sábado, 29 de julio de 2017

2.7 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.7


«Quizás el camino del Bosque Lubre no sea tan seguro como dicen.»

–¡Arriba pues! Nos vamos –ordenó–. Y vigilar bien los flancos. Saera, ahora te llevará Jhiral –avisó con una sonrisa mientras miraba a Thomas. Éste suspiro agradecido. Y cuando se pusieron en marcha anduvieron con mucha más cautela pues la oscuridad reinante tenía algo que apesadumbraba los corazones e incluso el héroe más osado se sentía compungido ante el silencio que allí reinaba. Por eso que al volver de improvisto los habituales ruidos del bosque todos se asustaron y desenvainaron sus armas. El silencio dio paso al crujir de los árboles azotados por el viento; al vaivén de las ramas; a las pisadas y ruidos de animales. Y todo ello no reconfortaba en absoluto a los intrusos del bosque que pronto empezaron a preferir el silencio a aquella cacofonía de sonidos.



–Me gustaba más antes que ahora –susurró Thomas al oído de Ermis.
–Sí. Nada nos asegura que oigamos lo que deberíamos oír.
Como por respuesta a su escepticismo un gran estruendo sonó al lado izquierdo del camino. Instintivamente los viajeros saltaron al lado derecho del camino para poner más distancia entre ellos y el peligro. Después de un corto periodo de silencio los pájaros alzaron el vuelo envueltos en una algarabía y hasta ellos llegó el sonido de un gran golpe. Un árbol cayó al suelo con gran estrépito. La luna enfocó su poder y una sombra enorme se movió entre los árboles.
–¡Ahí! –Advirtió Ermis–. Es enorme.
Otro árbol cayó más lejos del camino.
–Parece ser que se marcha. Quizás no esté interesado en nosotros –dijo Sebral.
–Puede ser. Pero por si acaso... –un grito interrumpió a Shárika. Thomas gritaba desesperado mientras luchaba tumbado con una planta que se le había enredado en la bota. Sin lograrla atinar con su espada la planta le arrastraba hacia el bosque, fuera del camino. El entrenamiento y la disciplina se impusieron frente a la histeria y Ermis acudió presto en su ayuda. Con un poderoso mandoble intentó cortar la liana pero la espada rebotó dejando el tallo intacto. Thomas seguía gritando; parecía que sólo el contacto con la planta le producía gran dolor. Sebral se acercó a él y con su cayado tocó levemente la planta. La liana tembló y rápidamente soltó a su víctima replegándose hacia la oscuridad del bosque. Ermis recogió su espada y fue a mirar el porque del dolor de su compañero. Al parecer la planta había quemado la zona de la bota que tenía cogida, traspasando el cuero y dañando la piel.
–Calma, calma –le intentó tranquilizar–. Todo ha pasado. Ya no volverá más.
Pero como si hubiera oído sus palabras la planta volvió a por él mostrando su auténtico tamaño. Un gran capullo se habría ante ellos, como si de sus fauces se trataran, para intentar llevar hacia ella el alimento caído en el borde del camino. Thomas replegó sus piernas hacia el camino; Ermis se interpuso entre Thomas y la planta carnívora y Shárika luchaba con sus lianas, que como extremidades se afanaban para atrapar a los legionarios mientras Jhiral se tuvo que conformar con mirar impotente por llevar el peso de Saera encima. Sebral volvió a alzar el cayado y una pequeña bola de fuego surgió de él impactando en la planta. Ésta se incendió inmediatamente obligándola a huir de la lucha, perdiendo así toda esperanza de atraparles.
Shárika ordenó a Ermis que ayudara a Thomas y así; con Thomas apoyado en Ermis y Sebral en la retaguardia el sexteto reanudó la marcha por el bosque. Si bien el ritmo disminuyó considerablemente.
–Esto no me gusta –dijo poco después Ermis entre jadeos al oído de Thomas–, me recuerda a la Tercera.
–¿La tercera qué? –Preguntó Thomas con una mueca de dolor, apoyado en el hombro de Ermis.
–La tercera incursión que hicimos en Trípemes. En los bajos fondos para limpiarlos de la escoria que allí habita.
–¿Y eso por qué?
–Después de dos incursiones infructuosas hubo esta tercera que debía ser la definitiva: una vez logramos entrar en el cubil de los ladrones fuimos aniquilados poco a poco y sistemáticamente. Nos distraían por un lado para atacarnos por el otro mientras que nosotros sólo estábamos a la defensiva en aquel laberinto de callejuelas –explicó–. Al final sólo sobrevivimos cuatro de los treinta que allí entramos.
– ¡Ah! –dijo Thomas, demasiado cansado para decir nada más.

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