jueves, 18 de febrero de 2010

Los restaurantes chinos y la comida a domicilio

Anecdotas y vicisitudes de un riesgo sin medida.


¿Estás seguro de querer pedir comida a "un chino"? ¿Quieres que te lleven a casa aquello que has pedido? ¿En el tiempo que prometen en el triptico de propaganda? ¿Sabes la diferencia entre tallarines y fideos?


No lo negaré. Me gusta la comida de los restaurantes chinos. Pero de un tiempo a esta parte la cosa va de mal en peor. Lo primero que noté es que todos, pero todos -¡qué no se salva ninguno, oye!-, han olvidado lo que son los tallarines fritos. Y eso para mi es una gran putada. Porque me gustan mucho. O mejor dicho me gustaban, porque lo que dan ahora no son tallarines ni están fritos. Te meten unos fideos gordos -ni siquiera son espagettis- y largos cocidos y punto. Y si te gusta bien y si no te jodes porque yo ya me he ido con el dinero.


Sin embargo gracias a este descaro por parte de los restaurantes chinos descubrí el arroz al curry. Cansado de recibir gato por liebre -bueno, pensándolo bien eso es otro tema de los restaurantes chinos- opté por lanzarme de cabeza a la piscina rezando porque ésta llevara algo de agua. Y acerté. Da igual como lo pongan en el menú de cada restaurante. Arroz especial al curry, arroz de la casa al curry, arroz frito al curry; siempre es el mismo arroz. Más barato que los tallarines-fideos, mucha más cantidad -parece que lo metan a presión- y muy rico. Con un plato de esos ya has cenado, por mucha hambre que tengas. No entiendo como la mayoría están tan delgados.


En algo que suelen cumplir es en el tiempo de espera. Si ponen 30 minutos y no ha llegado a los 15 minutos tardarán una hora. Esto es fijo. Quizás es para que vayas haciendo hambre. ¡Qué ya lo tengo, qué por eso te he llamado!


Cuando llega el de la moto con sus bolsas atadas rellenas de comida llega la sorpresa, el precio. No importa que lo hayas calculado con la última propaganda que te han dejado en el buzón. Nunca cuadra. Pero como tienes hambre no te vas a poner a discutir en medio del rellano por unos céntimos más o menos -no siempre a favor de ellos-.

Pero ahora llega lo mejor. El chino de la moto ya se encuentra de regreso a medio camino y cuando tú, féliz y contento por haber recibido el festín, te sientas en la mesa y empiezas a abrir esas bolsas de plástico anudadas -puto nudo gordiano- recibes, como bofetada en toa la jeta, la sorpresa sorpresiva de que casi nada de lo traído coincide con lo pedido. Miento; a veces coincide la mitad y casi siempre los rollitos primavera. ¿Será porque todos pedimos rollitos de primavera?
¿Y ante esto que haces? ¿Corres como un loco a ver si pillas al chino en las escaleras? ¿Les llamas por teléfono esperando compensación o que te traígan lo que has pedido? Dadas las horas en que son te resignas, cenas como puedes con cierta cara de gilipollas e intentas aprovechar la experiencia para descubrir platos nuevos.

Por último, y seguro que me dejo cosas -¿quizás para una segunda parte?-, resulta que por mucho que comas -por que si hay algo bueno és que los platos son abundantes- al cabo de media hora sientes un vacio en el estómago al que cuesta acostumbrarse.

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