sábado, 4 de noviembre de 2017

3.8 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.8

«En donde se nos informa de los Espectantes y cierto pasado oscuro de Ciudad-Garra.»


No era un jabalí como Thomas habría deseado pero debía bastar. Ermis observaba pacientemente al ciervo desde su escondite entre las ramas del árbol mientras la presa se acercabahacía a él. Con la espada en mano esperó a que se pusiera justo debajo. Entonces se dejó caer apuntando con su espada al cuello del animal. Fue un tajo limpio. Él puso la puntería y la fuerza dejando que la gravedad hiciera el resto.
El animal decapitado, se desplomó ruidosamente. Nunca supo que pasó. De unos matorrales surgieron sus compañeros que estaban observando la escena.
–¡Maravilloso! –Alabó Jhiral.
–Soberbio –se sumó Sebral.
–¡Comida! –Exclamó Thomas.
–Ha sido asqueroso –se quejó Saera junto a Shárika. La cual no expreso comentario alguno pero miraba la presa con cierto anhelo.
Ermis preparó el ciervo para cocinarlo y Thomas no tardó en preparar el fuego. «Rudimentario, pero perfecto –según él– para preparar la comida.» Todos comieron con avidez, incluso la princesa, que repugnada por la forma en que Ermis preparaba la comida había jurado que no probaría bocado poniendo a Vela por testigo. Las emociones del día les tenían agotados. 
¡Sólo había pasado medio día! Ahora parecían disfrutar con el descanso, incluso Shárika se permitió estirarse en la hierba para relajarse un poco. La extraña criatura no les había seguido, aunque se dieron cuenta muchos metros más tarde, pero decidieron no aflojar mucho el ritmo para poner tierra de por medio. Cuando el Sol se encontraba en su cenit los estómagos pedían sustento a gritos tan graves y profundos que corrían el riesgo de alerta a su futura comida. Decidieron parar e intentar comer algo.
–Comer despacio muchachos. Que no os siente mal –dijo Shárika medio adormilada en la hierba. 
Jhiral se acercó a ella. No podía evitar sentirse atraído por su belleza. Pero no fue de amor de lo que le habló.
–¿Hacia adonde iremos?
Ella se giró. La luz rozó sus cabellos bañándolos de plata. Sus ojos adormilados se abrieron mostrando su esplendor.
–Seguiremos bajando hasta llegar a Ciudad-Garra. Luego iremos más al este, hacia el Puente del Destino y, una vez cruzado el puente, estaremos en Lican.
–¿Ciudad-Garra? Un momento. ¡Nadie dijo nada de pasar por Ciudad-Garra! –Protestó Ermis.
–No, ¿y qué? –Le preguntó su sargento.
–¡Qué de saberlo me hubiera quedado en el bosque con el Rey Vidom y sus soldados muertos!
–¡Anda ya! ¿Se puede saber a qué le tienes miedo? –Preguntó Thomas–. Si bien es cierto que el nombre deja mucho que desear no deja de ser una ciudad más en el mapa y no hay nada de... –terminó interrumpido por un codazo de Jhiral. Éste le indicó que callara al observar palidecer a su compañero de armas.
–El hecho es que en Ciudad-Garra habitan los Espectantes, y como nuestro pálido amigo –dijo indicando a Ermis– es de Cornayes habrá oído ciertas historias sobre esa gente que le hacen mostrarse reacio a pasar por allí. Es por eso por lo que no te dije nada –terminó de explicar Shárika.
–¿Espectantes? Hijos de Nebra es lo que son, así los llamamos en mi tierra.
–¿Hijos de Nebra? ¿Puede ser, maestro? –Preguntó Saera a Sebral.
–No, cariño –le contestó–. En realidad son tan humanos como tú o como yo.
–Eso no les hace menos peligrosos –argumentó Ermis.
–De hecho –continuó Sebral ignorando al legionario–, Ciudad-Garra no es una ciudad más en el mapa. Se trata de su sede: una especie de templo fortaleza situada a unos doscientos metros por encima del suelo, sobre un gran pináculo de roca que adquiere la curiosa forma de una garra semiabierta en cuya palma se sustenta la ciudad. En ella habitan pues los Espectantes; una mezcla extraña entre secta religiosa y un ejército bien formado.
–¡Ah! –Dijo Saera.
–Eso está muy bien pero,... ¡por los rizos dorados de Seanil! ¿Se puede saber por qué Ermis siente pavor por esa extraña ciudad? –Preguntó Thomas invocando a la diosa de la sabiduría.
Todos fijaron la vista sobre Ermis de Cornayes, el cual, poco a poco reunió el valor necesario para explicarse.


–Como ya parecen saber Shárika y Sebral –empezó a decir medio avergonzado por la incomoda situación–, hace mucho tiempo, cuando el abuelo de mi padre todavía no había nacido, los Espectantes atacaron Cremón, la capital de Cornayes, aniquilando a todos sus habitantes; hombres, mujeres, ancianos y niños, soldados o simples campesinos o comerciantes. Daba igual, no hicieron distinción alguna. Acabaron arrasándola completamente dejando sólo sus cimientos.
Hizo una pausa para tomar aliento.
–Desde entonces, aunque supongo que el paso del tiempo habrá aumentado el tamaño de la barbarie pero, los Espectantes fueron apodados los Hijos de Nebra debido a su salvajismo y efectividad en el campo de batalla.
–¿Y allí nos pensáis llevar? –Preguntó Jhiral asombrado, atragantándose con su última porción de venado.
Saera también buscó silenciosa la respuesta en Sebral.
¬–Os repito que no hay porque alarmarse –intentó calmar a los legionarios y a su alumna–. Ermis ha olvidado mencionar el porqué de ese devastador ataque a Cremón. Aunque seguro que ni siquiera él sabe la razón, ¿no es así? 
Ermis negó perplejo con la cabeza. ¿Razón? ¿Qué razón? Nunca le dijeron ninguna.
–Fue por venganza, la razón más vieja de todas.
–¿Venganza? –Gritó Ermis mientras Shárika asentía con la cabeza. –¿Venganza de qué?
Thomas, que no parecía tomarse la conversación muy en serio, intentaba ocultar las risas que le producían los cómicos gestos que mostraba el rostro de Ermis.
–De otra matanza realizada por la entonces milicia de Cornayes en la subsede de los Espectantes. Un viejo caserón fortificado situado a diez kilómetros de Cremón.
–¿Por qué...?  –Siguió preguntando Jhiral.
–Les acusaron de crímenes, sin pruebas, ni fundamento, ni juicio previó. Fueron directos a por ellos ocultos por el manto oscuro de la noche. Pese a todo los veinte espectantes allí alojados ofrecieron gran resistencia y las bajas en la milicia fueron no pocas.
–¡Mentira! Eso no es verdad, y jamás me obligareis a ir allí. –Gritó enojado Ermis.
 –¡Soldado! –Se alzó Shárika– Irás por que yo te lo mando, ¿está claro? ¡Eres un legionario, no un campesino cualquiera! –Gritó imponiendo su mandato–. Obedecerás porque yo te lo digo. Pasarás por delante de Ciudad-Garra y te reirás de tus miedos infantiles como si de viejos chistes se trataran. Mantendrás tu orgullo bien alto y el de tu compañía.
Ermis titubeó levemente pero enseguida cedió.
–De acuerdo –dijo en un leve susurro–, pero conste mi queja y mi oposición a tal locura.
–Queda anotada, no te preocupes por ello –le dijo ella volviéndose a sentar en la hierba.

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