domingo, 24 de diciembre de 2017

4.3 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 4.3

Ha sido demasiado tiempo el que hemos dejado de lado a este grupo de aventureros. En mala situación nos olvidamos de ellos, sin rumbo claro, sin cobijo y rechazados por aquellos que bien les podrían defender de sus enemigos. Si no su vida, al menos su salud, depende de guarnecerse antes de que la tormenta les golpee con toda su fuerza.

Corrieron bajo la lluvia alcanzando pronto la encrucijada. Una vez allí localizaron enseguida dichas cuevas y sin perder mucho tiempo en elegir cual se internaron dentro de una de ellas para protegerse de la lluvia, calados como estaban. La decisión fue unánime; decidieron pasar la noche en la cueva. 
–¿Qué te ha pasado ahí dentro? –Le preguntó Shárika a Ermis.
–¿Qué? Nada –intentó ocultar el legionario.
–¡Nada! Cuando apareció ese tal Tékrex te pusiste a temblar como un novato frente a su primer enemigo. ¿Qué sucedió?
–Venga, ¿qué ha pasado? –Le increpó Thomas.
Sebral permaneció en silencio reflejando así que sabía más de lo que podía ocultar su mutismo, pero Shárika no le preguntó y siguió esperando respuesta de Ermis.
–Veréis –empezó a explicar dubitativo. –Ya os he contado el ataque de los Espectantes a Cremón. Pero lo que no os había dicho es que el líder de los Espectantes fue Tékrex “el sanguinario”.
–Por las barbas de Begor, dios de dioses. Eso debió de pasar hace cien años. ¿Cómo es posible? 
–Ciento treinta y dos años para ser más precisos –indicó el anciano consejero–. También llamado por Tékrex “el empalador” y “el asesino”. Sin embargo por otros nombrado como “el justiciero”, “el sabio” o “el vengador”. Sólo es una pequeña muestra más de cómo cambia la historia según el bando que te la cuente –comentó a su pequeña princesa.
–No puede ser él –negó Jhiral–, ¿verdad?
Pero sus palabras ni convencían ni consolaban al asustado Ermis: –¿Magia? –Preguntó a Sebral.
Sebral respiró profundamente eligiendo cuidadosamente sus palabras: –Es posible –admitió–. Supongo que sí. 
–¡Anda ya! –le contestó Thomas.
–Oh, no te engañes Thomas. Os sorprendería saber la cantidad de secretos que pueden guardar algunas personas.
A Shárika se le paró el corazón pensando que el anciano aludía a ella. No habían sido sus palabras, sino la mirada de reojo que Sebral le había dirigido.
–De todas formas, fuera o no fuera él, y dada la situación creo que Tékrex va a estar lo suficientemente ocupado como para no temer nada por su parte por ahora. Así pues te aconsejo –dijo dirigiéndose a Ermis– que no te preocupes por el tema y descanses lo mejor posible. Todavía nos resta mucho camino por andar.
Así terminó la conversación y pese a que no esperaban ninguna sorpresa, por lo menos mientras durara la lluvia, Shárika impuso guardias dejándose para ella el segundo turno, Ermis el primero y Thomas el tercero. Se intentaron acomodar en suelo de la cueva. Saera se acurrucó entre Sebral y ella, apoyando la cabeza en el pecho de la legionaria.
Sebral fue a impedirlo pero la sorprendida sargento  lo detuvo con un gesto y pronto cayeron presas de sueño.



Una respiración extraña, el sonido de unos pasos sigilosos, el olor de un animal despertó a Saera de su sueño. A través de sus ojos todavía medio abiertos pudo ver como un pequeño lobo se acercaba a ellos, sus ojos brillaban en la oscuridad y nadie parecía haberse percatado de su presencia.
–Sssh –le susurró Shárika–. No pasa nada. No te hará daño.
–¿Cuánto... ? –Empezó a preguntar Saera en voz baja.
–No sé. Debían de estar antes de que llegáramos, dormidos al fondo de la cueva, pero no debes de temer nada.
El lobezno se acercó un poco más a Saera y empezó a lamerle la cara, ajeno a todas las miradas.
–¡Es cómo los cachorros de palacio! –Exclamó Saera.
–Sí, cómo los cachorros de palacio –rió Shárika a media voz.
Saera acarició al lobezno jugueteando con él.

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