sábado, 27 de mayo de 2017

1.3 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 1 p.3

«...el traicionero ataque se ha cobrado sus primeras víctimas. Las defensas han caído y solo queda salir de allí con vida.»

Saera, con lágrimas en los ojos, miró a su aya y esta asintió con la cabeza. Poco a poco, una eternidad, se levantó secándose las lágrimas del rostro. Sebral le tendió la mano y ésta fue aceptada por la princesa. –Bien. Vámonos ya.
–¿A dónde? –Quiso saber Shárika.
–A la puerta sur –Anunció el anciano.
–Mala idea. La puerta sur ha caído. Todas las puertas han caído. Estamos rodeados –dijo Bremon disgustado. 
Las malas noticias cayeron como una losa en el recinto. Los legionarios se miraron entre ellos y después a Shárika buscando las órdenes a seguir. Sebral meditaba sobre los hechos.
–Hay un pasadizo secreto detrás del trono. Es nuestra única salida. 
–Es un suicidio –Alarmó un legionario.
–¡Silencio! –Le ordenó Shárika. –Vivimos de tiempo prestado. Corramos hacía allí. La misma formación que antes. ¡Rápido!
Los legionarios obedecieron sin protestar y emprendieron la marcha al trote. Sebral, junto a Saera y su aya se colocaron protegidos por la cuña, y Shárika con Bremon en la retaguardia. Desandaron parte del camino y alcanzaron las escaleras de caracol que desde el centro de palacio bajaban al piso inferior, donde se hallaba el salón del trono. La amplia escalera de marfil estaba salpicada de signos de la reciente batalla y a sus pies se encontraba una docena de asaltantes expectantes. Sebral musitó unas palabras y señaló con su vara al enemigo. –Cargar ahora. Pero en silencio –aconsejó.
Los legionarios impulsados por la desesperación cargaron contra los rebeldes. Éstos los vieron llegar e intentaron alertar a sus compañeros pero ningún sonido se emitió a los pies de la escalera. Los legionarios cayeron sobre ellos con gran destreza diezmando sus filas, abriendo camino para sus acompañantes. La lucha acabó rápidamente cayendo todos los asaltantes y un legionario. Sebral hizo señas para seguir el camino hacía el salón del trono.
Se acercaron a la entrada para estudiar ocultos el salón del trono: Quince de los intrusos ocupaban toda resistencia. Shárika sopesó la situación: Ella sólo contaba con cuatro legionarios, la carga de una niña malcriada y su aya, y un anciano que por sus actos debía tener nociones de magia.
–¿Tienes algún truco más como el de antes o hemos de lanzarnos a las bravas contra esos de ahí dentro? –Le preguntó al anciano en susurros.
–Dame un poco de tiempo y veré que puedo hacer.
–Tomate todo el tiempo que quieras. Pero que no sea mucho –le indicó mientras vigilaba a sus más inmediatos enemigos. Esperaba que permanecieran en su posición, si alguno se acercaba a ellos daría la voz de alarma y seguramente sería su fin. Observó también a la pequeña Saera; la princesa era un problema, se debatía entre el llanto y la rabia, el miedo y la perplejidad que dejaba la muerte en todos los niños. 
El anciano consejero comenzó a hacer memoria; su mente repasaba viejos hechizos parcialmente olvidados durante todos estos años de inactividad mientras se lamentaba de la necesidad imperante de mantener sus habilidades en secreto.
–Ya está –le avisó Sebral–. Lanzaré una bola de fuego sobre los que se encuentran junto a los ventanales. Así sólo debéis preocuparos de los otros siete.
–Siete contra cinco, no es mal plan. Que las mujeres te sigan cuando todo empiece, ¿de acuerdo?
–De acuerdo.
–¿Dices que el pasadizo está detrás del trono?
–Sí, así es.
–Bien. Cuando quieras.
El anciano se concentró ignorando todo lo que pudiera acontecer a su alrededor. Su mente rememoró el complejo hechizo. Unas palabras acudieron a su mente, las palabras se convirtieron en frases que lentamente fue musitando. Alzó su mano por un lado de la entrada al salón y unas pequeñas llamas empezaron a brotar de sus dedos.
La bola de fuego arrasó el ala derecha del salón; calcinando a los ocho soldados que ahí se encontraban y perdiéndose entre los ventanales, que estallaron en mil fragmentos para disiparse veinte metros después sobre el jardín de palacio.
Los legionarios entraron en la sala aprovechando la estupefacción de los supervivientes: El primer legionario fue directo hacía el enemigo más cercano, de un certero tajo cercenó su cuello separando la cabeza del resto del cuerpo. El segundo legionario atacó al siguiente terminando de similar forma con toda su oposición. Pero el resto de los legionarios se vieron obligados a entablar batalla con el resto de los asaltantes mientras Sebral cerraba las puertas de acceso al salón del trono para evitar visitas molestas.
Shárika terminó con uno de sus dos contrincantes al tiempo que el resto de los legionarios acudían en auxilio de Bremon y ella. Bremon eliminó a su contrincante directo mas el traicionero ataque de un enemigo le impidió disfrutar del momento: un dolor punzante en su espalda le atravesó hasta su estomago para mostrarle la punta de la espada enemiga.
–¡Bremon, no! –Shárika gritó y con rabia cercenó la mano que empuñaba esa espada.
Otro de los legionarios mató al enemigo mientras que los otros terminaban con toda resistencia enemiga.
Sebral alcanzó el trono junto con la princesa y su aya. Shárika se arrodilló junto el cuerpo de su amante caído.
–Shárika –le susurró entre borbotones de sangre–, lo del otro día no lo dije en serio. Te quiero, y siempre te...
Bremon murió al tiempo que empezaron a golpear las puertas de acceso al salón.
Detrás del trono Sebral giró un resorte oculto y una portezuela se abrió en el muro.
–¡Corred! –Les gritó a los legionarios mientras la princesa y su aya entraban en la seguridad del pasadizo.
Shárika y los suyos entraron en él, seguidos de Sebral, para ver como éste se cerraba poco después ofreciéndoles el amparo de su oscuridad. Sebral musitó una palabra extraña y una brillante esfera blanca apareció flotando delante de ellos para iluminarles el camino a seguir.
–Más magia –musitó despectivamente uno de los legionarios.
Sebral se acercó a la legionaria:
–Lo siento por su “amigo”. Me pareció notar que ustedes dos eran algo más que compañeros de armas.
–¿A dónde nos dirigimos ahora, sabio consejero? –Le preguntó Shárika al anciano.
–Necesitamos cobijo, y quizás alguna información que ahora no disponemos.
–Eso ya lo sé. Pero ¿dónde conseguiremos todo eso?
–Estamos en la capital del mundo civilizado. Una ciudad con miles y miles de habitantes devotos a los dioses. Con un barrio de templos, nutrido por las donaciones de los fieles del lugar. ¿A dónde vamos a ir sino es a una abadía?

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