miércoles, 25 de octubre de 2017

3.5 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.5


«El grupo se disgrega. El Errante era solo un compañero temporal y deben de seguir camino en el autoéxilio. Desanimados ponen rumbo al reino de Lican. Un trayecto que habría sido más fácil con alguien como el Errante a su lado.»


–Ya habéis oído. Nos vamos –ordenó Shárika.
Pese al descontento general todos –Saera no– se despidieron del Errante para seguir su camino. Sebral se rezagó a conciencia y una vez todos se hubieron alejado le dijo a su amigo:
–No sé cual es tu misión. Pero te conozco bien. Muy importante a de ser para que clame tanta urgencia. Te agradezco tu ayuda de corazón y sólo espero que el retraso que te hemos supuesto no afecte en grave medida a tu cometido.
–Te lo agradezco amigo. Para satisfacer tu curiosidad te diré que toda una raza depende de mi éxito o mi fracaso. Más no puedo decir, pues si se supiera sería su fin.
–Lo entiendo. Suerte. –Y sin mediar más palabras se alejó de él. Pero a los pocos pasos se giró y dijo:
–Dales recuerdos a las amazonas de mi parte.
El Errante contestó con una carcajada. Lo había adivinado; Eran ellas las que corrían grave peligro. Una extraña enfermedad les asolaba y sólo él podía conseguir el remedio. Debía darse prisa en conseguir la redoma que les curara de la plaga. Pero, ¿podría dejar solos a sus nuevos compañeros sabiendo los peligros que todavía les quedaban por afrontar? ¿No debería marchar con ellos hasta ponerlos en lugar seguro? Era muy posible que hubieran conseguido despistar a Sylvania en su búsqueda al pasar por el Bosque Lubre pero de seguro que cuando pudiera mandaría más juggers para proseguir la caza, sino los había mandado ya. En Xhantia podrían gozar de cierta seguridad, pero no sólo era de ella de quién se debían proteger y todavía les quedaba un largo camino hasta Lican. Una vez allí, suponiendo que llegaran, ¿qué se disponían a hacer? ¿Preparar una guerra en contra de usurpador? Si así fuera, él no participaría en ella. Ya lo hizo una vez y los resultados no fueron de su agrado. ¿Mereció la pena tanto esfuerzo y sufrimiento? De seguro que no. Miles de muertos para conseguir una pequeña mejoría. Siempre debería acarrear con su culpa; aquella guerra no hubiera existido sin su apoyo, esa y no otra era la razón por la que no quería verse involucrado en otra guerra absurda. ¿Merecía la pena luchar para poner a una niña engreída en el trono? Él pensaba que no. Quizás podrían vivir en paz junto a su tío.
Al menos esa era la esperanza del Errante que, sin querer ayudarles en la empresa de la reconquista –que suponía ya se había planteado Saera–, tampoco les deseaba ningún mal.
Lo cierto era que ahora otra misión más acuciante le clamaba su plena atención. Deseándoles en silencio buen viaje se giró para continuar su camino más un sonido lejano le llamó la atención. Provenía del noreste, del Valle de los Reyes: Un sonido metálico, órdenes gritadas por voces de mando, ruidos de campaña y caballos piafando. Lejos, demasiado lejos, en el Valle de los Reyes parecían estar montando un campamento, un ejército debía haber llegado y en ese momento estaba tomando posición, ¿quizás para un futuro enfrentamiento? No le gustaba el cariz que estaban tomando las cosas.
Decidió marcharse hacía el destino que se había fijado si bien la curiosidad le roía por dentro, y corriendo junto al Bosque Lubre se dirigió hacia la Puerta Oeste, en el Paso de Copro.



Ajenos a sus sospechas los fugados siguieron su camino para llegar a las rocas, justo donde éste deja de ascender para iniciar el abrupto descenso. Todos hicieron una pausa para mirar atrás. Todos no, la princesa Saera seguía enojada con el Errante. ¡Debía de estar con ellos para ayudarle! Shárika no le vio. Se había marchado. Pero Sebral lo localizó andando por los lindes del bosque confundiéndose con la vegetación, en dirección Sudoeste. Efectivamente no les iba a acompañar en su viaje. Todos habían guardado secretamente la esperanza. Rota.
Saera exasperada arreó: –¡Vamos!
–Sí, venga, con o sin él hemos de continuar –dijo Shárika.
Sebral con un murmuro se despidió:
–Adiós viejo amigo. Nuestros caminos se vuelven a separar. En mi corazón queda la alegría del reencuentro próximo. Más próximo que la última vez, espero.
–¡Vamos! Hemos de continuar –avivó Shárika.
Todos reanudaron la marcha iniciando el descenso.
Pronto necesitaron usar las manos para mantener el equilibrio pues dejaron de andar para prácticamente escalar buscando llegar al nacimiento del río. Sebral necesitó la ayuda de los legionarios mientras que Saera era izada por Shárika, la única a la que le permitía tocarle –quizás por que le recordaba a sus ayudantes de cámara–. Es por ello que las dos fueron las primeras en llegar al nacimiento. Nada más llegar se sentaron en dos grandes piedras situadas junto a un pequeño lago formado por una pequeña cascada.
Estaban fatigadas, pero no tanto como el anciano consejero, que llegó sin resuello para desplomarse, con total ausencia de elegancia, al lado de su protegida y alumna. La escasez de oxígeno les afectaba a todos pero necesitaron poco tiempo para recuperarse.
Del lago, una pequeña bañera, salía un arroyo que descendía ágilmente entre la frondosa vegetación, saltando alegre los desniveles.
–Deberíamos seguir su curso –indicó Shárika.
–Parece el camino más seguro –confirmó Sebral.
Saera se levantó disgustada, nadie parecía tenerle en consideración.
–¿Por qué no vamos por ahí? –Dijo señalando a su izquierda–. Parece un descenso más suave.
Shárika miró a Sebral el cual le correspondió la mirada, después le dijo a Saera:
–Esto no es una excursión. Levanta, nos vamos.
Saera estuvo a punto de montar una escena, pero comprendió que una pataleta no daría resultado. Con un bufido se resignó a continuar. 
Todos emprendieron la marcha, Thomas se acercó a su compañero y le susurró:
–Seguro que el otro camino era mejor, no entiendo porque debemos coger este otro más escarpado.
–Vamos, eres un legionario, ¿dónde está tu espíritu de aventura? –Preguntó Jhiral.
–Pardiez que me lo deje olvidado en el bosque.

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