande, a través del Desfiladero de Gruham hasta el Valle de los Reyes para proteger Xhantia del invasor –Xhenis abrió ampliamente los ojos por el golpe de la sorpresa–. No ha habido batalla aún pero Elt permanece con sus tres mil hombres en su lado del valle mientras en el otro acampa un ejército similar a la espera de órdenes de Ákrita. –Después de exponer la situación Vángar permaneció pensativo mirando la lona del techo de la tienda luchando con el cansancio. 
Xhenis meditaba sobre las noticias. Xhantia permanecía independientes del reino de Lican merced a un frágil tratado, y con la frontera este debilitada para reforzar las otras dos... 
El Errante interrumpió sus cavilaciones adivinando las preocupaciones del capitán:
–No temas. Xhantia y Lican han reforzado el tratado y no hay peligro de que os invada, por ahora.
–No entiendo –dijo Xhenis dubitativo–, Tú y yo conocemos a Ghinmes personalmente y nunca ha sido un hombre de armas, no lo creo capaz de planear un acto así. Y mucho menos de llevarlo a cabo.
–Tampoco yo lo creo –siguió Vángar entrecerrando los ojos. El cansancio empezaba a hacer presa de él. Por un instante Xhenis pensó que su amigo caería dormido–. Pero hay otra persona –consiguió recuperarse–, Sylvania.
–¿Su mujer? –Preguntó sorprendido. Pero luego recapacitó– Bueno. Creo que tú la conoces mejor que yo –dijo con una sonrisa burlona.
–En efecto.
–Yo creía que estaría la mano de algún poderoso mago en todo esto –confesó el capitán–, ¡Malditos sean! –Profirió poniéndose a andar en círculos por la tienda. Nervioso por la preocupación.
–Y aunque me pese decirlo temo que no te equivocas esta vez. Has de saber que Sylvania, a parte de ser una hermosa mujer es también un mago de los más poderosos. Ahora siéntate que me mareas.

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