sábado, 2 de septiembre de 2017

2.11 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p. 11

«Dejemos descansar a la compañía para explorar otros jugadores de esta partida.»

Mientras tanto, un guerrero de roja armadura montado sobre un corcel rojo se detenía al borde del Bosque Lubre, en el mismo lugar por donde se habían internado los huidos. Pese a toda su habilidad, la mágica criatura era reacia a recorrer el camino que atravesaba el bosque, al igual que su caballo, que piafaba y daba coces en el suelo mojado por la extinta lluvia.
La mente que controlaba el jugger se encontraba cavilante e indecisa. Conocía las leyendas que sobre tal bosque circulaban y sabía que la mayoría de ellas eran ciertas. Su indecisión se volvía más acuciante por el hecho de no saber si dentro de él, después de penetrar en la invisible cúpula mágica que cubría el bosque, perdería el control sobre el jugger. Esta indecisión le enfurecía en más medida pues sabía que si su creación notaba la debilidad de su ama por el lazo psíquico que les unía, al igual que los hilos unen al títere con el titiritero, podría cortas las cadenas que a ella le atan.


Sylvania había cometido un gran error. Acertadamente había deducido que Sebral huiría con Saera por el sur, no sabía exactamente si viajaban o no acompañados pero eso carecía de importancia. Había dejado a su marido con los problemas propios de un reino tomado por la fuerza, dándole la sensación de control que él necesitaba y, mientras él enviaba mensajeros por el reino con la orden de búsqueda y captura de la princesa y el consejero, ella se recluyó en sus aposentos para crear un jugger con el que llevar a cabo la tarea. No era un conjuro nuevo para ella pero aún así le había supuesto un gran esfuerzo. Después de descansar envió a su esbirro al sur. Llegó con la furia de la tormenta al pueblo de Minwin y encontró a los que buscaba enseguida. Lamentablemente su exceso de teatralidad demoró su captura y tuvo que luchar contra el Errante. Nada más verlo su corazón se encendió de ira y no pudo soportar la tentación de enfrentarse a él en vez de dejar a su criatura para que luchara sola contra él. El jugger manejado como un títere luchaba contra ella por tomar el control de la situación y eso le había entorpecido en la lucha. El Errante parecía saber muy bien contra quien estaba luchando, no desperdició esfuerzos en ataques inútiles y fue directo al cuello de su criatura.
El recuerdo de la derrota le volvió a encender, volver a ver a el Errante cercenar la cabeza del jugger era más de lo que su templanza podía soportar, mentalmente azuzó al jugger y éste arreó al caballo con las bridas hacia el Bosque Lubre.
El camino era angosto y serpenteante y Sylvania perdió pronto la orientación. Aunque no había perdido contacto con el jugger había aprendido a dejarle actuar independientemente y resignarse a quedar como simple espectadora en algunos momentos. Ahora era uno de esos momentos. El jugger seguía por el camino montado a caballo, impasible. Al girar un recodo el camino finalizó. No había por donde seguir. Sylvania tomó el control y miró alrededor. Hizo girar al caballo a dos patas para desandar el camino pero después del recodo recién pasado no había camino por el que volver. El bosque le había rodeado. La temperatura cayó, ella no lo notó físicamente pero podía ver el vaho de su criatura y el del corcel. El bosque enmudeció. De entre los árboles surgieron antaño grandes soldados y arqueros, ahora fantasmas. En  silencio los arqueros tensaron su arma y al unísono descargaron sus flechas sobre el jugger. Catorce flechas atravesaron su cuerpo mientras cargaba contra ellos libre del control de su señora. Como el viento cayó sobre ellos cercenando las cabezas de sus enemigos en dos diestros mandobles. Siete flechas más le atravesaron cuando logró romper el cerco. Su caballo aceleró aún más el paso y corrió endemoniadamente por el bosque. El jinete obligaba al corcel a girar bruscamente cada pocos metros para avanzar en zigzag y evitar ofrecer un blanco fácil a los arqueros. Los árboles se abalanzaban sobre ellos para desaparecer a sus espaldas; la hierba parecía no ser pisada, como si el caballo no tocara suelo en su huida, de tal forma que no se hundieron en la ciénaga hasta que llegaron al centro de ella. El caballo, al verse atrapado, relinchó nervioso. El jugger se incorporó encima de él para abandonarlo de un salto por la seguridad de tierra firme. Casi al instante de tocar suelo se vio rodeado de un ejército de cadáveres pertrechados con antiguas armaduras y sus mohosas armas. Un último relincho rasgó el momento. El caballo se hundió al fin en las pútridas aguas. El jugger se giró lentamente hacia su enemigo. De los ojos de Sylvania brotaron llamas de ira. Su títere lentamente desenfundó su espadón retando a los muertos. El cerco se abrió silenciosamente formando un estrecho pasillo por el que se acercaba un cadáver protegido por lo que antaño fuera una resplandeciente armadura dorada, ahora oxidada y sin brillo, cubierto por una desgajada capa azul. Portaba en su cabeza una corona de oro corroído por los años y en su porte se notaba regía distinción. Sylvania reconoció al instante al muerto y su desesperación la abrumó. El jugger se vio libre de sus ataduras y adoptó una mejor pose para la lucha.

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