sábado, 15 de julio de 2017

2.5 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.5

«La huida se complica, ni la magia puede con él.»


Presto la compañía dejó la comida y empezó a correr hacia la parte posterior de la posada para abrir la puerta trasera del almacén y salir a un callejón.
La lluvia que amenazaba tormenta había cumplido su promesa y arreciaba furiosamente contra el suelo envuelta en un viento que circulaba enojado por el callejón. El estrépito ahogaba el sonido de los acontecimientos del interior de la posada. 
–¡Seguidme! –Ordenó Shárika tomando el mando. 
Encabezando al grupo llegaron al final del callejón, un cruce entre calles; la opción de virar a la izquierda les llevaba afueras de la aldea, hacia el bosque que terminaba bruscamente a escasos metros del final del callejón a seguir. La otra opción era girar a la derecha, les permitiría rodear la posada para desembocar a la calle principal, que quizás fuera la opción más segura. Shárika vaciló un instante: «Si hubiera más guardias habrían entrado en la posada.», concluyó.
–Por aquí –dijo tomando la ruta de la derecha.
En ese momento, al otro lado del callejón, en la calle principal apareció la figura de un guerrero; Los relámpagos iluminaban su casco rojo, usado sobre una cota de malla roja, que le protegía los ojos como si de una máscara se tratará. Una larga melena negra con mechas blancas descendía por su cubierto cuello para perderse en los pliegues de su capa escarlata. Lentamente desenfundó su espada de dos manos y la apoyó en el suelo retando al grupo. Pacientemente con sus manos apoyadas en la intrincada empuñadura esperó bajo la tormenta. Otro relámpago se reflejó en su armadura granate: ésta le cubría el torso sobre la cota de malla que se perdía en sus brazos, en donde vestía sendos guanteletes rojizos. 
Una larga y enmarañada barba blanca cubría el resto de su rostro. Shárika detuvo al grupo y observó al enemigo. Su figura mostraba un poderoso guerrero seguro de sí mismo, con templanza y nervios de acero. Pero sus ojos, sus ojos negros y profundos, indicaban una experiencia rica y misteriosa. Como si de un viejo libro cuarteado se tratara que al abrirlo mostrara enseñanzas perdidas de un tiempo remoto. Sus atrayentes ojos desvelaban un inmenso poder dormido en la cuna del tiempo.
–¡Apartad! –Ordenó Sebral. Al instante empezó a musitar unas palabras que poco a poco fueron adquiriendo una melodía misteriosa. Levantó su mano derecha al cielo tormentoso mientras alzaba la voz. El viento pareció venir de todos los lugares atraído por una fuerza mágica para concentrarse en la palma de su mano alzada. El guerrero continuó inmutable. Sebral bajó la mano apuntándole directamente y, como si de un puñal se tratara, le arrojó toda la fuerza del viento que había logrado convocar. El impacto fue tal que hizo temblar la tierra y las casas de alrededor. El guerrero voló tres o cuatro metros para caer de espaldas al encharcado suelo, en medio de la cenagal calle.
Todos miraron a Sebral con asombro.


–¡Magos! –Dijo despectivamente Thomas para ser reprendido por un golpe de Jhiral en la espalda.
Pero Sebral seguía mirando al frente y pronto la alegría pasó como si nunca hubiera llegado. El guerrero rojo se reincorporaba tranquilamente metiéndoles el miedo en el cuerpo.
–¡Dejádmelo a mí!
 El extraño apareció por el mismo callejón por el que habían huido de la posada: –¡Marchaos de aquí!
–¿A dónde? –Quiso saber Sebral.
–Al bosque. ¡Rápido! –Apresuró al ver que el guerrero recogía su arma del suelo.
El grupo entero giró la vista hacia el bosque en los lindes de la aldea y donde antes había una tupida vegetación infranqueable ahora veían un prometedor camino entre los árboles. 
Corrieron por él internándose en las profundidades del bosque sin pensárselo dos veces.

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