lunes, 24 de enero de 2011

LA FAMILIA Y UNO MAS

Dada mi condición cinéfila no podía sino poner este título de la cinematografía española para este post.

Mi mujer -ya puedo decir esposa, pero suena muy sado- siempre ha querido tener un chucho en el hogar. Pues bien, ya lo ha conseguido. Se llama Odrí -en honor a una actriz muu famosa- y es chucha. Una perra labrador de dos meses y medio cuya curva de crecimiento supera con creces aquello que podríamos decir adecuado para un piso de 50 metros cuadrados. Aún así no me quejo por ello. Que nadie se tome mi comentario anterior como una queja o similires.
Quizás no ha sido el mejor fin de semana para adquirir el animalico pues arrastrando el catarro desde el jueves ni puñetera gracia me hacia el sábado cojer el coche e ir en busca del cuadrupedo.
Pero puestos a ello -para lo bueno y para lo malo- organizamos un pequeña excursión cuasi espontanea entre colegas para buscar a Odri. La cual para mí no tenía nombre pero me huelo que la Jefa ya la había bautizado mucho antes. Habiamos quedado a la una del mediodía en un pueblo de Zaragoza y yo, haciendo gala a mi puntualidad, conseguí llegar 20 minutos antes -que bien funciona todavía el Kadett-. Simpáticos los dueños nos hicieron pasar y jugar con la camada al tiempo que escanciaban sidra para mayor gusto de mis compañeros de viaje; pues un servidor jamás bebe alcohol cuando conduce. Selecionada la bicha -el Raid quería que fuera hembra y negra, tampoco había muchas opciones- nos metimos todos en el coche poniendo rumbo al Verdecora. Un lugar que visité hace milenios y ni me acordaba que existía.
A este punto debo añadir que si bien a mi mujer le hacía ilusión la perra casi estaban más ilusionadas las amigas que ella. Por supuesto ambas, y el pobre Alvaro -paciente y majo chaval-, estaban ávidas en lanzar torrentes de consejos y advertencias. Si no fuera por ellas acabamos en un chino comprando cuatro cosas inservibles y más felices quel copón.
La pobre Odrí tuvo su primer viaje en coche mejor que lo que esperaba. No se mareó, no vomitó, no meó, no cagó, no hizo nada. De hecho ni en el cesped del Verdecora quería mear. ¡Qué educadita que es! Pero el segundo viaje ya fue otro cantar -u otro potar, que diría aquel-. No sé si sería porque ya había tomado confianza o qué pero regó a Sofía y Lorena con un "vonito" estucado tricolor digno de mis mejores épocas torrijanas -de las cuales siempre recuerdo poco, ¿por qué será?-. La cosa no quedó allí. Ya cuando el ambiente fue más íntimo -sólo mi mujer y yo- el can se relajó del todo adornando con una estupenda meada el asiento trasero del coche y de camino los pantalones de ella. Casi pareciera que hubiera sido mi esposa la artífice de semajante decoración. Para ser justos diré que dado que Odri es deseo de mi mujer fue ella la que bajó a limpiar el coche; ¡y luego holía de limpio!
Pero me adelanto acontecimientos y esperando no aburrir demasiado a la concurrencia retomaré la historia desde donde la dejamos: el garaje. Dicho lugar posee unas escaleras de acceso -como todos- que más bien se le debían asemejar murallas a la pobre perra. Pero con paciencia, tesón y un chuche mi mujer consigió que Odri las subiera solita anticipandole lo que sería su futuro al vivir en un tercero sin ascensor. A todo esto ya eran las cuatro cuando llegamos al piso y sin comer. Supongo que el hambre era compartido pues al pensar que sólo nos esperaba una triste hamburgesa mi iniciativa de Telepizza fue cogida con agrado. Lastima que tardaron cuarenta minutos y acabamos de comer a las seis de la tarde. Momento en el que alguien se fue a dormir la siesta y yo aproveché para terminar los impuestos de mi madre.
¿La perra? De puta madre: le enseñamos la cocina, su cuna y sus jugetes y después de comer cayó en brazos de morfeo cual lirón. Hasta que oyó la impresora y ávida de nuevas sensaciones exploró el pasillo para llegar al cuarto de donde provenía el sonido. Pero yo, haciendo gala de amo consorte, la redirigí a la cocina que era su lugar. Claro está que esto no pasó desapercibido para la reina del lugar la cual, legañosa y sonriente, anunció que la bajaba a pasear.
Eso eso, bájala que yo me quedo a jugar un poco en el ordenador puesto que siesta ya no me voy a hechar y a las nueve hemos quedado para cenar.
Y la cena fue bien. La peque vino con nosotros docil y mansa, curiosa y jugetona -si todo eso mezclado-, hasta el piso de mis amigos en donde otra perra mucho más grande dominaba el lugar. No hubo confrontación alguna. La Luna aceptó a la invitada e incluso intentó jugar con ella. Era divertido verla como en los dibujos animados mientras Odri la observaba curiosa sin saber a que atenerse.
Pero pero fue la noche en casa. Su primera noche solita; encerrada en la cocina. Y yo durmiendo en el sofá para no despertar a mi mujer por culpa de mis ronquidos sobrenaturales frutos del constipado. Pues conseguí hacer callar a la perra simplemente con indicaciones y caricias como recompensa hasta las siete de la mañana. A esas horas me olía yo que ya no era soledad lo que espoleaba a Odri contra la puerta. Efectivamente, se había meado -¡Yipiiii!- y la jefa debía darle el paseo. El yo a dormir, que para eso estoy enfermo.
Domingo matutino; jornada de noes, shiiisss, Fueras, y órdenes similares para educar a la chucha. Hasta la una que teníamos comida familiar -Ahora que pienso hemos estado muy solicitados socialmente-. Mis padres; aquellos seres que nunca sabes como van a responder y cuando estás seguro de algo van y te sorprenden. Cuyas respuestas sigues temiendo aunque ya no dependas de ellos, o eso creas tú. Pues resulta que se lo tomaron casi mejor que yo lo de la nietecita e incluso me preguntaron porque no la había traído. ¡Manda huevos, como cambian las cosas! Aún así no la llevaremos hasta que esté mejor educada.
Después de la sobremesa -larga, siempre son largas para mi gusto- volvimos al hogar. A ver que tal se había portado la perra en nuestra ausencia. Esperome ver la puerta destruída, las puertas roidas, el parquet hecho pure. Pero no, seguía ladrando tras la puerta de la cocina, dialogando al parecer con el perro del vecino.
Afortunadamente los vecinos apenas se enteraron del jaleo que montó el chucho por la noche -incompresible tú- lo cual aún nos infundió más esperanzas para encerrarla la noche del domingo.
Domingo tarde, tarde de futbolín. Por fin fuera de casa pude jugar al futbolín. Uno de los pocos vicios que tengo. Hummm, rectifico; uno de los muchos vicios que tengo. La mujer con la perra y amigas con perros y yo a sudar como un condenado en el bar. Bien. Me sirvió para olvidar la noche inquieta que pasé con la perra y la que me esperaba.
Pues la noche del domingo fue peor pero como madrugamos más tampoco se ha hecho muy larga. El que no se consuela es porque no quiere.
Al llegar a casa debía haberme duchado. No caí en la cuenta que mi vida ha cambiado del todo y eso de ducharme con una perra arañando la puerta del baño no me atrae. Así pues esta mañana me he limitado a afeitarme -entre ordenes a la Odri para que se esté quieta- y poco más.

Ha salido un post demasiado largo para no poner ninguna foto. Cuando las consigue adornaré el escrito con estampas del chucho.

2 comentarios:

alcorze dijo...

jejeje, qué nombre tan chulo le habéis puesto a la perra

El post te ha salido largo pero muy ameno. No escribes nada mal.

SarlaukaJop dijo...

Muchas gracias. Algún día la conocerás, aunque sea por foto.
Manda narices un informático como yo y el poco tiempo que se toma en casa para descargar fotos y cosas así.